Que Woody Allen, especialmente en lo que va de milenio, es irregular no tiene vuelta de hoja. Que te ofrece grandes películas (Match Point), comedias muy logradas (Si la cosa funciona, Midnight in Paris), películas flojas (Conocerás al hombre de tus sueños), cosas normalillas (Scoop) y bodrios (Vicky Christina Barcelona),
también. La apuesta anual es lo que tiene: que cada año no puedes
ofrecer buenas películas. Hace tiempo que vengo pensando que, para la
edad que tiene, la irregularidad de su obra reciente y, ya puestos, la
necesidad de desconectar, pues oiga, amigo Woody, tómese un año
sabático. No le pido que haga como Terrence Malick y se vaya al desierto
durante décadas (aunque últimamente se ha puesto las pilas), pero take it easy, como dicen allende el charco. Porque para presentar lo que presenta a veces...
... y esta es una de esas ocasiones fallidas. A Roma con amor es una película de
postal turística de esas que últimamente hace como churros. Llama al
ayuntamiento local, le ponen facilidades, consigue una productora
europea... y ale, a rodar. Y rueda lo que rueda. Pero hay diferencias: Midnight in Paris
es otra postal turística, pero a nivel de guión, de personajes, de
situaciones, le da mil vueltas a esta última apuesta suya. Y eso que hay
puntos en común, empezando por el surrealismo de algunas secuencias (en
este caso, un par de historias) o la inclusión de un elemento
fantástico (en Scoop ya hizo lo mismo). Pero entonces funcionaba porque
había eso, un buen guión. Aquí tenemos cuatro historias inconexas,
deslavazadas, apenas apuntadas y peor resueltas. Si acaso, la historia
que protagoniza Roberto Benigni (un hombre corriente convertido en
famoso acosado por los massa media,
como diría Chus Lampreave) es la mejor, la más vitriólica y divertida;
pero a la postre se hace cansina. No hablemos ya de la trama del
matrimonio de provincias que llega a Roma y se separan por diversas
circunstancias: él acaba metido en un enredo con una prostituta
(Penélope Cruz en plan material de desecho de Nine)
y ella con un actor italiano a lo Alberto Sordi (o, mejor aún, un
Alfredo Landa con sobrepeso y a la italiana). Y la historia con Woody
Allen haciendo su eterno papel tiene su gracia: pero al final parece
inspirada en un episodio de Los Simpsons
(aquel en el que Homer se convierte en un cantante de ópera con una voz
impresionante cuando canta tumbado) o, quién se lo iba a decir,
recuerda el estilo de José Mota (estaba esperando el sketch del
lanzamiento olímpico de bidé). Queda la historia de Alec Baldwin
haciendo de subconsciente de un atolondrado Jesse Eisenberg delante de
una previsibilísima Ellen Page como aprendiza de actriz pasada de rosca.
El resultado es flojo, francamente flojo. A la media hora de película ya estaba consultando el reloj en mi mente. Que te ríes con las típicas
frases de Woody Allen, seguro; que la película es entretenida (a ratos)
y se deja ver, también. Pero que te queda la sensación de que Allen ha
elaborado una película con retales y descartes de películas
anteriores... desde luego. Pinceladas que recuerdan (pálidamente) el
estilo de Federico Fellini y Vittorio de Sica se mezclan con una banda
sonora de canciones italianas que resulta machacona y a medio plazo
irritante.
No es una mala película, no está al nivel del bodrio barcelonés de
Allen. Pero sí es una película... prescindible. Mucho. Woody Allen nos
ha dado arena, ¿volverá a darnos cal?
Mi historia favorita fue la de Leopoldo me pareció súper divertido todo lo que le pasa, aparte de que la actaución es extraordinaria.
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