4 de enero de 2013

Crítica de cine: The Master, de Paul Thomas Anderson

Cuando acabó la película, en una sala de cine con apenas una docena de espectadores en una primera sesión de tarde, me quedé un rato sentado en la butaca, a medida que iban pasando los títulos de crédito. Por un lado trataba de saborear las últimas sensaciones que The Master me había ofrecido; por otro, también barruntaba alguna valoración general. Pero lo cierto es que la pregunta que surgía en mi mente era: "¿se ha superado Paul Thomas Anderson con esta película?". Mi primera respuesta mental era a su vez una pregunta: "¿para bien o para mal?", para a continuación pensar: "¿dónde quedó el Paul Thomas Anderson de Boogie Nights o Magnolia?". Para bien o para mal. Pues mi primera conclusión es que no estamos ante el mismo director; y eso es bueno, pues a sus 42 años, Anderson ha madurado y crecido como director y guionista. Lo último ya lo tenía claro con las dos películas mencionadas, añadamos Sydney e incluso una obra menor como Punch Drunk Love. Es el guionista que nos ofrecía en sus tres primeras películas un universo coral, un retrato de diversas etapas de la sociedad estadounidense; era un escritor nato, como lo es Cesc Gay a su manera. Con Pozos de ambición adaptaba una novela de Upton Sinclair para llevarnos a una particular historia personal del capitalismo, abandonaba un estilo que ya era marca de la casa y ofrecía un relato denso, desarraigado, estilísticamente audaz y con una secuencia final que, no sé los demás espectadores, pero a mí casi me levantó de la butaca. En The Master encontramos a un Paul Thomas Anderson evolucionado, muy evolucionado, menos accesible, narrativamente más osado y quizá pensando menos en la tesitura de contar una historia al uso. No es cine de palomitas, que quede claro; ni tiene por qué serlo, como tampoco lo era Pozos de ambición

Desengáñese el espectador si, leyendo sinopsis, artículos y reportajes en revistas de cine, piensa que va a encontrarse (solamente) con una historia que trata, con otros nombres, sobre L. Ron Hubbard y los orígenes de la Iglesia de la Cienciología. Sí, es fácil hacer paralelismos y es evidente que Lancaster Dodd (excepcional, como ya nos tiene acostumbrados Philip Seymour Hoffman) tiene mucho de Hubbard. Tampoco es (exactamente) una pelicula sobre una secta y el modo de captar acólitos (una apuesta más cercana a ese aspecto es Martha Marcy May Marlene). Y, sin embargo, ambas cuestiones aparecen en esta película,, pero no son (únicamente) los temas a tratar. Pues la película se sumerge en un período concreto, los años inmediatamente posteriores al final de la Segunda Guerra Mundial, vividos por un soldado de la Marina que trata de iniciar una nueva vida. Que Freddie Quell (sensacional Joaquin Phoenix), sobre quien pivota la trama, no se adapta a la vida de civil es más que evidente viendo sus vivencias en los primeros minutos del metraje: alcohólico, inestable, evidenciando carencias emocionales (y un pasado familiar más que complejo y nunca del todo mostrado al espectador). Es evidente, se podria argüir, que un personaje como Freddy era susceptible de caer en las garras de Dodd y su secta (La Causa), pero lo interesante es que no resulta un acólito sometido al 100% ni incapaz de dejarse llevar por su propio criterio. Gran parte de la película, echando mano de elipsis constantes y de primeros planos que nos muestran a un desencajado y prematuramente envejecido Freddie, es la historia de su abducción, o al menos los intentos por parte de un paciente Maestro Dodd. 


Sí, es la historia de una secta, de sus inicios, de cómo Dodd y su esposa Peggy (Amy Adams) tratan de llevar con puntos de vista hasta cierto punto divergentes el rumbo de un grupo que va de ciudad en ciudad captando seguidores. De cómo no siempre consiguen sus propósitos, de cuál es la esencia de doctrina que Dodd cuenta. De momentos surrealistas (¿es parte de la inestabilidad mental de Freddie el hecho que de pronto vea a las mujeres desnudas durante una performance de Dodd?), de salidas de tono del Maestro, de lo inquietante que en no pocas ocasiones resulta Peggy (más incluso que Dodd). Pero es bastante más; es una particular radiografia de un estado de ánimo: el de una generaciòn sin rumbo tras el final de la guerra, el de una adormecida sociedad (a pesar de la victoria), el de charlatanes que se aprovechan de todo ello. La película es de ritmo desigual (y no precisamente en un sentido negativo): Anderson da viveza al relato cuando conviene, lo ralentiza cuando quiere potenciar algún elemento (habitualmente relacionado comn Freddy). La musica de Jonny Greenwood (componente de Radiohead) atrapa al espectador sin desasosegarlo (como sucedía en Pozos de ambición). 


Una película, pues, no apta para todos los públicos (desde luego no el que busque una historia sensacionalista). De visionado siempre sorprendente, me atrevería a decir. Para bien o para mal. Y lo vengo repitiendo ya por tercera vez, pues aunque la película me ha parecido magnífica, (injustamente) echo de menos al Paul Thomas Anderson de Magnolia. Pero, claro, siendo esta una de mis películas fetiche... Por cierto, ¿podría ser Lancaster Dodd el precursor de Frank T.J. Mackie?

No hay comentarios:

Publicar un comentario