25 de enero de 2013

Crítica de cine: Coriolanus, de Ralph Fiennes

Coriolanus es una de las obras menos representadas del repertorio del Bardo (al menos por estos lares), y sin embargo es de las que tienen un calado político más hondo. La historia de Cayo Marcio Coriolano, que en los albores de la República romana traicionó a su patria, uniéndose al enemigo volsco, para caer rendido a las súplicas de su madre, remite a la lucha contra las tiranías y es toda una lección sobre la esencia del poder. La Roma que Tito Livio presenta a través de la historia de Coriolano es la de luchas constantes en el interior de la ciudad y el combate con las ciudades latinas: en Corioli, en territorio volsco, Marcio vence y consigue el cognomen de Coriolanus. Pero su soberbia, su altanería con el populus (con la plebs, en cierto modo), mostrando unos modos autoritarios (a diferencia del senador Menenio Agripa, su aliado pero con otras tácticas), le granjean el destierro, que se convierte en traición cuando Coriolano acude a los volscos para encabezar la guerra contra Roma. Shakespeare recoge de Livio y de la biografía plutarquiana del personaje la esencia de una trama compleja pero también absorbente. Ralph Fiennes, que ya había interpretado al personaje en las tablas londinenses hace unos años, asume el proyecto de llevar la historia al celuloide, al tiempo que traslada la acción, los escenarios, el atrezzo, al pleno siglo XXI... aunque más bien resulta una lectura del crepuscular siglo XX. 

Se cambia la Roma de los inicios republicanos por los escenarios en Belgrado y Montenegro; la estética del péplum se troca por la de soldados armados con fusiles de asalto, tanques y coches modernos; los senadores lucen trajes en vez de togas y un plató de televisión puede ser el escenario para una escena cumbre de la obra. Teléfomos móviles que graban, noticiarios al puro estilo CNN, todo se lleva a la actualidad para recuperar la esencia de la obra de Shakespeare, intemporal, eterna, reinterpretada. Y todo ello lo consigue Fiennes con naturalidad y recogiendo los diálogos shakesperianos en boca de personajes muy creíbles. Mientras Fiennes asume el rol del adusto Coriolano, Gerard Butler se mete en la piel de su mayor enemigo en el exterior, el volsco Tulo Aufidio, en quien hallará cobijo cuando su patria le expulsa. Brian Cox, como el senador Menenio, lidia con Coriolano y sus enemigos, los tribunos de la plebe Sicinio y Bruto (y algunas voces críticas en la muchedumbre), mientras Vanessa Redgrave, alternando trajes militares y vestidos sobrios, llena con su interpretación el papel de Volumnia, la madre de Coriolano. Jessica Chastain es Virgilia, esposa de Coriolano. Todos interpretan las frases de un guión que bebe de la obra del Bardo, la actualiza y consigue darle una visión novedosa. Nueva pero en el fondo ya tratada por Shakespeare. Ahora la película denuncia los peligros de delegar el poder en manos de militares ambiciosos, rudos, acostumbrados a desempeñar su poder sin cortapisas en el escenario bélico, pero incapaces de adaptarse a las necesidades de gobernar según reglas (más o menos) democráticas.

La película tiene múltiples lecturas: es la historia de la fragilidad de un régimen en sus primeros años; es el miedo a dejar que próceres poderosos se conviertan en tiranos como los Tarquinos; es el abandono que las instituciones, que han elevado a aquellos que han hecho el trabajo sucio fuera de los muros de la ciudad, para luego abandonarlos a la furia de demagogos ávidos de poder. Se podría incluso ver en este Coriolano a un proto-fascista. Quizás el ritmo del filme esté descompensado: hay un mayor detalle en la primera hora larga de metraje, mientras que la parte final se acelera en pos de un final ya anunciado de antemano. El personaje de Aufidio parecía prometer más al principio, y a la postre se difumina, recuperando (o pareciendo querer recuperar) mayor intensidad en el tramo final. Sin duda, Volumnia tiene una enorme fuerza (la Redgrave consigue llenarlo), pero el de Virgilia queda en un hasta cierto punto incomprensible plano secundario.

Por lo demás, Coriolanus resulta una interesante apuesta: dura, densa a ratos, con mucha crítica política de fondo, y que demuestra que las obras de William Shakespeare (como han demostrado Titus o Cesare deve morire) son más actuales que nunca.

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