28 de noviembre de 2012

Crítica de cine: En la ciudad, de Cesc Gay

Cesc Gay suele tomarse su tiempo en hacer películas, habitualmente cada tres años: con Kràmpack (2000) adaptó una obra teatral de Jordi Sánchez, encargándose del guión. En 2003 presentó En la ciudad, quizá su mejor película, la que mejor refleja su manera de concebir el cine. En 2006 dejó a muchos algo fríos con Ficció(n), una película de trama algo inexistente pero que mantenía al espectador (al menos a quien escribe estas líneas) lo suficientemente interesado en un personaje en crisis y en sus silencios y temores. Con V.O.S. (2009), Gay nos acercó a cine dentro del cine alrededor de dos parejas. Y en breve llegará Una pistola en cada mano. Pero mientras tanto podemos repasar su filmografía y deleitarnos, cada cierto tiempo, en películas como En la ciudad, una película que el propio Hay suele definir como uno  de esos filmes en los que importa más (indagar en) lo que no se habla que en lo que se dice; a la contra, Ficció(n) se podría resumir como la película en la que (prácticamente) no pasa nada. Montada inicialmente en función de una secuencia que a la postre se dejaría para el final, En la ciudad nos acerca a un grupo de treintañeros en la Barcelona post-olímpica y coetánea al denostado Fórum de las Culturas. La ciudad, pues, se erige en coprotagonista pero sin restar un ápice de interés a unos personajes a los que Gay presenta sin juzgar. Que el espectador se acerque a ellos y elabore sus propios juicios de valor.

Mario (Eduard Fernández) es introvertido y sus silencios son más elocuentes que sus pocas palabras. Arquitecto casado con una actriz, Sara (Vicenta N'Dongo), descubrirá el affaire que ésta mantiene con un compañero de profesión (Pere Arquillué), pero en lugar de montar una escena, se lo calla todo para sí. Asistimos a su orgullo herido, al dolor por la traición cometida, a la mentira que se construye a su alrededor y de la que, en el fondo, él mismo es partícipe. Una relación volátil con una camarera (Leonor Watling) no servirá para que se tome la venganza; de hecho, en la secuencia de ambos en la cama, el espectador se queda con la sensación de que Mario se ha dejado llevar a algo que en realidad no deseaba pero que tampoco tenía la voluntad necesaria para negarse. Uno se queda con la sensación de que, por no abrir la boca, por no decir "pues no, no me apetece", Mario accede a un momento de sexo que no le ha satisfecho ni tampoco le ha desagradado. Mario pasa por esa secuencia como en ocasiones parece que pasa por la película: de puntillas, pero dejando la suficiente estela para que todos nos preguntemos "¿dónde está Mario?". En la secuencia del restaurante, cuando Sara y su ya ex-amante se encuentran y se produce una situación incómoda que sólo puede solucionarse con una conversación de ascensor, Mario saca la dignidad que desde el principio reclama. "Yo sólo quiero que todo vuelva a ser como siempre ha sido, como antes", le dirá a una Sara compungida, avergonzada, cazada en su engaño, pero a la que, casi de un modo involuntario, no prejuzgas no condenas. "Ya sabes cómo soy", le dice Mario cuando en otra secuencia ella le echa en cara sus silencios, su aparente apatía, su callada manera de afrontar las cosas. Pero Sara sabe que no es inocente cuando, en una comida con Sofía (Mamen Pujalte), Irene (Mònica López) y Eva (Carme Pla), surge el tema de la infidelidad. Su rebelión a ser considerada "la otra" es la chispa del fuego que la consume, pero Gay es sutil y no apostilla en exceso alrededor de la cuestión. No es necesario.


No es necesario tampoco escudriñar en Irene, en el secreto que surge paulatinamente a lo largo de la película y que la lleva a tomar una decisión: irse de casa. Quizá el talento de Cesc Gay como guionista se muestre en esa secuencia final: todos acuden a casa de Irene y su marido Manu (Chico Amado) para celebrar el cumpleaños de la primera. Se muestra el regalo para la homenajeada (hasta cierto punto resulta irónico que sea una bicicleta, precisamente cuando ha tomado la decisión de marcharse). Se hacen todos una foto a su alrededor. Se sientan a comer. Manu comienza a servir los platos. De pronto vemos como el rostro de Sara se pone serio: delante suyo, Irene se ha echado a llorar, apenas en silencio, luego sollozando cuando todos se la quedan mirando y Manu le pregunta que qué le pasa. ¿Llora Irene porque quería irse y se siente atrapada en esa reunión de amigos? ¿Llora porque se siente una cobarde? Durante toda la película hemos asistido a la construcción de Irene como personaje: introvertida como Mario, a diferencia de éste no deja que las cosas pasen y toma decisiones: aborta sin decirle a Manu que está embarazada, se muestra cortada ante el encuentro con una vieja amiga pero más tarde no duda en ir a por ella y mantener una relación sexual; se abre a sí misma (y a los que la observamos) y toma una decisión que finalmente queda en el aire. Mario y Sara han resuelto lo suyo, ¿cómo quedará lo de Manu e Irene? 

Del mismo modo, la relación de Tomás (Alex Brendemühl), profesor de música, con una alumna, Anna (Miranda Makaroff), podría ser asumida como totalmente inapropiada por el espectador. Cuando se reúnen en la comida de cumpleaños de Irene, Mario (tío de Anna) descubre lo que hay entre los dos. "Tiene catorce años", le dice a Tomás. Con tres palabras se resume el reproche que tácitamente el espectador puede sentir a lo largo de la película. "Tiene dieciséis", zanja Tomás, y la cosa queda ahí. La película comenzaba con Tomás y Anna en la cama; se acaban de acostar, luego asumiremos que era su primera vez (y que también lo era para la propia Anna). Y, como Mario con la camarera, nos queda la sensación de que Tomás se ha dejado llevar, arrastrado por la ilusión (y el enamoramiento adolescente) de una muchacha que asume las riendas de la imposible relación. Tomás no opone reparos, pero en ocasiones trata de de cortar el asunto. Incluso cuando le plantea a Anna que ha decidido volver con su esposa, por el bien de su hijo Teo sobre todo, Anna no da señal de que asuma que la relación ha terminado. E implícitamente no ha terminado pues ambos acuden juntos al cumpleaños de Irene, dando carta de presentación oficial a la relación.


En cambio Sofía constantemente toma decisiones, probablemente equivocadas. Contaba Cesc Gay en una entrevista que el personaje de Sofía estaba basado en una amiga suya que mentía constantemente, que todos sabían que mentía pero que nadie se lo hacía saber. Sofía vive sola pero desea tener una relación, aunque no sea perfecta ni lo que ella en el fondo deseaba. Se hace ilusiones con Eric (Eric Bonicatto), con quien se ha acostado, y como en el cuento de la lechera se monta (y lo deja patente delante de sus amigas) una historia de amor que en realidad no ha sucedido. Sin haberlo presentado en sociedad, sitúa a Eric como su pareja, hasta que, cuando éste no da señales de vida durante unas semanas, decide (públicamente) terminar la relación. Es entonces cuando se acuerda de Andrés (Jordi Sánchez), el profesor de filosofía que la ronda en la librería donde ella trabaja, cuyas invitaciones ha declinado (con poco tacto), y con quien decide iniciar una relación que en el fondo no desea; sólo llena el vacío que no existe, el vacío de la relación de pareja que no tiene con Eric. Cuando éste reaparece, Sofía rompe con Andrés con la misma facilidad con la que decidió emparejarse con él, para luego descubrir que lo que Eric le plantea (un affaire sexual a espaldas de su esposa) no es lo que quiere... y nunca ha querido. Mario, Irene, Tomás y Sofía se acercan de diversas maneras a situaciones que surgen, se plantean... o se inventan.

Por el camino queda un grupo de barceloneses de clase media, en años de cierta bonanza económica, con unas vidas aparentemente grises y aburridas, pero que en realidad se intuye que tienen más matices de lo que parece a primera vista. Los deseos soterrados que surgen de pronto, los miedos a estar solos, los egoísmos que no llenan ni sacian, los sentimientos de los diversos personajes son cotidianos, sencillos y claramente identificables (y asumidos como propios) por el espectador. Cuando ves En la ciudad inevitablemente tienes la necesidad de identificarte con los personajes, aunque sean opuestos a ti, aunque hagan cosas que tú no harías o no has hecho. El otoño que sucede a lo largo de la película (metafóricamente una etapa de nostalgia, tristeza y desamparo) se erige en estación vital de unos personajes, de una ciudad reconocible pero no vistosa... y de unso espectadores que nos conmovemos con lo que vemos, que no juzgamos ni condenamos. Y no porque en el modo de ser mostrados no merezcan un juicio de valor por nuestra parte, sino porque en el fondo, ellos son nosotros y nosotros somos ellos. 

Por eso siempre apetece ver esta película...

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