Quizá uno se haga más viejo y empiece todo a resbalarle un poco. O quizá hay días que te levantas con el pie derecho y lo que antes te enervaba ahora le das la vuelta y ves las cosas buenas; si las hay, claro. En mi caso, anoche pillé en uno de esos canales digitales la película Troya de Wolfgang Petersen (2004). Recuerdo cuando se estrenó por estos lares, la sensación de cabreo que me despertó la película en su primera hora, el momento clímax de más o menos la mitad del metraje (Héctor matando a Menelao; supera eso...) y las cosillas más o menos interesantes, a cuentagotas (me parecía entonces), que había en la última hora y pico. Pero entonces, en su estreno, predominó el cabreo, la sensación de que te la han vuelto a clavar (y hasta el fondo). Se podría argüir: "a ver, muchacho, ¿pero no te lo esperabas acaso? Wolfgang Petersen, tan sutil como un elefante en una cacharrería; Brad Pitt, que en el tráiler dando saltitos y con esa melena rubia oxigenada daba yuyu; y cientos de naves infografiadas en el mar. ¿De qué te sorprendes?".
Se podría decir, por otro lado, que por entonces la cuestión troyana, a nivel de ensayo histórico, estaba en el candelabro, como diría la ínclita: unos meses antes se publicó Troya y Homero: hacia la resolución de un enigma, de Joachim Latacz (Destino), uno de los historiadores destacados del equipo interuniversitario que por aquellos años realizaba las excavaciones en el sitio troyano, dirigido por el malogrado Manfred Krofmann. Precisamente en torno a Troya, se había producido unos años antes una controversia historiográfica en relación con las interpretaciones "asiáticas" de la esta cuestión (véase el portal del Projekt Troia). La película, pues, llegaba calentita...
Huelga decir que no es una película de aquellas con las que te quitas el sombrero (por si no ha quedado claro). Pero tengo la sensación (o quizá estoy siendo benévolo), que el paso del tiempo no le está yendo mal. Por partes, claro: la primera hora sigue siendo floja, con ese combate de porteros de discoteca entre Aquiles y un gigantón, la huida de Helena y Paris de Esparta, la preparación de la expedición, el desembarco en la playa y el primer combate, con la participación estelar de los mirmidones de Aquiles. Luego, ya sabéis, la disputa entre Aquiles y Agamenón por Briseida, el enfurruñamiento del primero y el desgaste de los aqueos ante los muros de Troya. Hasta entonces, bodrio pretencioso. Luego la cosa se anima, cuando, tras dejarte K.O. con la muerte de Menelao a mitad de película, la película empieza de nuevo. O al menos, en las siguientes revisiones (nunca buscadas) que he ido realizando del filme, así me lo ha parecido. Como si los guionistas, tras cubrirse de gloria, se dijeran "venga, partimos de cero". Y quizá así fuera, quién sabe.
La película se torna sugerente: se produce de noche el contraataque troyano en la playa, con las flechas encendidas en fuego, como si, ante la ausencia del elemento divino en el metraje, lo suplieran con una secuencia bien rodada y evocadora; ya que no ponemos a Apolo castigando a los aqueos con la peste, pues que la venganza del inexistente dios sea mediante el fuego que provoca el colapso de los aqueos. A continuación, la muerte de Patroclo, el primo (aquí nos dejamos de veleidades homoeróticas) de Aquiles, que, retirado de la lucha tras partir peras con Agamenón, se ve obligado a vengar la muerte de su pariente. Y he ahí una secuencia de gran belleza: Aquiles acude al combate en carro, se baja y clama el nombre de Héctor. Éste, tras armarse ceremoniosamente, se despide de Andrómaca ("recuerda lo que te he dicho antes", le susurra, en torno a una ruta de escape por si Troya cae [que caerá]) y del pequeño Astianacte, y se dirige a la muerte que el espectador conocedor del tema espera (y que esta vez reza para que sea sin sorpresas). Ambos guerreros se encuentran. Si habéis leído la Ilíada, no hace falta que os diga nada más. Combate bien presentado ante las cámaras, muerte heroica de Héctor (un Eric Bana que es sin duda el mejor del elenco interpretativo), castigo de Aquiles, que ata sus tobillos al carro y lo arrastra en varias vueltas alrededor de la ciudad. La siguiente escena es de aquellas que ya son antológicas en la lectura del texto de Homero: el viejo Príamo acude suplicante a la tienda de Aquiles para rescatar el cadáver maltrecho de su hijo. Aquiles se enternece, deja por un lado su cólera y atiende la petición de un anciano desvalido. "Esto no cambia nada; mañana seguirás siendo mi enemigo", le dice a Príamo; "tú sigues siendo mi enemigo esta noche, pero incluso entre los enemigos puede haber respeto",
responde con dignidad el rey troyano [al respecto, no os perdáis Rescate, de David Malouf,
Libros del Asteroide, 2012, una preciosa novela corta sobre este encuentro y sobre el propio Príamo]. Tras la muerte de Héctor, ya sólo queda esperar lo ineludible: el caballo de madera y la debacle final de Troya, destacando ese plano
aéreo (y digitalizado) de los aqueos penetrando en la ciudad e iniciando
la masacre, y ese Agamenón (Brian Cox, qué grande en esta parte final)
en plan Nerón gritando "¡que arda Troya!".
Queda el epílogo, tras la destrucción de la ciudad y la imposible muerte de Aquiles (flecha en el talón incluida) salvando a Briseida; Helena y Paris huyen juntos y Eneas recibe el legado de la "espada de Troya" y el legado (sugerido) de la fundación de una nueva ciudad: Roma. Chorradas aparte, queda la última secuencia: el funeral de Aquiles (son varios los funerales en grandes piras a lo largo de la película, como los de Menelao y Héctor; otro elemento interesante de la cinta). Y las palabras de Odiseo (Sean Bean): "si alguna vez cantaran mi historia cuenten que camine entre gigantes,
los hombres brotan y se marchitan como el trigo invernal, pero estos
nombres nunca morirán, cuenten que viví en los tiempos de Héctor,
domador de caballos; cuenten que viví en los tiempos de Aquiles".
La película generó una inusitada fiebre por leer la Ilíada y la Odisea; las librerías agotaron sus existencias y las editoriales publicaron ediciones especiales y refritos conmemorativos. Se produjo un vívido debate amateur en torno a las "herejías" cometidas con la cuestión troyana: matar a Menelao a mitad de película, la presencia de Aquiles en la destrucción de la ciudad, el happy ending de la parejita Helena-Paris. Se discutió por qué los dioses, tan presentes en el poema homérico, no aparecían en la película; o por qué Peter O'Toole (Príamo) no sólo era viudo (¿y Hécuba?) sino que además su aspecto era el de una decadente drag queen. A todo ello contribuimos muchos, dando cada uno nuestro grano de arena. Pero, como suele suceder con toda película de moda, a ésta le sucede otra, el cine no para, y pronto olvidamos la cinta de Petersen. Nos quedaba el recurso de la versión extendida en DVD (que no he visto, por cierto), y a otra cosa. Y la opción de verla de nuevo con ojos benévolos, destacando los aspectos positivos (que los tiene) y obviando sus deficiencias (que tampoco son pocas). Quizá eso os suceda. A mí me pasó anoche, muy de madrugada. Quizá el tiempo pone cada cosa en su lugar, quizá te haces viejo, o quizá la película no era tan mala...
En verdad esta película me encanta y más por la gran actuaciónde Brad Pitt, pero hubiera sido bueno que pusieron en esta pelí a Angelina Jolie.
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