Gisbert Haefs ha vuelto. Lo echábamos de menos, la verdad, ya hace tres años y pico desde César. Las cenizas de la República y en cierto modo los seguidores de sus novelas históricas estábamos esperando otar de sus novelas históricas. ¿Y adónde nos llevará ahora, pensábamos? Pues al
siglo XVI, al Sacro Imperio Romano Germánico de Carlos V, Martín Lutero, la
Reforma protestante, la Guerra de los Campesinos de 1524-1525, los ecos de
Pavía y la derrota y captura de Francisco I de Francia, el Sacco de Roma de 1527, el asedio turco de Viena de 1529, la
colonización de las Indias Occidentales (la América hispana),… y no es poco.
Todo ello con el estilo de Haefs al que ya estamos acostumbrados y una venganza
por medio. Porque de eso va la novela, más allá de los acontecimientos y los
escenarios históricos. Una venganza, la del joven Jakko Spengler, cuya familia
al completo fue asesinada (así como los habitantes de la aldea alemana en que
vivían) una noche de 1519. Cuatro hombres, uno de ellos con una mano de hierro,
y sólo Jakkom sobrevivió, aunque con el rostro de sus asesinos en la retina.
Entrando al servicio de un misterioso mercader y diplomático musulmán, Kassem, que
le acogió como a un hijo, y rodeado de dos fieles servidores de éste, Jorgo y
Avram, auténticos hermanos, Jakko creció pero nunca olvidó el propósito de su
vida: encontrar a cada uno de los asesinos de su familia, vengarse y descubrir
quién estaba detrás de todo ello.
En este sentido, pues, estamos ante una novela
con ese estilo de Haefs al que ya estamos acostumbrados (y que la traducción de
Carlos Fortea refleja bien): diálogos vivaces, un ritmo ágil, personajes que no
hablan como si estuvieran en un escenario, y que incluso puede parecer que lo
hacen como si no vivieran en el siglo XVI (lo agradezco: acabo por hartarme de
novelas trufadas con interminables “vos”, “vuecencias”, “usías” y demás giros
culteranos que, a la postre, suenan huecos), descripciones ricas en detalles
pero sin necesidad de aburrir (y apabullar) al lector. Haefs nos sumerge en la
época, nos sitúa en escenarios sin necesidad de darnos demasiadas lecciones de
historia (alguna hay, no obstante: por ejemplo, el sacco
de Roma o el asedio turco de Viena). Y es cierto que no estamos ante una novela
perfecta, ni de lejos: la trama, la búsqueda de los asesinos, ese particular (y
plurinacional) “grupo salvaje”, es precedible en bastantes tramos; la
explicación de lo que subyace en el asesinato de la familia de Jakko suena a
déjà-vu (el Gran Juego); me sobran los capítulos del viaje de Jakko a Santo
Domingo (¿una oportunidad más de Haefs para lucirse con su dominio de la
época?). Con todo, el estilo del autor te atrapa desde el principio y, a pesar
de que queden flecos sueltos, casi todo se resuelve; lo que se abre en las
primeras páginas se cierra en las últimas. Quizá el asunto Kassem quede algo
descolgado… pero no os voy a adelantar más.
Por otro lado, es fácil ver esta novela como un engranaje
más del imaginario literario de Haefs, de su manera de crear mundos, de
acercarse con detalle a diversas grandes épocas, vastos imperios y grandes
personajes. Jakko tiene mucho del Tigo de Aníbal, del Tiglath en Troya
y del Dimas del díptico alejandrino. El Gran Juego del Imperio de Carlos V
evoca el otro Gran Juego de las dos novelas de Alejandro o lo que se cuece en La
primera muerte de Marco Aurelio. Mientras en novelas anteriores el
personaje histórico real (Alejandro, César, Aníbal) forma una parte esencial de
la trama, en este caso Carlos V es apenas un nombre mencionado, pero nunca
visto (como Francisco I de Francia). La Venecia de esta novela juega un papel
similar a la Cartago del díptico alejandrino, moviendo los hilos en la sombra;
y el Mantegna de esta novela a ratos me recuerda el Bagoas alejandrino o el
Hannón anibálico.
Me lo he pasado muy bien con esta novela, la he disfrutado mucho. Incluso los defectos acaban por ser peccata minuta. Quizá al final el lector esperaba más de lo que esconde el título de la novela. Pero por el camino, como Jakko buscando a los asesinos de su familia, habrá encontrado viveza, estilo, buen pulso narrativo. Haefs sigue ofreciéndolo. Y no decepciona.
Me gustaría agregarte a face, soy un fanático de las obras de Gisbert
ResponderEliminarTomás.