Ser explorador no era fácil. Si las
enfermedades no lo mataban a uno, debía lidiar con reyezuelos africanos que,
según su capricho o su (permítaseme el epíteto) xenofobia, vetaban la presencia
de hombres blancos (si es que directamente no los atacaban); y eso sin dejar de
lado las inclemencias climatológicas, la feracidad de la selva o el ataque de
animales salvajes. Tampoco vamos a ofrecer un panegírico del explorador blanco,
en ocasiones aliado con traficantes de esclavos, dispuesto a hacerse camino a sangre
y fuego, negociando con abalorios y telas con esos reyezuelos, pagando poco o
maltratando a porteadores de tribus que a veces tenían que defenderse (con o
sin la ayuda del explorador) de las emboscadas de tribus enemigas. Luego estaba lo que se esperaba de un
explorador en su propio país. Al respecto, Richard Burton, a quien se le pueden
criticar muchas vilezas, no estaba del todo errado cuando se quejaba de que «el
viajero angloafricano en este momento del siglo XIX [1872] es un profesional
que tiene demasiado trabajo […] pues se espera de él que revise y observe, que
registre datos meteorológicos y trigonométricos, que cace y diseque pájaros y
otros animales, que recoja muestras y teorías geológicas […] que haga avanzar
los estudios todavía en pañales de la antropología, que lleve las cuentas, que
haga dibujos y escriba un diario extenso y legible […] y que envíe largos
informes para que los miembros de la Royal Geographical Society no
se queden dormidos durante sus sesiones» (Zanzibar: City, Island and Coast, vol.
II, pp. 222-223). No era fácil la tarea del explorador…
John Hanning Speke |
Tim Jeal (n. 1945), autor de
biografías de Livingstone y Stanley, acerca al lector a la época de las grande
exploraciones en busca de las fuentes del Nilo en la primera parte de su libro
(la más sustancial y «aventurera»), mientras que en el segundo tramo explica
las consecuencias. Exploradores vs. Políticos, política y Gobiernos, así
podríamos resumir la dicotomía de En busca de las fuentes del Nilo
(Crítica, 2013). Los exploradores lucharon entre sí por muchos motivos (ego,
orgullo, aventura, fama, la ciencia, Inglaterra…) por encontrar, cada uno desde
rutas diferentes, el lugar donde nacía el Nilo Blanco. Burton estuvo convencido
que nacía en el lago Tanganica; Speke (con la ayuda de Grant) acabaría
llevándose al gato al agua, gracias a las posteriores expediciones de Stanley,
que confirmó su teoría, de que cabía concederle el lugar de nacimiento al lago
Victoria, que descubrió pero apenas pudo explorar a fondo; su legado lo recogió
el propio Stanley, que realizaría las expediciones más extensas (también las
más fracasadas a título personal) y que pondría las bases, voluntaria e
involuntariamente, al proceso colonizador (digámoslo claro, al reparto de la
tarta africana confirmada en la conferencia de Berlín de 1884-1885).
Livingstone se obsesionó con el río Lualaba, y aunque sus motivos fueron a
priori los más desinteresados (y murió en su empeño), se negaba a aceptar que
otro explorador consiguiera llegar a meta. Baker siguió parte de la senda de
Speke y descubrió, acompañado de la joven Florence von Sass, el lago Alberto.
Todos ellos lograron mucho más de lo que esperaban: gracias a sus expediciones escribieron
páginas hasta entonces en blanco sobre la geografía del África central,
pusieron en contacto a la civilización occidental con los diversos reinos que
con el tiempo formarían (mezclados y divididos entre sí) países como Uganda,
Ruanda, Burundi, Tanzania, Kenia y el Congo. Sus aventuras nos resultan
pioneras, sus avatares azarosos y su nombre quedó grabado en letras de oro en
el imaginario colectivo. La suya fue una época de gloria, esperanza (su lucha
contra el tráfico de esclavos) y conocimiento.
Pero el legado sería
el que quizás les habría deprimido más; especialmente a hombres como
Livingstone y Speke. En la década de 1880, cuando los gobiernos británico,
francés y alemán vieron que la utilidad práctica de las expediciones precedentes
iba mucho más allá de los nobles propósitos de la ciencia o la mera exploración,
y cuando Leopoldo II de Bélgica contrató a Stanley para que sentara las bases
de lo que sería pronto el Estado Libre del Congo, la política y la
geoestrategia pesaron más en la balanza. Y se produjo la lucha contra el Mahdi
en Sudán, las disputas entre Pierre Sarvognan de Brazza y Stanley por el
control de las dos orillas del río Congo, las constantes campañas contra el tráfico
de esclavos (finalmente erradicado aunque a la postre transformado en otra práctica),
las mezquinas e ignorantes decisiones que dividieron tribus africanas entre sí
por colonias dibujadas con tiralíneas… Sus consecuencias llegan hasta la
actualidad, sobre todo en dos casos: por un lado, hay que buscar en las
querellas alrededor de la región de Ecuatoria las raíces del conflicto civil en
Sudán que se alargó durante décadas en
el siglo XX y que en 2011 se solucionó
a medias con la independencia de Sudán del Sur. Por el otro, Uganda,
aglutinador de regiones como Bunyoro, Ankola, Busoga y Buganda y tribus como
los acholi, se convirtió desde su formación como colonia británica en un nido
de conflictos étnicos, de los que la metrópolis se desentendió con la
independencia del país en 1962 y que no se han resuelto a día de hoy.
El resultado es un libro amenísimo, evocador y quizá todo un descubrimiento de unos escenarios y una época. Y unos personajes: sería largo resumir aquí las numerosas mentiras que Burton dijo de Speke y sus expediciones, empezando por las que ambos compartieron en Somalia y en la ruta hacia el lago Tanganica; las ambiciones de Speke y su desencanto al no recibir la gloria de sus colegas británicos; Stanley y el modo en el que (re)inventó su propia vida y proyectó encontrar a Livingstone y acompañarle en sus exploraciones; el papel de Baker en la región de Ecuatoria y su ambivalente relación con Speke y Grant; o las contradicciones (y el orgullo) de un Livingstone que navegó entre la predicación cristiana, la denuncia de la esclavitud y la obsesión por avanzar siempre hacia adelante aun costándole la vida. Al final, el lector quedará seducido por las aventuras de estos pioneros, sus virtudes y defectos, y quizá comparta la conclusión de Tim Jeal: «Los exploradores del Nilo abrieron África al interés de los occidentales en una época en la que cada año se producían nuevas devastaciones en zonas todavía más grandes del continente. El valor y la visión de este pequeño grupo de hombres no son menos loables por el hecho de que en el siglo XX no se hicieran realidad las esperanzas que abrigaban para el futuro de las regiones que ellos revelaron a los demás a costa de tantos inconvenientes y penalidades. Como tampoco han perdido su valor los planteamientos de los defensores de los principios humanitarios del siglo XIX por el hecho de que los gobiernos posteriores de Europa y África no hayan estado a la altura de sus ideales» (p. 520).
Stanley "encuentra" a Livingstone (1871) |
El resultado es un libro amenísimo, evocador y quizá todo un descubrimiento de unos escenarios y una época. Y unos personajes: sería largo resumir aquí las numerosas mentiras que Burton dijo de Speke y sus expediciones, empezando por las que ambos compartieron en Somalia y en la ruta hacia el lago Tanganica; las ambiciones de Speke y su desencanto al no recibir la gloria de sus colegas británicos; Stanley y el modo en el que (re)inventó su propia vida y proyectó encontrar a Livingstone y acompañarle en sus exploraciones; el papel de Baker en la región de Ecuatoria y su ambivalente relación con Speke y Grant; o las contradicciones (y el orgullo) de un Livingstone que navegó entre la predicación cristiana, la denuncia de la esclavitud y la obsesión por avanzar siempre hacia adelante aun costándole la vida. Al final, el lector quedará seducido por las aventuras de estos pioneros, sus virtudes y defectos, y quizá comparta la conclusión de Tim Jeal: «Los exploradores del Nilo abrieron África al interés de los occidentales en una época en la que cada año se producían nuevas devastaciones en zonas todavía más grandes del continente. El valor y la visión de este pequeño grupo de hombres no son menos loables por el hecho de que en el siglo XX no se hicieran realidad las esperanzas que abrigaban para el futuro de las regiones que ellos revelaron a los demás a costa de tantos inconvenientes y penalidades. Como tampoco han perdido su valor los planteamientos de los defensores de los principios humanitarios del siglo XIX por el hecho de que los gobiernos posteriores de Europa y África no hayan estado a la altura de sus ideales» (p. 520).
Tiene buena pinta.
ResponderEliminarLa verdad es que es uno de esos temas apasionantes, por la mezcla de aventura y romanticismo que tuvieron algunas de estas expediciones, aparte de su valor científico, claro.
Yo creo que, en buena parte, nos retrotraen a todos, un poco, al menos, a aquellos libros de aventuras con los que muchos nos iniciamos en nuestra pasión lectora. Y es que, una vez más, se demuestra que la Historia es la más apasionante de las aventuras.
¡Ah! y la portada es muy chula.
Mientras lo leía constantemente me acordaba de 'Las minas del rey Salomón'...
ResponderEliminarMuy interesante y muy caro. Esperaré a la versión paperback en inglés.
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