Sobre Catalina de Aragón
(1485-1536) pesa la imagen de ser la esposa repudiada por Enrique VIII de
Inglaterra (1491-1547). El divorcio de ambos, no reconocido por la Iglesia
católica, abrió la senda para la una ruptura de enormes consecuencias para la
historia británica, no sólo inglesa: el rey quebró la supremacía espiritual del
Papa de Roma, asumió él mismo esa primacía en sus reinos y creó las bases de la
Iglesia anglicana. A día de hoy, la reina de Inglaterra sigue siendo la cabeza
de la Iglesia anglicana, de hecho. Y todo procede de un rey que, en busca de un
heredero varón aun teniendo una hija –la futura reina María I (1516-1558)–,
rompe abiertamente con su esposa, aludiendo a un versículo del Levítico que
reprendía a quienes se casaban con la esposa de un hermano. La vida íntima de
Catalina salió a la palestra y se discutió públicamente acerca de si la reina
perdió la virginidad con su primer marido o, como afirmaba ella, con el
segundo. Cogido con pinzas, el argumento del rey fue perdiendo fuerza, pero no
su determinación: divorciarse de Catalina para casarse legalmente con una dama de la corte de su esposa, Ana Bolena
(1500-1536). Se inició un largo proceso en 1527 que no terminó con la muerte de
Catalina, pero que para entonces había dinamitado las relaciones entre los
Tudor y los Habsburgo, aunque sin llegar a una ruptura definitiva. Catalina
fallecería sin que sus peticiones de ayuda a su sobrino, el emperador Carlos V,
llegasen a nada serio.
Giles Tremlett, antropólogo de
formación y periodista de oficio (es corresponsal del periódico The Guardian en España), asume el reto
de relatar la vida y la época de este personaje en Catalina de Aragón: reina de Inglaterra (Crítica, 2012). Y lo hace
con amenidad y un estilo que algunos podrían decir que ligero. Lo cierto, sin
embargo, es que el autor se ha empapado de las fuentes de la época, ha
rastreado archivos en España y el Reino Unido, cotejado la correspondencia de
los protagonistas de esta historia, y ha escrito un libro que merece ser leído.
Un libro con dos partes claras. En la primera, se relata la biografía de
Catalina, hija de Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón (y V de Castilla),
que desde su más tierna niñez estaba prometida a Arturo, príncipe de Gales, el
heredero del trono inglés que habría de traer la paz y la estabilidad al reino
tras la azarosa y larga Guerra de las Dos Rosas. Educada en una corte
itinerante, criada durante dos años en Granada, a los quince años fue enviada a
Inglaterra para casarse con un príncipe que apenas fue su marido unos meses.
Para los padres de ambos príncipes, la muerte de Arturo fue un serio
contratiempo: las relaciones diplomáticas entre los Trastámara y los Tudor podían
resentirse, pesando además la dote de la infanta española (que el rey Tudor
siguió exigiendo). El matrimonio de Catalina con Enrique, hermano menor de
Arturo y nuevo heredero al trono, fue decidido casi enseguida y la princesa ya
no regresó nunca a la península. Un matrimonio que se celebraría cuando Enrique
VIII subió al trono. Para entonces, la prioridad del nuevo rey era asegurar su
descendencia, siendo consciente de que la dinastía Tudor necesitaba estabilidad.
Una hija llegó, María, pero los diversos abortos de la reina impidieron el
nacimiento de un heredero varón. Para entonces, Catalina se había convertido en
algo más que la esposa del rey: regente durante la ausencia de Enrique –que
emulaba en Francia las cabalgadas de sus antepasados Plantagenet–, Catalina
asumió las riendas de Inglaterra durante la breve guerra contra Escocia –que
finalizaría con una derrota aplastante y la muerte del rey Jacobo IV, a la
postre cuñado de Enrique–. Su labor como consorte le granjeó, a su vez, el
apoyo de la población inglesa, que una mañana se despertó sobresaltada por la
decisión del rey de romper unilateralmente su matrimonio con Catalina.
Giles Tremlett |
El libro de Tremlett, pues,
indaga en la biografía de Catalina y en su
posición como reina de Inglaterra, sin dejar de recordar los lazos de la
hija de los Reyes Católicos con su tierra natal. Catalina incluso ejerció
durante años como la auténtica embajadora de su padre en Londres, tratando de
aplacar los recelos primero de Enrique VII y posteriormente de su hijo.
Curiosamente, el perfil de Enrique VIII en su juventud, apegado a un código
caballeresco y decidido a ejercer un papel como rey combatiente, chocó con el
pragmatismo (más bien maquiavelismo) de Fernando el Católico, que prometió y no
cumplió, que empujó al soberano inglés en expediciones y luego se quedó en
tierra. Catalina medió entre la lealtad a su padre y la ligazón a su marido y a
su nueva patria; que más tarde Enrique quisiera olvidar de un plumazo todo lo
que Catalina había hecho por él y por Inglaterra, que la tratara como una
repudiada, que pusiera en duda su virginidad (algo que, por muchos procesos
públicos que se hicieran, sólo podía saber la propia Catalina) y que finalmente
la apartara por una dama de su propia corte, todo ello pesó en la determinación
de la reina de no ceder.
Vale la pena, pues, acercarse a
este libro.
Un gran libro, me encantan los libros de historia pero normalmente me decepcionan porque son muy subjetivos y poco realistas porque intentan ponerse de parte de alguien. Este es lo mejor que he visto en ese tema porque se deja normalmente de valoraciones y habla de hechos situaciones y frases que realmente dijeron asi que es un libro que además de historia va con la verdad por delante.
ResponderEliminarMucha gente juzga a Catalina como una reina dócil lo que demuestra la poca información que hay en realidad, esta mujer fue una gran reina que hizo mucho mas que plantar cara al rey a los 40 años y agradezco libros como este que revelan toda su historia
Una de las reinas mas buenas e integras de las que se han escrito
Un saludo