4 de julio de 2012

Crítica de cine: Camino, de Javier Fesser

[19-X-2008]

Una película como ésta no puede dejar indiferente a nadie: muchos la odiarán, a otros les servirá para reafirmar sus creencias y opiniones, bastantes directamente no la verán. Es una película que se puede resumir en una palabra: horroriza.

Javier Fesser aborda en esta película una historia inspirada en hechos reales, pero cambiando nombres y situaciones: la historia de una niña que actualmente está en un proceso de beatificación. Tras películas como El milagro de P. Tinto y La gran aventura de Mortadelo y Filemón uno podría esperarse que el director seguiría por esa línea de fantasía y cierto surrealismo. Pero no: asume el guión y la dirección de un proyecto condenado a ser polémico, y en el que un cierto estilismo fantástico, marca de la casa, también tiene un papel importante, por no hablar de los malentendidos y las dobles verdades: vean la película y sabrán a qué me refiero con esto último. 

Camino (Nerea Camacho) es una niña alegre (qué ojos tiene) y que le gustaría hacer más teatro que actividades religiosas, sobre todo cuando se enamora de un niño llamado Jesús (no son casuales ambos nombres). Su madre, Gloria (Carme Elias), es una devota impenitente (qué oxímoron...), fanática religiosa diríamos incluso, para quien su vida (y la de sus allegados) gira (o debe girar) alrededor de Dios, Jesucristo y la Obra (Opus Dei). Su padre, José, no tiene la fe de la madre, sólo adora a su hija como lo que es, una niña de 12 años vivaracha y con unas enormes ganas de vivir. Su hermana, Núria (Manuela Vellés), vive en comunidad en Pamplona, en una casa de la Obra, reclutada en su adolescencia y apartado de todo aquello que no sea vivir siguiendo el camino que marcara José María Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei. Aquí tenemos el escenario inicial.

La película se inicia con la agonía de Camino en un hospital de Pamplona, rodeada de médicos, enfermeras y sacerdotes que observan su muerte, su martirio podríamos decir, su entrada en la Obra y, a partir de ahí, su llegada al Paraíso. Pero ciertas frases de la niña dejan a su madre y al sacerdote de la Obra (interpretado por Jordi Dauder) con cierta perplejidad. Tras este prólogo/epílogo, volvemos cinco meses atrás, cuando Camino desarrolla un cruel cáncer en la columna vertebral. Camino conoce a Jesús/Cuco (Lucas Manzano), un niño que se ha apuntado a teatro, y quiere participar en la preparación y representación de La Cenicienta. Pero no puede: la cruel enfermedad la postra en una silla de ruedas e inicia un doloroso calvario, alejada de sus amigos, en diversos hospitales, con graves y descarnadas operaciones - que Fesser no duda en mostrarnos con absoluta crudeza -. Y a partir de ahí observaremos cómo los diversos personajes enfocan la agonía/martirio (dependiendo del punto de vista) de Camino.

En pocas palabras, a la película le falta sutileza y le sobra horror. Un horror que, sin embargo, viene ya dado pues la protagonista es una niña, llamada a sufrir lo indecible y sin que parezca que haya una solución humana a su alrededor (las ayudas divinas ya le vienen dadas). Le falta sutileza en el modo de enfocar la principal cuestión: el retrato del Opus Dei, de sus miembros y de sus causas y efectos. Porque aunque Fesser toma claramente partido en contra de la Obra - digámoslo claro, es una secta dentro de la Iglesia católica - podría haber cargado algo menos las tintas, sobre todo porque es innecesario. Sabemos del fanatismo de la Obra y de sus miembros - caricaturizados, incluso, en el joven sacerdote que se permite adoctrinar al sufriente padre de Camino o en la tutora (Ana Gracia) de Núria en la comunidad en la que vive -; conocemos su modo de vida (por ejemplo, el secretismo, la autocensura, los sacrificios físicos y emocionales, la segregación por sexos y la sumisión de las mujeres a los hombres), que se puede observar en la escena en que las mujeres preparan la comida de los hombres (esa escena la he vivido yo mismo en primera persona en una visita a la comunidad de un amigo del Opus); y sabemos hasta dónde son capaces de llegar para que el sufrimiento humano se convierta en sacrificio a un Dios omnipotente y supuestamente lleno de bondad. Todo eso lo sabemos: por ello no era necesario mostrar a unos fanáticos religiosos, en el mismo coche fúnebre, con la sonrisa en la boca diciendo que la muerte de una niña servirá a sus propósitos de apostolado y santificación. Es cruel, estereotipado, realmente no aporta nada nuevo y sobre todo horroriza. Horroriza y hace apartar la vista sin que realmente sirva de nada.

El fanatismo religioso y el sufrimiento de una niña se pueden mostrar de muchas maneras, pero no demagógicamente. Y ese es el principal obstáculo de una película que es impecable en factura visual e interpretativa. Lo acertado del guión de Fesser está en como lo que piensa y dice una niña de 12 años es instrumentalizado y malinterpretado por devotos religiosos que anteponen un credo a la vida misma. En esa parte Fesser está más que acertado, así como en la recreación onírica de las ilusiones y los temores de Camino, y es por donde la película gana muchos enteros. Hay que cargar la tinta con el trasfondo de una institución (por llamarla de alguna manera) como el Opus Dei, con lo que significa de negación del libre albedrío y de los deseos humanos. La película también gana en las escenas en el colegio, en los personajes infantiles, ingenuos y crueles, como suelen ser los niños. Pierde bastante en un metraje excesivo, pues se le podría quitar perfectamente media hora sin que se resintiera el producto final. Alarga en exceso el sufrimiento y la agonía de Camino, en ocasiones innecesariamente. La música es obsesiva y pretenciosa.

Lo mejor, aparte de los elementos de guión apuntados, está en el plantel de actores: no sólo Nerea Camacho, que se come la pantalla con esa mirada y esa sonrisa, sino Carme Elias como la desgarradora madre y Mariano Venancio como un doliente e impotente padre, sobre quien recae la empatía del espectador.

En definitiva nos encontramos con una película que, reitero, no tiene voluntad de dejar indiferente a nadie. ¿Necesaria? Muy posiblemente, como denuncia de lo que hay tras el sectarismo y el fanatismo que se podría aplicar no sólo al Opus Dei sino a muchos entes, religiosos, políticos y sociales. Eso sí: el mal cuerpo que le deja a uno esta película tardará bastante en desaparecer...

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