28 de agosto de 2012

Crítica de cine: Todos los hombres del rey, de Steven Zaillian

[9-XI-2006]

Basada en la novela del mismo título de Robert Penn Warren del año 1946 (que sería llevada al cine por primera vez en 1949 bajo el título El político por Robert Rossen (y por la que el autor recibiría el Premo Pulitzer), esta película se inspira en la vida de Huey P. Long (1893-1935): un personaje del período de entreguerras norteamericano, nacido prácticamente en el arroyo en el Sur de los USA, un self made man de tomo y lomo, casi analfabeto pero que enseguida se puso las pilas. En 1932 apoyó a Roosevelt en su elección presidencial pero rompió con él en el 33. Se presentó a las elecciones de gobernador de Louisiana y venció. Puso el estado en pleno siglo XX con un programa de reforma social que le granjeó muchos apoyos populares. Pero sus métodos despóticos también puso en su contra a muchos políticos. Se temió que se presentara a las elecciones presidenciales de 1936 y que si vencía (y era muy posible) un régimen autoritario (por no decir totalitario) se instalara en los USA, al mismo tiempo que en Europa proliferaban los fascismos. Su asesinato en 1935 truncó una meteórica carrera. Si la novela de Philip Roth La conjura contra América plantea la posibilidad de que un fascista como Charles Lindbergh llegara a la Casa Blanca, la propia vida de Huey Long fue un momento que casi llegó a la realidad. 

Después de este rollazo histórico, vayamos a la película. Ambientada en los años 50, narra el auge y la caída de un idealista que acaba por corromperse, Willie Stark (Sean Penn). Su historia nos es narrada, alternándola con sus propias vivencias personales, por Jack Burden (Jude Law), un periodista de clase alta, ahijado de un infuyente juez (Anthony Hopkins), contra el que se rebela Stark desde la gobernación de Louisiana. La relación de Burden con Stark, un hombre surgido del pueblo, casado con una lánguida profesora de escuela, le aleja e incluso enfrenta con sus propia clase, la aristocracia y la burguesía de Louisiana. A través de constantes flashbacks, se nos muestra a Burden con dos amigos de infancia y juventud, Anne y Adam Stanton (Kate Winslet y Mark Ruffalo), hijos de un anterior gobernador, una amistad que en el caso de Anne roza y transgrede los márgenes de la relación amorosa. Stark, que empieza siendo un pelele, engañado por hombres como Tiny Duff (James Gandolfini), consigue ganar las elecciones a gobernador con un programa de tipo populista y lleno de promesas sociales (hospiatles, carreteras, escuelas,...) y con un lema, que todo hombre es un rey (y que da título a la película). Desde entonces, enfrentado desde el poder a las clases tradicionales de Lousiana, Stark se corromperá, el eje central de la novela de Penn Warren: todo hombre, en especial el político, es un corrupto desde que nace. Bueno, si alguna vez visteis la película de Rossen del año 49, ya sabréis pod donde van los tiros de este remake.

Más allá de la corrupción intrínseca del ser humano, la película es una reflexión sobre el bien y el mal, la posibilidad de que desde el mal se pueda hacer el bien, y a la inversa. El film, dirigido y guionizado por Steve Zaillian, autor de interesantes películas como En busca de Bobby Fisher y A civil action (y guionista de cintas como Gangs of New York y Hannibal) y con una bellísima partitura de James Horner (¿que renace de sus cenizas?), tiene un ritmo algo lento, en especial al principio, con constantes flashbacks que tienen como objetivo ponernos en antecedentes sobre el personaje de Jack Burden, cogiendo carrera a mitad de cinta, pero languidenciendo hasta un final que ya sabemos de antemano. Con todo, el recorrido por la Louisiana de los años cincuenta (que si nos dicen que es la de la Gran Depresión, unas décadas antes, tampoco habríamos notado la diferencia) está lleno de vívidas imágenes. Penn remeda al auténtico Huey Long con muchas de sus posturas y gestos en los discursos y mítines que pronuncia. Los mítines desde las eacaleras del parlamento estatal, de noche, a la luz de unos potentes focos y ante una multitud expectante, evocan a los congresos del partido nazi en Nüremberg y contrasta con la languidez de las escenas de Burden con los Stanton o con su madre (Kathy Baker). Hopkins nos ofrece un papel crepuscular, tranquilo pero con mucha fuerza interior, mientras que una Patricia Clarkson, como la doblemente engañada amante/colaboradora de Stark, llena la pantalla con su agresividad apenas contenida. Frente a ellos, un Mark Ruffalo casi apático y una fría Kate Winslet se nos muestran apenas esbozados.

Película que no tiene nada que envidiar a la cinta de 1949, tal vez no sorprenda ni aporte gran cosa respecto a esta. Su factura técnica, casi artesanal, con todo, es impecable, y de ello es responsable un director como Zaillian. Recomendable, aunque desde luego no en época de comicios electorales, es una película más que aceptable, muy atractiva.

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