25 de julio de 2012

Crítica de cine: En el valle de Elah, de Paul Haggis

[18-VI-2008]

"Y en el valle de Elah se reunieron dos ejércitos: el de los israelitas, con su rey Saúl al frente, y el de los filisteos, con su campeón, el gigante Goliath, entre sus filas. Y durante 40 días Goliath desafió a todo israelita que quisiera luchar contra él, pero ninguno súbdito de Saúl aceptó el envite. Hasta que finalmente, un pastor, David, aceptó el desafío. Armado con su honda, dejó que Goliath se acercara, disparó una piedra, que le rompió el cráneo al gigante filisteo, y lo derrotó."
Con esta metáfora bíblica de fondo, Paul Haggis, tras Crash, vuelve con una película que narra un caso, uno de tantos que se han producido entre los soldados estadounidenses a su regreso de Iraq (o de cualquier otra guerra, en esencia): el asesinato de uno de ellos por parte de sus propios compañeros. 

Ambientada en la primera semana de septiembre de 2004, pocos días antes de las elecciones entre George Bush y John F. Kerry por la presidencia estadounidense, cuenta el viaje de un padre, Hank (Tommy Lee Jones), que trata de encontrar a su hijo Michael, destinado en Iraq, que no ha vuelto a casa de permiso. Recorre medio país, llega hasta el cuartel donde está su hijo, pero no lo encuentra. Poco después recibe la llamada: han encontrado el cuerpo descuartizado de su hijo, medio quemado y abandonado en un desacampado. Desde entonces, Hank, ex-militar. que también perdió otro hijo en las fuerzas armadas, tratará de descubrir al asesino de su hijo, ayudado, aunque con cierta renuencia al principio, por una inspectora de policía local (Charlize Theron). Poco a poco, va descubriendo contradicciones en la versión oficial del ejército, lo cual le llevará a indagar en lo que ha pasado. Al mismo tiempo, analiza algunas fotografías y vídeos realizados con cámara, que, desde Iraq, Michael le ha enviado.

A grandes rasgos es una película dura, quizá excesiva de metraje (podría Haggis haber recortado un poco en la sala de montaje), intimista a ratos, intrigante en lo concerniente a la búsqueda del asesino de Michael. Haggis se toma las coaas con calma, desde el principio y hasta el final, tratando de seguir los pasos de Hank/Tommy Lee Jones, un personaje que sufre, a la fuerza, una evolución personal a lo largo de la película: va descubriendo lo que su hijo ha hecho en Iraq, lo cual le obliga a replantearse muchas de sus convicciones.

Hay escenas desgarradoras, como aquella en la que Hank lleva a su esposa (Susan Sarandon) a ver los restos de Michael: a la salida del depósito, en una secuencia fija a lo largo de un pasillo, se muestra el hundimiento de unos padres, que se alejan del cadáver de su hijo, rotos, sin un consuelo para su pérdida (doble pérdida, es el segundo hijo que pierden).

La película no analiza la guerra de Iraq, ni sus causas ni lo que llevó a la invasión del país. Analiza, desde la tragedia, uno de los grandes temas de la literatura y el cine: el retorno a casa, la vuelta al hogar de los soldados. Creyendo haber cumplido con su deber, los hombres y las mujeres (estadounidenses) que luchan por su patria en Iraq, vuelven a casa en muchos casos destrozados por lo que han visto, lo que han hecho, lo que ello conlleva para el resto de sus vidas. Muchos no soportan el estrés post-traumático, los remordimientos, la culpa, etc., inherentes a toda guerra, a todo combate. En este caso, el valle de Elah es íntimo, personal, de cada uno de los que lucharon por algo, pero a coste de un trauma psicológico y emocional.

Soberbia y contenida interpretación de Tommy Lee Jones, secundado por el correcto papel de Charlize Theron (que una vez más vuelve a "afear" su aspecto). Junto a ellos, el breve pero intenso papel de Susan Sarandon, apariciones como las de Josh Brolin, Frances Fisher, James Franco, Jason Patric, etc., y con la música de Mark Isham (menos preponderante que en Crash).

En definitiva, una buena película, incómoda para los sectores más patrióticos y las esferas de poder en los USA, que no denuncia la guerra de Iraq, sino las consecuencias de la misma (de toda guerra, en definitiva) en todos aquellos que fueron a aquel país, que acturaron de diversas maneras, que volvieron a casa y que se enfrentaron a sus demonios personales.

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