Hace ya una década un apenas desconocido Sam Mendes dio la campanada con su debut cinematográfico, American beauty:
el retrato de una sociedad de finales de siglo, de una familia que se
hunde, de unos suburbios metáfora de la negación y del fracaso del American way of life.
Diez años después, Mendes vuelve a llevarnos a los suburbios en otra
gran película, Revolutionary Road, basada en la novela de Richard Yates.
Año 1955, una calle, Revolutionary Road, un matrimonio joven, con dos hijos, una casa, sueños, esperanzas. April Wheeler (Kate Winslet) es una actriz frustrada; su marido, Frank Wheeler, trabaja en las oficinas de una empresa de computadores, aunque el trabajo (el mismo que tuvo su padre) no le ilusiona. Ambos son jóvenes, apenas 30 años, parecen tenerlo todo en los Estados Unidos de los años 50, pero la vida que soñaron se esfumó. ¿Es tarde para recuperarla? ¿Es posible recuperar las esperanzas, los sueños, arañar la felicidad que la generación que viven merecen tener?
Año 1955, una calle, Revolutionary Road, un matrimonio joven, con dos hijos, una casa, sueños, esperanzas. April Wheeler (Kate Winslet) es una actriz frustrada; su marido, Frank Wheeler, trabaja en las oficinas de una empresa de computadores, aunque el trabajo (el mismo que tuvo su padre) no le ilusiona. Ambos son jóvenes, apenas 30 años, parecen tenerlo todo en los Estados Unidos de los años 50, pero la vida que soñaron se esfumó. ¿Es tarde para recuperarla? ¿Es posible recuperar las esperanzas, los sueños, arañar la felicidad que la generación que viven merecen tener?
Como hiciera en American beauty, película que es fácilmente reseñable en esta otra cinta, Mendes nos muestra a unos personajes en lucha, consigo mismos y con sus esperanzas y anhelos. April no se conforma con lo que tiene; Frank sí, a pesar de todo, a pesar de sus aspiraciones y sus frustraciones. Como en su anterior película, Mendes sigue un hilo narrativo –quizá muy americanbeautyense– que conduce hacia un final quizá previsible, pero que no deja indiferente al espectador. Es cierto, a medida que pasa el metraje –dos horas que no se hacen nada pesadas–, vas pensando "esto ya sé como sigue", pero aún así te aferras a la esperanza de ver que las cosas cambian, de que hay un resquicio para la esperanza, para soñar. Sin duda, la sociedad estadounidense actual necesita agarrarse a las esperanzas de un nuevo mandato presidencial (Obama), pues la sociedad que Yates critica en 1961 bien puede ser un reflejo, anacrónicamente hablando, de la que hoy en día vivimos.
Como ya hiciera en American beauty y en Camino a la perdición, Mendes vuelve a contar con Thomas Newman para la música de su película: una partitura algo lastrada por un tema central recurrente que recuerda mucho al tema "Road to Chicago" de Camino a la perdición, pero que crea una atmósfera inquieta; si en esta película ese tema inducía a la esperanza, en esta otra más bien es una muestra del estado de ánimo, no sólo de los dos personajes principales, sino de una sociedad entera. La química que Winslet y DiCaprio transmitieron en Titanic, aquí se repite, si bien las cosas van por otros derroteros. En la batalla interpretativa gana Winslet, de calle, aunque DiCaprio nos ofrece una de esas interesantes interpretaciones a las que últimamente nos tiene acostumbrados (thank you, Mr. Scorsese). Y a destacar el papelazo de Michael Shannon como el (no tan) neurótico hijo de una Kathy Bates que también está que se sale.
No me enrollo más: una película muy recomendable si te gustó American beauty. Y una obra maestra más de Mendes, que va acumulando buenas películas a sus espaldas.
Interesante crítica, desde mi punto de vista creo que es una película que logra crear una fuerte empatía con el espectador gracias a su guión. Además, hay que reconocer que Sam Mendes sabe elegir muy bien sus historias, su reparto y en general su equipo. Revolutionary Road denota una profesionalidad tan exquisita como artesanal, y la trama está narrada con grata templanza, intensificándose de forma regular con la interacción de la pareja protagonista. Por otra parte la gravedad de sus conflictos y la valía de sus actuaciones no se equilibran con el real interés de sus personajes, con lo que flaquea la fuerza necesaria para que las situaciones arrebaten el ánimo y trasciendan sus estampas de disputas comunes, singularizadas en ocasiones por la aportación de un gran Michael Shannon como hijo de Kathy Bates.
ResponderEliminar