Entre el mito y la historia, Troya sigue atrayendo el
interés de investigadores y aficionados desde que Heinrich Schliemann
encontrara en 1870 los restos de no una sino varias ciudades. ¿Existió la
guerra de Troya? ¿Son los poemas homéricos una fuente complementaria a las
evidencias arqueológicas? Quizá ya sea
el tiempo de superar estas preguntas y, en función de los numerosísimos datos
que tenemos a nuestra disposición, llegar a un estadio superior. La cuestión
quizá ya no sea si, existiendo Troya, hubo una guerra como la que los poemas de
Homero y sus sucesores (los homéridas) relataron, ni se debe hacer ya el
necesario encaje de las evidencias arqueológicas con los versos homéricos, o a
la inversa. En su libro En busca de la guerra de Troya (Crítica,
2013) –una obra que llega con retraso al mercado hispano, pues su revisada
tercera edición es de 2005 –, Michael Wood realiza ese paso ulterior y,
teniendo en cuenta la plausibilidad y, cómo no, el grado de especulación que
conlleva realizar algunas conclusiones, plantea claramente la existencia de una
guerra y destrucción del sitio troyano… aunque no necesariamente siguiendo el
guión homérico.
Con este libro de alta divulgación, Wood sigue el rastro de las excavaciones en Hisarlik, el yacimiento troyano: las realizadas por los alemanes Heinrich Schliemann y Wilhelm Körpfeld en el último tercio del siglo XIX, las del norteamericano Carl Blegen en la década de 1930 y los recientes trabajos del equipo encabezado por Manfred Korfmann (desde 1988 y hasta su muerte en 2005) y posteriormente Ernst Pernicka, vinculados a la universidad de Tübingen. Las campañas arqueológicas de Schliemann en Micenas, Orcómenos y Tirinto ampliaron el panorama, en la década de 1880, situando en el escenario a la civilización micénica, del mismo modo que a principios del siglo XX lo haría Arthur Evans en Cnosos (Creta), descubriendo la sociedad minoica. Del trabajo de todos ellos, incluidas la excavaciones en Pilos poco antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, el desciframiento de las tablillas escritas en lineal B por parte de Michael Ventris y la recuperación del imperio hitita (así como de diversos estados en Anatolia), surgieron multitud de datos sobre la cultura material que certificaron que existió una ciudad –llamémosla Troya, Ilion, Wilios o Wilusa– en la zona de los Dardanelos, con diversas fases de ocupación y destrucción. Este es el grueso del libro de Wood, la síntesis de muchos y múltiples trabajos sobre Troya… y sobre el período último del Bronce Final en el Próximo Oriente asiático. Pues en su libro el autor no sólo se centra en Troya, en su historicidad (más que demostrada) y en las evidencias arqueológicas. Surge ante nuestros ojos el relato de la sociedad micénica, del Gran Rey Agamenón… o llamémoslo como queramos. Un Gran Rey que, aceptado en el club de los soberanos con quienes el rey hitita se consideraba igual (junto al egipcio, el babilonio y, con más resquemores, el asirio), a tenor de algunas evidencias en la documentación hitita, por cuestiones de ambición pero también (y más importante) por el pillaje y el saqueo de oro, piedras preciosas, grano, caballos y mujeres hermosas, pudo iniciar, en colaboración con otros reyezuelos continentales, la expedición contra Troya. Pongamos los nombres que queramos, adecuemos (o no) el relato homérico, pero los datos recopilados muestran, en opinión de Wood, que hubo una campaña, una expedición y una destrucción de un sitio (llamémoslo Troya). Una guerra que sitúa, revisando la primera edición del libro, no más allá del año 1272 a.C., probablemente en época del rey hitita Mutawalli, aliado y protector de Wilusa o Troya, y que se realizaría mientras el soberano hitita estaba preocupado por vigilar su retaguardia asiria o incluso egipcia (no olvidemos que son las fechas de máxima conflictividad previas a la batalla de Kadesh, que enfrentaría al hermano de Mutawalli, Hattusili III, con Ramsés II).
Con este libro de alta divulgación, Wood sigue el rastro de las excavaciones en Hisarlik, el yacimiento troyano: las realizadas por los alemanes Heinrich Schliemann y Wilhelm Körpfeld en el último tercio del siglo XIX, las del norteamericano Carl Blegen en la década de 1930 y los recientes trabajos del equipo encabezado por Manfred Korfmann (desde 1988 y hasta su muerte en 2005) y posteriormente Ernst Pernicka, vinculados a la universidad de Tübingen. Las campañas arqueológicas de Schliemann en Micenas, Orcómenos y Tirinto ampliaron el panorama, en la década de 1880, situando en el escenario a la civilización micénica, del mismo modo que a principios del siglo XX lo haría Arthur Evans en Cnosos (Creta), descubriendo la sociedad minoica. Del trabajo de todos ellos, incluidas la excavaciones en Pilos poco antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, el desciframiento de las tablillas escritas en lineal B por parte de Michael Ventris y la recuperación del imperio hitita (así como de diversos estados en Anatolia), surgieron multitud de datos sobre la cultura material que certificaron que existió una ciudad –llamémosla Troya, Ilion, Wilios o Wilusa– en la zona de los Dardanelos, con diversas fases de ocupación y destrucción. Este es el grueso del libro de Wood, la síntesis de muchos y múltiples trabajos sobre Troya… y sobre el período último del Bronce Final en el Próximo Oriente asiático. Pues en su libro el autor no sólo se centra en Troya, en su historicidad (más que demostrada) y en las evidencias arqueológicas. Surge ante nuestros ojos el relato de la sociedad micénica, del Gran Rey Agamenón… o llamémoslo como queramos. Un Gran Rey que, aceptado en el club de los soberanos con quienes el rey hitita se consideraba igual (junto al egipcio, el babilonio y, con más resquemores, el asirio), a tenor de algunas evidencias en la documentación hitita, por cuestiones de ambición pero también (y más importante) por el pillaje y el saqueo de oro, piedras preciosas, grano, caballos y mujeres hermosas, pudo iniciar, en colaboración con otros reyezuelos continentales, la expedición contra Troya. Pongamos los nombres que queramos, adecuemos (o no) el relato homérico, pero los datos recopilados muestran, en opinión de Wood, que hubo una campaña, una expedición y una destrucción de un sitio (llamémoslo Troya). Una guerra que sitúa, revisando la primera edición del libro, no más allá del año 1272 a.C., probablemente en época del rey hitita Mutawalli, aliado y protector de Wilusa o Troya, y que se realizaría mientras el soberano hitita estaba preocupado por vigilar su retaguardia asiria o incluso egipcia (no olvidemos que son las fechas de máxima conflictividad previas a la batalla de Kadesh, que enfrentaría al hermano de Mutawalli, Hattusili III, con Ramsés II).
Por supuesto, no es más que una teoría más… aunque se
fundamenta en evidencias y datos. Pero no sólo se trata de buscar una fecha y unos
rivales en liza, ya sean Agamenón o Príamo, sino que Wood vuelve a analizar la
cuestión troyana, así como el debate en torno a la escritura de los poemas de
Homero (¿uno o varios aedos?), proporcionando al lector una vívida, amena y
contrastada obra de síntesis. Las conclusiones, conscientemente especulativas y
susceptibles de ser modificadas a medida que aparezcan más datos, muestran que,
en el escenario “internacional” del Próximo Oriente asiático en el Bronce Final,
la “guerra de Troya” fue un probable acontecimiento que disputaron los “griegos”
continentales contra un aliado de los hititas. Que el Egeo era un mar “aqueo” y
Troya un estado asociado al gran imperio hitita. Que probablemente Homero y sus
sucesores recopilaron fuentes orales (de ahí el Catálogo de las Naves, por
ejemplo) y sintetizaron recuerdos de un hecho del pasado, lo suficientemente
importante, el sitio y destrucción de Troya. Por supuesto, todo ello en sus
modestos términos, pues se trata de una ciudad que en su momento de esplendor
apenas tendría más de 5.000 habitantes, y el Gran Rey “aqueo” apenas podría
enviar, junto a sus aliados, unos pocos miles soldados).
El resultado es un amenísimo y vívido libro de síntesis,
acicate perfecto para indagar en la cuestión troyana (el lector puede echar un
vistazo a trabajos más especializados del Project Troia, por ejemplo,
así como repasar textos de Schliemann y Blegen). O para refrescar lecturas como
Troya y Homero: hacia la resolución de un enigma de Joachim Latacaz (Destino, 2003) o interesantes libros como La
guerra de Troya de Carlos Moreu (Oberon, 2005). O incluso releer El
reino de los hititas de Trevor Bryce (Cátedra, 2001), que merecería una
reedición actualizada a partir de la nueva edición en inglés de 2006.
Ah, Troya, evocas tantas
sensaciones todavía…
Resulta curioso que tras la época más álgida de la controversia (2000-05) las posturas han evolucionado poco. Hombre, que en la ciudad donde hoy está Hissarlik hubo una destrucción en un momento dado por entonces parece plausible; otra cosa es su motivo y alcance (si fue intencionado o no, p.ej). Aunque hay mucho de pique entre profesores, la controversia mantenida por Kolb y Hertel parecía tener razón en que son muy débiles los indicios materiales más allá de la ciudadela, la presencia de armas y evidencias de batalla o la presencia de cerámica micénica en el Mar Negro que testificase la importancia comercial del enclave. Otra cosa es la presencia micénica en Palestina con los filisteos de marras, todavía no explicada del todo. Lo único cierto a día de hoy y en lo que no se discute es que hubo un enclave (pequeñito), que fué destruido en un momento dado (no se sabe por quién) y que culturalmente se relaciona con la periferia hitita. Lo demás está bastante abierto a discusión, creo yo.
ResponderEliminarSalutes
No diria yo que no ha habido más evolucion desde la controversia de 2001-2002... pero para eso están las publicaciones especializadas. Este es un libro para un público mucho más amplio... y al que las querellas historiográfico-arqueológicas le interesan (o le pueden interesar) mucho menos. Es una obra de síntesis, no de debate académico; para eso nos vamos a la bibliografía que se aporta en Project Troia. Que siempre resultan de lo más estimulante... Aunque Wood entra en bastante materia, que conste.
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