18 de julio de 2012

Crítica de cine: Red de mentiras, de Ridley Scott

[8-XI-2008]


Hace un par de años llegó a nuestras carteleras Syriana, de Stephen Gaghan, una película que mostraba los entresijos de las operaciones militares en el Golfo Pérsico, la guerra de Iraq y los intereses, nada patrióticos, de las grandes empresas petrolíferas. Hará un año, Robert Redford nos ofreció una muestra de buen cine político (algo idealista) con Leones por corderos. Y ahora, tras su película sobre un capo de la droga de las calles de Nueva York (American Gangster), Ridley Scott incide en la guerra sucia contra el terrorismo, los tentáculos internaciones del mismo y los servicios de espionaje.


Un agente de campo, Roger Ferris (Leonardo DiCaprio), trabaja en Iraq para la CIA, transmitiendo información para Ed Hoffman (un Russell Crowe son sobrepeso, para darle carácter a su papel), que trabaja en el cuartel general, en Langley (Virginia). A raíz de una serie de atentados por Europa, Ferris y Hoffman le siguen la pista a un Osama ben Laden o un al-Zarqawi venido a menos: el líder de una célula terrorista islamista muy buscado, al-Saleem (Alon Abutbul). La búsqueda de al-Saleem llevará a Ferris (y por orden de Hoffman) a Ammán, donde pedirá colaboración al jefe de los servicios de inteligencia jordano, Hani (Mark Strong). Pero las cosas no salen como se esperaba, la impaciencia y el doble juego de Hoffman frustran la operación, y Ferris decidirá poner en marcha una nueva iniciativa: hacer creer a al-Saleem que existe otra célula terrorista, para poder así capturarle... 

La película tiene un guión muy ágil, obra de William Monahan y que se basa en la novela del periodista de The Washington Post David Ignatius. Se nos muestra el doble juego de la CIA, utilizando y abandonando con la misma facilidad a colaboradores a pie de calle en Iraq, Jordania, los Emiratos Árabes Unidos y Turquía. La película denuncia este juego sucio, personificado por Ed Hoffman: un analista que no se mueve de Washington más que lo imprescindible, que no tiene escrúpulos en utilizar a personas e instituciones para mantener su puesto de trabajo e incluso su poder. Hoffman no duda en apropiarse del poder y el nombre de los Estados Unidos, siempre para su propio beneficio y sin considerar ni tener en cuenta las consecuencias de sus decisiones. En cambio, Ferris es un agente de la CIA que habla árabe con soltura, que conoce las costumbres de la zona, que cree que se pueden conseguir más cosas siendo cortés con la población y los dirigentes locales, y que también tiene un aire idealista, poco creíble en un personaje de este tipo. El enfrentamiento entre Ferris y Hoffman es más sobre el papel (y sobre el tráiler de la película, bastante engañoso) que sobre una supuesta realidad. Ambos están del mismo lado, junto con Hani, aunque les separa un abismo en las formas. 

Scott denuncia con su película la arrogancia, la prepotencia y la absoluta ignorancia de los analistas de inteligencia como Hoffman, así como una política de elefante en una cacharrería muy propia (y muy asumida) de los servicios de inteligencia estadounidenses. Sin los agentes de campo y sin los satélites (capaces de llegar a seguir el rastro de personas y vehículos en el desierto y en las calles de las ciudades), el poder de estos servicios de intelgencia se vendrían abajo. Ese es uno de los mensajes de la película. Por otro lado, se nos muestra que en la guerra contra el terrorismo islamista radical todo vale, como el personaje de Hani (Hani Pasha, como Ferris le llama, haciendo mención a un cargo político otomano) demuestra. Frente a estos personajes, al-Saleem juega el papel del líder de una organización terrorista que (mal)interpreta el Corán a su voluntad y que no duda en usar a acólitos suicidas para sus atentados. El personaje menos logrado es el de la enfermera iraní, Aisha (Golshifteh Farahani), puesto en la película para dar vida a la consabida historia de amor que influye en el protagonista, Ferris. 

Quitando esa historia de amor y un cierto tono de GI Joe hacia el final, la película engancha de principio a fin, mantiene en vilo al espectador, interesado en lo que se le muestra. Ridley Scott parece haberle cogido el pulso a películas de este tipo, tras sus aventuras pseudo-históricas (Gladiator, El reino de los cielos), y en cierto modo sigue los pasos de su hermano Tony, que ya había ofrecido películas tecno-políticas (Enemigo público, Spy game: juego de espías) hace unos años. La diferencia está en el estilo de Ridley, trepidante pero con un cierto mensaje. 

Respecto al elenco actoral, DiCaprio vuelve a ofrecer uno de esos interesantes y sólidos papeles a los que últimamente nos tiene acostumbrados. Quizás le sobra ese punto de héroe-que-trata-de-rescatar-a-la-princesa. Russell Crowe está soberbio en el papel de fofo y ambicioso analista de inteligencia, tosco y brutal. Y Mark Strong como el jefe de los servicios de inteligencia jordanos, impoluto, sibilino y en cierto modo muy oriental, tambiñen convence. 

En definitiva, nos encontramos con una interesante propuesta, ácida y sin contemplaciones, en ocasiones lúcida y poniendo el dedo en la llaga.

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