1 de abril de 2013

Crítica de cine: Los últimos días, de Àlex y David Pastor

Una película apocalíptica, con una Barcelona devastada como escenario y las entrañas de la ciudad como refugio último. "Hay que verla", me dije en su momento. La idea inicial de los hermanos Àlex y David Pastor es muy atractiva: de un día para otro, la población del mundo empieza a sentir un ataque hiperbólico de agorafobia, salir a la calle supone no sólo un miedo atroz a algo desconocido sino incluso la muerte (más por el susto que por otra cosa). Y es lo que le sucede a Marc (Quim Gutiérrez), que se ve atrapado en su lugar de trabajo durante tres meses, sin poder salir, igual que el resto de empleados del edificio, de la ciudad o del mundo. Pero decide salir (el muchacho se lo ha pensado mucho, tres meses...), pues necesita saber qué ha sido de su novia Julia (Marta Etura), si sigue viviendo en el hogar de ambos, si sigue viva, de hecho... Le acompañará un rudo ejecutivo de recursos humanos, Enrique (José Coronado), que tiene un GPS (ideal para guiarse por el subsuelo, según creen), y que quiere saber qué ha sido de su padre, ingresado en un hospital. A partir de ahí empieza una película que es un poco de todo: rollo apocaliptico, buddy movie, aventuras y drama con vocación de thriller. Y particular ida de olla en el epílogo...

Lo cierto es que jugando con tantas teclas parecía dificil decepcionar. Pero quizá la saturación de géneros, el exceso de ambición, los clichés y tratar de sintetizarlo todo en algo menos de dos horas sea lo que acaba pasando factura a esta película. Empieza bien, con una estética parecida a The Road, crea expectativas con la caminata por las vías del metro (linea 9, por cierto, construida y aún a medio terminar), la secuencia en la (ficticia) parada de Sants Estació (a lo Hijos de los hombres)... pero luego se mete en sendas ya visitadas: la buddy movie de turno, de la incomprension mutua (pero la necesidad aprieta) a forjar una auténtica relación de amistad; secuencias que distraen al espectador o se meten con calzador (la lluvia, la pelea con el oso), más interés en mostrar lo de fuera que en comprender ese miedo primario que sienten los protagonistas por salir a la calle... Porque ahí es donde la película flaquea: tienes una historia inicial más que interesante (la supervivencia en las entrañas de la ciudad, el metro como metáfora de arterias urbanas, una idea que siempre me ha interesado, el miedo atávico a lo desconocido), y lo malgastamos todo con una película que acaba siendo tópica, demasiado pendiente de mostrar referentes al espectador (sólo les falta poner un cartel que ponga "¿a qué película homenajeamos?"), con un final increíble en todos los sentidos (y eso que ya partimos de la idea de dejar en casa los apriorismos y la suspensión de la incredulidad). Vamos, que para llegar a El lago azul o Mecanoscrit del segon origen quizá no hacían falta estas alforjas.
Y sin embargo... no es una mala película. Es quizá un quiero y al final un no puedo. Un intento de hacer algo como lo que se suele hacer en Estados Unidos como churros y en plan industrial (no en balde ambos directores ya estuvieron allende el charco creando una película como Infectados). También es una película honesta, con pretensiones, sí, pero honesta y realizada con cariño. Y se nota la pasión de un guión que juega con los clichés habituales pero que tampoco es (excesivamente) una tomadura de pelo (o no más de lo que suele ser convención en el género). No lamentas los 9,40 € de la entrada, pero tampoco esta película va a dejar poso en la media distancia. Por otro lado, cuando las cosas se complican y los portagonistas las pasan canutas en la selva de Sants Estació, por un segundo esperé escuchar al personaje de José Coronado que dijera "rock and roll" antes de liarse a hostias con media corte de refugiados...

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