2 de septiembre de 2012

Crítica de cine: Mein Führer, de Dani Levy

[14-VIII-2009]

Con dos años de retraso y casi de tapadillo, llegó a nuestras salas Mein Führer. Die wirklich wahrste Wahrheit über Adolf Hitler, es decir, "realmente la verdad verdadera sobre Adolf Hitler", una película de Dani Levy (director suizo judío, sí, judío).

Finales de 1944, el Führer está alicaído, deprimido, nadie le cuenta la verdad. No sabe realmente lo que sucede en un Berlín bombardeado por los aliados. La moral está baja entre la población, no tanto en el mundo utópico de los jerarcas nazis. Goebbels, ministro de Propaganda, decide traer a un actor judío del campo de Sachsensahusen para que ayude a Hitler a preparar un importantísimo discurso el día de Año Nuevo de 1945. Un discurso que ha de servir para levantar la moral a todos los alemanes, incluído Hitler, y para demostrar al mundo entero lo que es la "guerra total" (algo que nadie se cree, desde luego). 

El cine ha tratado en clave de comedia el tema de Hitler y el nazismo. Incluso se ha acercado desde la comedia a la cuestión del Holocausto. Ya en un primer momento hubo películas sobre el tema: en 1940, Charles Chaplin, con El Gran Dictador, nos mostraba una parodia de Hitler en el histriónico Adenoid Hynkel. Y en 1942, un alemán exiliado, Ernst Lubitsch, nos legaba una auténtica obra maestra, Ser o no ser. Con posterioridad, la sátira sobre el nazismo fue menguando en el fondo y quedándose más en la forma y la gracia fácil. Quizá una excepción, con muchos matices, sea Mel Brooks (sí, otro judío) con Los productores (1968): el sketch musical "Springtime for Hitler and Germany" es, quizá, una pequeña obra maestra dentro de una película más bien floja; en 2005 se estrenó otra versión de la película de Brooks, con esta descacharrante escena. Y qué decir de Der Fuehrer's Face, el corto de animación producido por los estudios de Walt Disney en 1943.

¿Se puede hacer comedia del nazismo? ¿Nos podemos reír de Hitler? Al hacerlo, ¿estamos banalizando lo que supuso la ideología nazi? Son preguntas que se han ido repitiendo constantemente desde hace tiempo. Chaplin dijo, cuando se descubrieron los campos de exterminio en Europa oriental, que si lo hubiera sabido no habría realizado su película; pero nos habríamos quedado sin una obra maestra. Roberto Benigni, con La vida es bella, trató de acercarse al espinoso tema del Holocausto a través de la comedia: le llovieron palos de todas partes, pero la película, una fábula, tiene momentos especialmente logrados, como la lección de arianidad en un colegio italiano. Incluso con una película que para nada es una comedia, como El hundimiento (2004), una reconstrucción histórica muy fidedigna de los últimos días del régimen nazi, hubo severas críticas, pues mostraba a un Hitler "humano"; claro, igual algunos se piensan que era alienígena...

Por ello, con Mein Führer, también ha habido críticas: el hecho de mostrar a un Hitler con incontinencia urinaria, que tiene problemas para dormir, que recuerda con sollozos las palizas que le inflingía su padre cuando era pequeño, que se baña con maquetas de acorazados en espuma, que tiene problemas de erección, que incluso parece tener sentido del humor, ha levantado ampollas.

La película parece ser una comedia, cuando en realidad más bien apunta a una tragicomedia con pretensiones que, lamentablemente, no llega a gran cosa pasada la primera media hora. Hay algunas notas humorísticas: esa parodia del carácter eminentemente burocrático, hasta la saciedad, del régimen; el eterno y cansino saludo nazi ("sí, heil a usted también", dirá Hitler por teléfono); la figura de Goebbels, satirizando sus devaneos mujeriegos; el hecho de que Himmler lleve el brazo en cabestrillo y alzado (como si fuera el Doctor Strangelove que encarna Peter Sellers en Teléfono rojo: volamos hacia Moscú, de Stanley Kubrick).

Pero lo que prima es un querer y no poder: porque, a pesar de no pocas humoradas, la película está falta de mayor contenido, de una auténtica historia que pretenda hacer sátira del nazismo. Cierto es que Levy conjuga bien la trama con cortes documentales y que nos presenta un Berlín en ruinas como pocas veces se ha visto. Pero falta dejarse de bufonadas en algunos momentos y mostrar más la sátira cruel y descarnada que el personaje de Hitler (y sus allegados) merece. Al final, el espectador se queda con la sensación de que quizá al director se le fue de las manos la película; o quizá, comparado con Chaplin, Lubitsch o Benigni, le falta lo que a estos les sobraba en sus cintas: talento.

Sea como fuere, Mein Führer es una comedia fallida. Una película que pudo ser, que intentó romper los tabús sobre hacer sátira del nazismo, pero que se quedó en la gracia fácil y no ahondó más allá. Una lástima, porque, a 70 años del inicio de la Segunda Guerra Mundial, ya es hora de superar viejos miedos. Otra vez será.

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