7 de septiembre de 2012

Crítica de cine: Nine, de Rob Marshall

[22-I-2010]

"Hago películas porque me gusta explicarme a mí mismo".
Federico Fellini (1920-1993)

Me gustan los musicales, desde siempre, los que me habéis leído por ahí lo sabéis. Me atrapan, me enganchan, me seducen, a pesar de su absoluta falta de lógica (¿por qué de pronto unos personajes, sin venir a cuento, de pronto se ponen a cantar y bailar?), de lo predecible de sus tramas y de su inherente punto de irrealidad. Me apasionan desde siempre. Por ello, cuando hace un tiempo se anunció que Rob Marshall iba a dirigir la adaptación cinematográfica de Nine, el musical de Broadway, que ya de por sí es una adaptación (por llamarlo de alguna manera) de Ocho y medio de Fellini (¡Dios nos coja confesados con esta perogrullada!), pues no pude sino alegrarme; viniendo del director de esa pequeña obra maestra que es Chicago (2002), qué más se podía esperar. Pues más, precisamente. Pues el elenco es atractivo: Daniel Day-Lewis, Nicole Kidman, Judi Dench, Sophia Loren, Marion Cotillard, Penélope Cruz, Fergie (la cantante de Black Eyed Peas), Kate Hudson. Y rodado en escenarios italianos. 
¿De qué va Nine? Pues trata sobre un director en crisis, Guido Contini (Day-Lewis), que se ve incapaz de rodar una nueva película (Italia), de nuevo con su estrella y musa, Claudia Jenssen (Kidman). Su matrimonio con Luisa Acarini (Cotillard) está a punto de hundirse, a causa, entre otras cosas, de su relación con una amante, Carla (Cruz). Le falta inspiración, aunque trata de encontrarla en sus recuerdos, en su idea del cine, de la italianidad, de la familia (la mamma morta, Loren, se le aparece en ocasiones). Le acosan periodistas que dudan de la nueva película de Guido, tras sus dos últimos fiascos; su productor trata de que se ponga a trabajar; su directora de vestuario, Lily (Dench), sabe que Guido está en crisis. Pero Guido no encuentra la salida. Y todo a su alrededor se derrumba.

Esta película lo tiene todo para triunfar: potente guión (del fallecido Anthony Minguella), números musicales con pulso, una historia qué contar, escenarios en Roma y la costa del Lacio, un buen elenco de actores y actrices. ¿Pero qué le pasa? Que se queda en la forma. Que se mira el ombligo y se da importancia. Que se empacha de tanto saborearse a sí misma. Porque no es una mala película (tiene momentos sensacionales), pero le falta sentido. Le falta coherencia y le sobra narcisismo. Le falta lo que a Chicago le sobraba: frescura. Nos queda claro que Guido, ese alter-ego felliniano, está en crisis, pero nos queda saber por qué. ¿Porque su cine es una falsedad? ¿Porque su vida está vacía? ¿Porque es un canalla infiel que además exprime a las mujeres de su vida para saciarse?

De los números musicales, sólo destacaría el de Fergie ("Be italian") y, de aquella manera, el de Kate Hudson ("Cinema italiano"). El resto, o bien recuerdan demasiado a Moulin Rouge (con la Kidman de por medio), o bien son absurdos (lo siento por Judi Dench) o bien te dejan frío cuando deberían elevar tu temperatura (Penélope Cruz lo intenta, pero no está a la altura).

Con todo, gran parte de la película se redime en los últimos 5 minutos: una escena casi artesanal, verdadera, creíble, con carácter. El resto, casi dos horas pasables, entretenidas a ratos, pero poco más.

Qué lástima, señor Marshall, qué lástima.

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