28 de agosto de 2013

Reseña de Victus, de Albert Sánchez Piñol

Un casi centenario anciano se nos presenta en el ocaso de su vida, en un exilio al que se vio forzado a refugiarse cuando siendo joven tuvo que huir: desfigurado el rostro por una bala perdida, dejaba atrás la ciudad que trataba inútilmente de defender en un asedio que ya duraba casi catorce meses. Desde entonces, ha vivido en ese exilio permanente por diversas ciudades europeas, trabajando como ingeniero militar, luciendo una máscara que esconde los estragos de la guerra en su joven rostro; poniendo en práctica las enseñanzas de un maestro al que aprendió a querer, que le enseñó que hay que buscar la perfección y que se puede llegar a ser un artista de la poliorcética. Pero para Martí Zuviria, la guerra en la que participa (en los dos bandos), que testimonia parcialmente para un lector que quizá espera confirmar sus propias tesis y que narra con no poco sarcasmo, todo ello quedó atrás, demasiado atrás, y ahora se dedica a contarle a su paciente escribana, la teutona Waltraud, los recuerdos que tiene de aquella década a principios del siglo XVIII 

 «¡Lo contaré todo! Cómo jodieron al general Villarroel, cómo derrotaron nuestras victorias. Porque, hasta ahora, de aquella guerra solo he oído las versiones que vienen de arriba o del enemigo». En un momento de sus ficticias memorias y que conforman Victus de Albert Sánchez Piñol (La Campana, 2012), Martí Zuviria se deja llevar por su pasión y se dispone a dejar claro que lo contará todo… y cumple en parte con lo prometido. Pues esta es una novela histórica que no cuenta toda la Guerra de Sucesión española (1701-1714) y es bueno que el lector se haga a la idea de lo que se va a encontrar. De hecho, la acción comienza en 1705, tras el triunfo austriacista en Barcelona, con un joven Martí de catorce años que parte hacia el castillo de Bazoches para formarse como ingeniero militar bajo la tutela de Sébastien Le Prestre de Vauban, el mayor especialista en poliorcética de la época, el hombre que puso la ingeniería militar entre las principales aptitudes de la guerra. Ya en el final de su vida, Vauban escoge a Martí como un aprendiz y lo pone a prueba con un duro ejercicio físico y un estudio de todo tipo de materias. Vauban le enseñará, ayudado por los hermanos Ducroix, las técnicas esenciales de la defensa de ciudades, y es precisamente la primera parte de la novela (“Veni”), probablemente la mejor, en la que también “aprendemos” de la mano de Vauban cómo funcionan los baluartes y revellines, sus puntos fuertes y débiles, de modo que el ingeniero militar se erige en parte ya esencial del estado mayor de un ejército que tiene la misión de tomar una plaza fuerte. Es en Bazoches donde Martí se enamorará por primera vez y conocerá a su archienemigo, Joris Prosper Van Verboom, también un experto en la defensa/ataque de ciudades asediadas y con el que se verá las caras en más de una ocasión a lo largo de la novela, hasta llegar al asedio final.

Albert Sánchez Pîñol
Victus nos acerca a un protagonista antipático pero con el que el lector empatiza en seguida. Martí no tiene pelos en la lengua y a salto de mata conocemos poco a poco sus impresiones sobre el conflicto sucesorio. Waltraud, la escriba teutónica que le soporta se convierte en un personaje más, presente en la narración de modo indirecto, a través de los exabruptos con los que la trata el anciano Martí. Ella pone orden en los recuerdos del protagonista, le sugiere que cuente tal o cual suceso, le insiste en centrarse en la narración e incluso es capaz de hacer una particular huelga cuando ya no soporta más al anciano. A través de esa relación entre líneas entre el hombre que cuenta su vida y la mujer que la escribe, la historia fluye. Y fluye basándose especialmente en las Narraciones históricas desde el año 1700 hasta el año 1725 de Francesc de Castellví, que suponen la principal y más completa fuente del conflicto sucesorio (y después). Como Zuviria, Castellví se exilió al finalizar la guerra y escribió el relato de la guerra en la corte de Viena. Muy probablemente, Sánchez Piñol haya decidido escribir su novela en castellano (cuando sus anteriores obras fueron en catalán) siguiendo el modelo de Castellví. A través de todo ello, y ya metidos en la trama de la novela, conocemos la etapa de Martí como joven pupilo de Vauban, acabará abruptamente con su etapa de aprendizaje y le veremos en las filas del ejército francés en la península. La narración sarcástica de la batalla de Almansa (1707) y del asedio borbónico a Tortosa un año después nos introduce en los vericuetos de una guerra en la que los enemigos de hoy se convierten en los aliados de mañana, y pronto conocemos a Antonio de Villarroel, cuya relación con el joven Martí navega entre el desprecio inicial y la paulatina Ya en la segunda parte de la novela (“Vidi”), Martí regresa a la Barcelona que le vio nacer y entramos en la parte más novelesca: sus andanzas con la prostituta Amelis, la particular relación paternal con el niño Anfán y el enano Nan, a los que conoció en el asedio de Tortosa, su participación en el ejército austriacista que se dispondrá a partir para la toma de Madrid en 1710 (una operación que pretendía asentar al archiduque-rey Carlos de Austria y conseguir el apoyo de una nobleza castellana que en su mayoría se había inclinado por Felipe V), y el regreso a Barcelona, donde se muestran las disputas entre el Consejo de Ciento de la ciudad y la Generalitat de Cataluña. Ya en la tercera parte (“Victus”), asistimos al asedio de la ciudad desde junio de 1713 y a las campañas en el interior del Principado para reclutar voluntarios. El asedio se narra con particular detalle, desde los bombardeos indiscriminados del duque de Pópuli, hasta la llegada del duque de Berwick («¡llámame Jimmy!») y los preparativos del sitio definitivo de Barcelona en el verano de 1714.
 
Infografia del asedio de Barcelona (La Vanguardia, 10-X-2012) [clickar encima para agrandar]

Como no podía ser menos, la novela de Albert Sánchez Piñol ha despertado un enorme interés entre los lectores del género histórico y una cierta polémica por ofrecer una imagen negativa de los héroes catalanes del asedio de Barcelona en 1714. Maticemos: una imagen nada halagadora de personajes históricos como «el abogado» Rafael de Casanova, consejero en jefe del Consejo de Ciento en los meses finales del asedio, y que junto a al resto de la institución o los diputados de la Generalitat conforman esos «políticos» que como el perro del hortelano ni comen ni dejan comer, y a quienes Martí Zuviria culpa del fracaso no sólo del asedio, sino de la política emprendida desde 1712… sino antes. Por el contrario, el general Antonio de Villarroel, antes en las filas borbónicas, pero después ya en las austriacistas (y no precisamente por convicción ideológica) se erige en el héroe de Barcelona… con un Martí Zuviria como su segundo al mando y encargado de la defensa de la ciudad. Pero no sólo Villarroel, sino bandoleros como Esteve Ballester, que al principio se dedica a una vida de pillaje y robos, y con quien Martí establece una relación ambigua desde el principio (su primer encuentro no es precisamente amistoso); oficiales como Francesc Costa y Jordi Bastida, eruditos como Marià Bassons, que dirige a los estudiantes de derecho de la universidad barcelonesa en un episodio real, el asalto al baluarte de Santa Clara en agosto de 1714… y especialmente los barceloneses de todo tipo (menestrales, artesanos, jóvenes, amas de casa, ancianos, incluso niños), que colaboraron con la Coronela (la milicia local) en la defensa de la ciudad ante un ejército atacante que en septiembre de 1714 superaba los 40.000 efectivos. 

El resultado es una novela tremendamente amena, sarcástica y, en parte (y lógicamente), simplificadora del conflicto sucesorio (no estamos ante un ensayo ni el autor pretende darnos la lección). Albert Sánchez Piñol ha pretendido escribir no la novela de la Guerra de Sucesión, y desde luego no la novela que toma partido en esta guerra. Es la novela de Barcelona, en muchos aspectos, pero no de una Barcelona unitaria y monolítica. Como Martí Zuviria, es la Barcelona que, en un conflicto en el que la opción dinástica no fue la determinante, trató de seguir adelante y defender su existencia, aunque ello significara soportar un asedio que no iba a terminar bien. Probablemente suene a tópico, pero no son los personajes históricos los que atrapan al lector en esta novela (sorprenderá a más de uno cómo se presenta al duque de Berwick antes del asedio de 1713-1714, y en qué términos “conocerá” a Martí), sino aquellos ficticios e incluso la masa anónima. Y en la lectura de esta novela, desde la ficción hermanada con la narración histórica, se conocen con detalle los vericuetos de un conflicto sucesorio que tuvo mucho de civil y que desde entonces, en el ámbito historiográfico (y el político), ha sido utilizado e incluso manipulado a conveniencia.

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