10 de julio de 2013

Reseña de El apagón y Cese de alerta, de Connie Willis

Aquellos que me conocen ya saben de mi fijación por las novelas de Connie Willis. Sí, la autora de El Libro del Día del Juicio Final (1992), Por no mencionar la perro (1997), Oveja mansa (1996), Los sueños de Lincoln (1987), Tránsito (2001)… Hay que destacar los dos primeros títulos pues forman parte de una particular serie de la autora en los que el viaje en el tiempo, la universidad de Oxford y los historiadores juegan roles esenciales… y conectan con el díptico que reseñamos, El apagón (2010) y Cese de alerta (2010) En cierto modo, recogen, modulan y cierran ideas que ya se presentaron en aquellas dos novelas, en las que se viajaba desde mediados del siglo XXI a la Inglaterra azotada por la Peste Negra (El Libro…) y a la época victoriana y la destrucción de la catedral de Coventry en la Segunda Guerra Mundial (Por no mencionar…). Pero la mayor parte de la obra de Connie Willis plantea inquietudes relacionadas con las Historia, con mayúsculas. Así, en Oveja mansa ya se trataban las modas como elemento que aparecía y desaparecía en el devenir de los tiempos; en Los sueños de Lincoln no había viajes en el tiempo, al menos no físicos, pero la protagonista indagaba en la biografía de Robert E. Lee y en los avatares de la Guerra de Secesión al mismo tiempo que su búsqueda también era personal, vital; Tránsito es una novela sobre las experiencias cercanas a la muerte (ECM), pero también el lector se acercaba al hundimiento del Titanic como metáfora de una mente que se apaga o a los recuerdos entre verídicos e impostados de un veterano de guerra en Pearl Harbor. Y no olvidemos que en el relato Servicio de vigilancia (1982), la primera aproximación de Willis a los viajes en el tiempo, el protagonista era un historiador que viajaba al Blitz de Londres y al bombardeo de la catedral de San Pablo durante la Segunda Guerra Mundial… una trama que se recupera en parte en sus dos últimas novelas. 

Connie Willis
El apagón y Cese de alerta supone un tremendo tour de force novelesco por parte de Willis, un rizar el rizo con resultados más que complejos. Lo que empezó siendo una novela, la primera de la autora en casi diez años, acabaron siendo dos. El lector hispano, además, se quedaría (como lo hizo servidor) boquiabierto cuando al terminar la primera novela… se dio cuenta que la cosa no se quedaba ahí, que había una segunda novela, que tendría que esperar a la traducción castellana… y así ha sido, casi veinte meses de espera para saber cómo terminaba la trama, cómo se cerraba el ciclo. Como en anteriores libros, Willis regresa a caminos ya transitados: el equipo de historiadores/viajeros en el tiempo de la universidad de Oxford, dirigidos/liderados/cuidados por el señor Dunworthy. La acción comienza en 2060, con tres historiadores –Michael Davies, Polly Churchill y Merope Ward– que viajarán a diversos momentos de la Segunda Guerra Mundial: respectivamente, la evacuación británica de Dunquerque (mayo-junio de 1940), el Blitz londinense (septiembre de 1940-mayo de 1941) y el envío de niños a lugares alejados de Londres para protegerlos (desde septiembre de 1939). Sin embargo, y como el lector puede imaginar, las cosas no salen como tienen que salir. El continuo espacio-tiempo es delicado, muy delicado, y los portales mediante los cuales viajan nuestros particulares héroes son susceptibles de abrirse o cerrarse según una serie de parámetros; el fundamental es que no se abren si el lugar de destino es un punto de divergencia, es decir, que afecta a un suceso especialmente crucial en el desarrollo de la guerra y que, por acción u omisión de los viajeros en el tiempo, podría cambiar su curso y, por tanto, el futuro. De ahí los desfases temporales: el continuo espacio-tiempo no debe verse afectado y los portales se abrirán con un desfase temporal, que puede ser de horas, días o semanas, de modo que no se pueda interferir en el rumbo de los acontecimientos. Pero, reconozcámoslo, todo viaje en el tiempo implica que algo se cambia… y eso es lo que padecerán los tres protagonistas en sus nuevas misiones.
 
Siempre me ha llamado la atención el rol que Connie Willis asigna a los protagonistas de varias de sus novelas. Son jóvenes historiadores que viajan en el tiempo para observar cómo era la vida en un momento determinado: cómo actuaban los habitantes espacio-temporales de aquella sociedad determinada. Michael Davies (haciéndose pasar por el reportero estadounidense Mike Davis), en este caso, tiene un plan de viaje a diversos lugares con el objetivo de observar a esos héroes anónimos, esos hombres y mujeres que con sus diversos roles, colaboraron en el triunfo aliado en la guerra; por su parte, Polly Churchill (Polly Sebastian) viajará al Blitz londinense para ser testigo de cómo los habitantes de la capital británica soportaron, se adaptaron, se traumatizaron y sobrevivieron al bombardeo sostenido alemán durante nueve meses, con casi 200.000 bajas entre muertos, heridos y desaparecidos; en última instancia, Merope Ward (Eileen O’Reilly) trabajará en una residencia veraniega de una dama aristocrática convertida en refugio de niños en la campiña inglesa, aunque su sueño es poder trasladarse al Día de la Victoria (7-8 de mayo de 1945) para contemplar los fastos del triunfo aliado en la guerra. Los tres historiadores/viajeros en el tiempo tienen la misión de observar e interactuar con la población del momento/lugar, siempre con la obligación de no hacer nada que suponga cambiar la historia. Y a ello se aferran, decididos a ser testigos, no protagonistas… aunque la realidad será otra. El lector seguirá las andanzas de los Mike, Polly y Eileen, ya en sus nuevos roles, al tiempo que conocerá las preocupaciones del incombustible señor Dunworthy, siempre vigilando por el bienestar de sus pupilos y porque el continuo espacio-tiempo se vea afectado; y también asistirá al rol de Colin Templer, que ya aparecía de adolescente en El Libro del Día del Juicio Final, y ahora, a punto de acabar la educación secundaria, quiere participar como sea en los viajes temporales.
 
La catedral de San Pablo y sus alrededores, tras el bombardeo del 29 de dieiembre de 1939, reconstruido con detalle en Cese de alerta.
 Pero el lector no seguirá la lectura lineal, alternando capítulos y escenarios protagonizados por uno u otro personaje, sino que irán apareciendo otros escenarios y nuevos personajes: así, las labores de inteligencia que darían lugar al programa Fortitude Sur en vísperas de la invasión de Normandía, en la primavera de 1944, y con un agente llamado Ernest Worthing que al mismo tiempo escribe mensajes para anuncios personales en la prensa; la labor de Mary Kent como enfermera de las FANY (First Aid Nursing Yeomanry) y trabajando en el Women's Transport Service, o colectivo de mujeres conductoras al servicio de unidades militares o sanitarias, durante la campaña alemana de bombardeos V1 y V2 entre junio de 1944 y junio de 1945; y por último las celebraciones del Día de la Victoria en mayo de 1945 en Londres, testimoniadas por Mary Douglas. Personajes y nuevas situaciones que, intercalados en El apagón, comenzarán a tener sentido en Cese de alerta… y hasta ahí puedo leer.
 
Hay que decir que las tramas de los personajes no tendrían tanto sentido si no fuera porque su testimonio de la época a la que viajan es lo que dota de un enorme interés a ambas novelas. El retrato del Blitz londinense, con su corolario de refugios y estaciones de metro atestadas por la noche, de la evacuación de Dunquerque, del miedo ante las bombas V1, de los servicios de inteligencia relacionados con Bletchley Park, Ultra y Fortitude… es apasionante, fidedigno y con un especial hincapié en las actitudes de la gente, de la muchísima gente, que vivió aquellos momentos. La novela, aun escrita por una autora estadounidense, recoge el punto de vista británico, la fortaleza de un pueblo en momentos de adversidad, ya sea con el bombardeo sostenido de la capital, que afectaba a viviendas, tiendas, puestos de trabajo o al habitual fluir del metro londinense (el Tube), ya sea con el prolijo detallismo de cómo la gente se sacrificaba en tiempos de guerra. Todo el mundo era susceptible de ser reclutado y de colaborar en el esfuerzo de guerra, ya en los frentes de batalla, ya en retaguardia, conduciendo ambulancias, trabajando como enfermeros, colaborando como actores para entretener a los soldados y la población civil (y mantener la moral alta), etc. Con su estilo habitual (y en ocasiones algo… como diría, ¿tramposo?), Willis nos traslada a la Segunda Guerra Mundial que vivieron los civiles, ya sea en Londres, en Dover o en la campiña inglesa. Los héroes son personas normales, que con su esfuerzo en las tareas que sean necesarias colaboran para que Hitler sea derrotado. Quizá desde la ficción no se haya escrito un relato tan vívido del Blitz y de cómo lo vivieron los londinenses, y todo ello es mérito de una autora que construye un intrincado tapiz en el que las tramas se superpone, entremezclan y se complican una y otra vez.
 
Celebraciones del Día de la Victoria (8 de mayo de 1945), en Piccadilly Circus, Londres.
En estas dos novelas no sólo importa el escenario y el tiempo, el detalle con el que ambos son reconstruidos, sino que la contingencia es fundamental. A lo largo de más de 1.200 páginas, los historiadores/viajeros en el tiempo tienen que recordar una y otra vez el viejo adagio popular «por un clavo se perdió una herradura; por una herradura, se perdió un caballo; por un caballo, se perdió una batalla; por una batalla, se perdió el reino», que evoca la tragedia de Ricardo III en la batalla de Bosworth (1485) –«A horse, a horse, my kingdom for a horse!», que dirá Shakespeare en boca del rey jorobado –. Una acción lleva a otra y el conjunto de acciones u omisiones (por haber hecho esto o aquello, se produjo o evitó esto otro) cambia el curso de los acontecimientos, de modo que las consecuencias son impredecibles. Una y otra vez el señor Dunworthy está alerta a los desfases de la red y a los fallos en los portales, de modo que llega a la conclusión de que las acciones u omisiones pueden haber provocado que los británicos pierdan la guerra. ¿Pero será así? ¿Puede la pérdida de un clavo significar que se pierda una guerra? Mike, Polly y Eileen deberán lidiar con esta amenaza constantemente, y el lector asistirá a la resolución (o la complicación) de un inmenso puzle, un rompecabezas que parece no tener fin… En última instancia, no es sólo que la Historia pueda verse modificada o alterada, sino que el propio modo de acercarnos a la materia es material sensible. Ser testigos de unos hechos afecta a los personajes, les lleva a considerar su propio papel como testigos discretos, cuando en realidad se erigen en agentes de la propia Historia… como lo fueron los millones de británicos que se vieron implicados en una guerra que marcó sus vidas. Todos y cada uno de ellos colaboraron en el esfuerzo de guerra, tuvieron que adaptarse a un racionamiento alimentario, a que la ropa tenía que durar años y años, a que todo el entramado productivo se destinara a la fabricación con objetivos militares. Y los tres historiadores/viajeros en el tiempo tendrán que adaptarse a ese esfuerzo, incapaces de evitar que, con cualquier clavo perdido, se cambiara el rumbo de la Historia. 

Heroísmo, perseverancia, sacrificio en tiempos convulsos, en los años en el que Gran Bretaña dio lo mejor de sí misma… estos son los auténticos protagonistas de un díptico novelesco en el que, como no podía ser menos en la obra de Connie Willis, lo realmente importante no es el viaje en el tiempo o la propia etiqueta de novelas de ciencia-ficción. En realidad, sus libros son novelas históricas, fieles retratos que van más allá de la verosimilitud, con personajes que no por más ficticios son menos reales. Con esta doble apuesta novelesca, Connie Willis lleva al límite su manera de concebir una ciencia-ficción que resulta muy real. Y sale triunfante, incluso cuando parece que, como el continuo espacio-tiempo, todo el entramado literario puede derrumbarse. Y hay momentos en que puede parecerlo…

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