3 de junio de 2013

Reseña de El Gran Mar: una historia humana del Mediterráneo, de David Abulafia

Hoy en día apenas nos acordamos del mar Mediterráneo. Quizá, visto con perspectiva, hasta resulta anacrónico el espectáculo que La Fura dels Baus creó para la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992 (véase en YouTube, parte 1 y parte 2), con música del siempre magistral Ryuichi Sakamoto: un  canto al mar Mediterráneo, a sus mitos, al simbolismo que despertaba y despertó, y que hoy, en el crepúsculo de su historia, es más visitado por los turistas del norte que buscan el calor y las playas del sur que recordado por quienes aún se asoman a sus orillas. El espectáculo de La Fura recogía el viaje de unos emigrantes desde las costas de Grecia, en torno al año 700 a.C., evocación de las colonizaciones griegas, y hasta la Barcelona del presente. De punta a punta del escenario, el Estadio Olímpico de la ciudad condal; o lo que es lo mismo, de una ribera del Mediterráneo a la otra opuesta. El mar, el fuego, la lucha, el mito en última instancia: un mito de fundación, de los que el Mediterráneo siempre tuvo. El mar como lugar de encuentro, de competición, de combates y de forja de la civilización. De muchas civilizaciones. En este sentido, pues, como magno escenario, podemos concebir el libro de David Abulafia, El Gran Mar: una historia humana del Mediterráneo (Crítica, 2013).


En su obra clásica, El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en época de Felipe II (1949), Fernand Braudel planteaba el estudio del mar que baña las costas de tres continentes (Europa, África y Asia), pero con especial incidencia en las tierras del interior. Para Braudel, la historia del medio importaba tanto o más que la historia de las personas que a mediados del siglo XVI poblaban las orillas y varios cientos de kilómetros hacia el interior, de modo que era el paso del tiempo, la acción de la geografía, la climatología, y los avatares de la economía los que acababan determinando el movimiento de las personas. Releí este hito de la historiografía hace unos meses, fascinado especialmente por la primera parte del libro, la influencia del medio ambiente: «una historia casi inmóvil, la historia del hombre en sus relaciones con el medio que le rodea; historia lenta en fluir y en transformarse, hecha no pocas veces de insistentes reiteraciones y de ciclos incesantemente reiniciados» (tomo I, p. 17). El Mediterráneo de Abulafia es otro:

«es decididamente la superficie del propio mar, sus costas y sus islas, en especial las ciudades portuarias que fueron los principales puntos de partida y de llegada de aquellos que lo cruzaban. […] Mi intención ha sido la de describir a la gente, los pueblos, los procesos y acontecimientos que han transformado todo o gran parte del Mediterráneo, en lugar de escribir una serie de microhistorias de sus límites, por muy interesante que esto pueda ser; por tanto, me he concentrado en lo que considero más importante a largo plazo, como por ejemplo la fundación de Cartago, el surgimiento de Dubrovnik, el impacto de los corsarios de Berbería o la construcción del canal de Suez» (pp. 11-12).
David Abulafia (n. 1949)
Así pues, navegamos por un libro en el que fenicios, griegos, etruscos, romanos, bizantinos, musulmanes, judíos, genoveses, venecianos, catalanes, holandeses, ingleses e incluso rusos dieron forma (su forma) al Mediterráneo que conocemos e ignoramos ahora a partes iguales. Es el Mare Nostrum de los romanos, el Akdeniz (mar blanco) de los turcos, el Yam gadol (Gran Mar) de los judíos, el Mittelmeer (mar de en medio) de los alemanes, incluso el «Gran Verde» de unos egipcios que hace cinco milenios forjaron una civilización que sobre todo focalizaron en el río Nilo. Es un mar de larga historia y que Abulafia divide en cinco partes: el primer Mediterráneo (c. 22000–1000 a.C.), el de los orígenes, el de los primeros mercaderes y que finalizó con las invasiones de los Pueblos del Mar; el segundo Mediterráneo (1000 a.C.–600 d.C.), el de los comerciantes y los imperios que se asomaron a sus orillas, el de la continuidad que finalmente se truncó con la (des)integración de finales del período clásico; el tercer Mediterráneo (600–1350), el mar de los peregrinos, de los pequeños comerciantes, de las religiones en pugna constante, de la fractura y la unidad, que mutaría con el trauma que supuso la Peste Negra a mediados del siglo XIV; el cuarto Mediterráneo (1350-1830), el de las transformaciones, las Ligas Santas, las diásporas y el de la llegada de “intrusos” como británicos y rusos; y por fin, el quinto Mediterráneo (1830-2010), el de la agonía, los cambios súbitos, el fin de los imperios, la fragmentación y el turismo de masas. Un mar que son muchos. Una historia que se nutre de pequeñas y grandes historias.


Pues este es el mar de los viajeros, los comerciantes y los guerreros que surcaron sus aguas, de este a oeste, de norte a sur, que crearon ciudades, imperios, factorías; el mar que siempre estuvo en constante movimiento. El mar de las historias que ya conocemos o de aquellas otras que nos parecen nuevas:  la historia de la judía Gracia Nasi, nacida Beatriz Mendes de Luna (siglo XVI), que puso en jaque el comercio en el Adriático cuando casi estranguló a la ciudad de Ancona con un boicot comercial. La historia de la Geniza, los mercaderes judíos establecidos en El Cairo en los siglos IX-XI y que se aprovecharon de la expansión económica (una de tantas) en un mar controlado por los califatos abasida, fatimí y cordobés. La historia de los comerciantes de púrpura, los fenicios, a los que Abulafia da una especial importancia en las primeras páginas de su libro, los primeros que navegaron de este a oeste y crearon unas pautas comerciales que se repetirían durante siglos. La historia de la Sicilia de los normandos en el siglo XI, centro del Mediterráneo por un tiempo, lugar de encuentro, disputa y acuerdo comercial entre cristianos, judíos y musulmanes. La historia de cómo Menorca pudo estar a punto de caer en manos rusas en el último tercio del siglo XVIII, con la aquiescencia británica (por oposición a los franceses), y también de los sueños utópicos del zar ruso Pablo I. La historia las diásporas judías del siglo XVII, una de muchas que padecieron, o la historia de Shabtai Zevi, un rabino que movilizó un movimiento popular y mesiánico en las regiones otomana del Mediterráneo entre 1650 y 1665, capaz de inquietar al sultán Mehmet IV… hasta que finalmente, ante la amenaza de una ordalía prefirió apostatar y convertirse al islam, aceptando un cargo de guardián honorífico en el palacio del sultán y dejando con un palmo de narices a sus muchos seguidores. La historia de los Abulafias, Abolaffios o Bolaffis, los antepasados del propio autor, que surcaron la aguas del mediterráneo  a lo largo de los siglos. Muchas historias…

Pues básicamente este es un libro que cuenta grandes y pequeñas historias, algunas ya conocidas, otras muchas no tanto. Un libro que nos cuenta momentos de auge y decadencia de ciudades como Alejandría, Amalfi, Génova, Venecia, Barcelona, Palermo, Constantinopla / Istanbul, Ragusa (Dubrovnik), Famagusta… tantas y tantas ciudades que saltean el Mediterráneo como las ranas alrededor de la charca que evocaba Platón. Sumergirse en este mar humano, esencialmente humano, supone mucho más que una navegación o un viaje: es adentrarse en el ADN de los pueblos que durante milenios se han ido sucediendo, unos detrás de otros. Y todo ello para mostrarnos el Mediterráneo como en «el lugar más vigoroso de interacción entre sociedades diferentes de este planeta, y [que] ha desempeñado un papel en la historia de la civilización humana que ha sobrepasado de largo el de cualquier otra extensión de agua» (p. 655).

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