«Este es un libro acerca de la cultura del pueblo en el mundo romano. La mejor forma de definir la cultura del pueblo es, probablemente, de manera negativa: la cultura de la no élite. La no élite (a la que también me referiré como ‘la gente’ o ‘el pueblo’) comprende toda una multitud de grupos sociales diferentes: campesinos, artesanos, peones, curanderos, adivinadores, cuentacuentos y artistas del espectáculo, tenderos y comerciantes; pero también incluye a sus mujeres e hijos y a los desposeídos de la sociedad romana: los esclavos y aquellos que se habían visto reducidos a la indigencia y la mendicidad. La cultura que estos grupos compartían era en gran medida la cultura no oficial y subordinada de la sociedad romana» (p. 9).
Quien leyere estas palabras iniciales de Sesenta millones de romanos. La cultura del pueblo en la antigua Roma de Jerry Toner (Crítica, 2012) quizá pensara: «vaya, otro libro sobre la vida cotidiana de los romanos». Y se equivocaría, pues no es un mero libro sobre la sociedad romana de la época. Ya para empezar dejamos de lado a la élite (emperadores, senadores, équites, familia Caesaris, decuriones locales,…), tema tratado hasta la extenuación y, ciertamente, explotado para crear los habituales clichés sobre el lujo, la decadencia y las costumbres de, probablemente, el 1% o menos de la población total del imperio romano. Luego observamos el concepto de «no élite», que también podemos entender como ese 99% restante de población del imperio, el pueblo (que no necesariamente el populus romano), incluyendo a provinciales, y sin distinción entre libres (ingenui) o esclavos. Y, por último, la referencia a la cultura (en sentido amplio) de esa no élite, lo cual nos recuerda, como el propio autor menciona en nota a final del texto, al ya clásico texto de Peter Burke La cultura popular en la Europa moderna (publicado en España por Alianza Editorial). Ciertamente el segundo puntos nos trae a la memoria reciente la monografía de Robert C. Knapp, Los olvidados de Roma (Ariel, 2011), cuyo subtítulo «Prostitutas, forajidos, esclavos, gladiadores y gente corriente» también remite a la propia definición con la que Toner inicia su texto.
Pero dejemos de lado apriorismos, etiquetas y primeras impresiones. Este no es (estrictamente) un libro sobre la vida cotidiana del ‘pueblo’ romano. Es un libro sobre la cultura de esa no élite, una cultura que no es la de los poetas, los historiadores, los dramaturgos o los biógrafos romanos cuyos textos han llegado hasta nosotros. Es la historia de una cultura de supervivencia, de cómo afrontar los problemas cotidianos (desde pedir un crédito a consultar un curandero); de cómo una mayoría de la población trata de sobrevivir al estrés diario de vivir habitualmente en la pobreza; de cómo las enfermedades mentales estaban muy presentes en una sociedad que veía la locura, en sus múltiples facetas, como una muestra de la existencia de demonios de todo tipo y de malestares generales que no se explicaban de un modo racional; de cómo la subversión de los convencionalismos sociales se extendía más allá de la celebración de las Saturnales y la protesta podía surgir de muchas maneras, en muchos ámbitos y con diversos resultados. Este es un libro en el que los sentidos juegan un papel importante en una sociedad que en su inmensa mayoría era analfabeta, que nos cuenta que un tipo determinado de vestimenta significa mucho más que lucir una tela, y que analiza cómo los ruidos, los silencios, los colores, los sabores y los olores eran piezas en el tablero de la experiencia sensual de la vida.
En este sentido, pues, estamos ante un libro diferente (no tanto, sin embargo, como pudiera parecer) a lo que estamos acostumbrados a leer sobre la sociedad romana, en este caso de esos «sesenta millones» de romanos que no formaban parte de la élite. Del mismo modo que Knapp hacía un uso particular de todo tipo de fuentes, escritas esencialmente, para narrar el modo de vida de esos «olvidados», Toner no se limita a la epigrafía, el grafiti o la propia disposición urbanística de la ciudad. La Roma de Toner (el imperio, de hecho) es poliédrica, imperfecta, inacabable y, sin embargo, finita. Finita en cuanto a las evidencias que han llegado hasta nuestros días, pero diversas en sus interpretaciones y, especialmente, en las conclusiones a las que llegamos:; que más allá de los tópicos, la sociedad (y la cultura) de esa no élite era rica, múltiple y desde luego nada unívoca. Una no élite que luchaba por sobrevivir, que no pensaba en dejar un legado en la historia y que habitualmente discurría en sus pensamientos, actitudes, relatos y experiencias más allá del orden social establecido desde arriba.
Si os tomáis, pues, este libro con una mirada abierta, curiosa y algo esforzada (el primer capítulo puede desalentar a profanos en la materia), disfrutaréis de esas experiencias sensoriales y sensuales de la no élite romana. Y la imagen que quede quizá no sea tan novedosa como se pudiera pensar a priori, pero desde luego nos ayudará a entender la viveza de un mundo que escapa, necesariamente, a los clichés y los tópicos modernos. Y que seguirá siendo fascinante sin necesidad de abusar de esas imágenes arquetípicas. Afortunadamente.
Pero dejemos de lado apriorismos, etiquetas y primeras impresiones. Este no es (estrictamente) un libro sobre la vida cotidiana del ‘pueblo’ romano. Es un libro sobre la cultura de esa no élite, una cultura que no es la de los poetas, los historiadores, los dramaturgos o los biógrafos romanos cuyos textos han llegado hasta nosotros. Es la historia de una cultura de supervivencia, de cómo afrontar los problemas cotidianos (desde pedir un crédito a consultar un curandero); de cómo una mayoría de la población trata de sobrevivir al estrés diario de vivir habitualmente en la pobreza; de cómo las enfermedades mentales estaban muy presentes en una sociedad que veía la locura, en sus múltiples facetas, como una muestra de la existencia de demonios de todo tipo y de malestares generales que no se explicaban de un modo racional; de cómo la subversión de los convencionalismos sociales se extendía más allá de la celebración de las Saturnales y la protesta podía surgir de muchas maneras, en muchos ámbitos y con diversos resultados. Este es un libro en el que los sentidos juegan un papel importante en una sociedad que en su inmensa mayoría era analfabeta, que nos cuenta que un tipo determinado de vestimenta significa mucho más que lucir una tela, y que analiza cómo los ruidos, los silencios, los colores, los sabores y los olores eran piezas en el tablero de la experiencia sensual de la vida.
En este sentido, pues, estamos ante un libro diferente (no tanto, sin embargo, como pudiera parecer) a lo que estamos acostumbrados a leer sobre la sociedad romana, en este caso de esos «sesenta millones» de romanos que no formaban parte de la élite. Del mismo modo que Knapp hacía un uso particular de todo tipo de fuentes, escritas esencialmente, para narrar el modo de vida de esos «olvidados», Toner no se limita a la epigrafía, el grafiti o la propia disposición urbanística de la ciudad. La Roma de Toner (el imperio, de hecho) es poliédrica, imperfecta, inacabable y, sin embargo, finita. Finita en cuanto a las evidencias que han llegado hasta nuestros días, pero diversas en sus interpretaciones y, especialmente, en las conclusiones a las que llegamos:; que más allá de los tópicos, la sociedad (y la cultura) de esa no élite era rica, múltiple y desde luego nada unívoca. Una no élite que luchaba por sobrevivir, que no pensaba en dejar un legado en la historia y que habitualmente discurría en sus pensamientos, actitudes, relatos y experiencias más allá del orden social establecido desde arriba.
Si os tomáis, pues, este libro con una mirada abierta, curiosa y algo esforzada (el primer capítulo puede desalentar a profanos en la materia), disfrutaréis de esas experiencias sensoriales y sensuales de la no élite romana. Y la imagen que quede quizá no sea tan novedosa como se pudiera pensar a priori, pero desde luego nos ayudará a entender la viveza de un mundo que escapa, necesariamente, a los clichés y los tópicos modernos. Y que seguirá siendo fascinante sin necesidad de abusar de esas imágenes arquetípicas. Afortunadamente.
Un libro duro que nos abre los ojos y nos muestra una visión totalmente distinta de la historia que nos han contado: ni felices ni vivían en un libertinaje continuo. Ahora bien, me asaltan las siguientes preguntas : ¿Para qué baños públicos si vivían hacinados?¿Para qué esas grandiosas obras públicas si después morían de inanición?
ResponderEliminarAl leer el libro, te das cuenta que esa sociedad primitiva que solo busca sobrevivir un día más, aún existe a día de hoy en nuestro planeta. Y también que nosotros no hemos dejado de ser esos romanos no hace tanto tiempo.
Los baños públicos y otros grandes edificios, así como instituciones como la annona (la oficina centralizada de grano y otros productos alimenticios subvencionados/gratuitos) tienen mucho que ver con la concepción del poder por parte de la élite y la idea del patronazgo (o evergetismo). La élite y especialmente los emperadores romanos construían termas, teatros, anfiteatros, acueductos y otros edificios para hacer gala de su poder, al tiempo que consideraban un "deber" (y un elemento de enaltecimiento personal, desde luego) "contribuir" al bien público mediante buenas obras (el significado etimológico de la palabra evergetismo). Y no sólo en Roma sino también en las provincias, donde las élites locales financiaban programas de evergetismo edilicio y annonario. Puede sorprender en ciudades hispanas como Italica la construcción de anfiteatros para miles de personas, muchas más que sus propios habitantes, o acueductos como el de Segovia, de dimensiones colosales: eran una imagen de poder por parte de la élite local o de los emperadores que sufragaron obras como estas.
ResponderEliminarSaludos.