27 de marzo de 2012

Reseña de Mussolini y el fascismo italiano, de Álvaro Lozano


No abundan los libros sobre el fascismo italiano y es curioso, siendo un tema tan apasionante. Pero en comparación con su «hermano menor», el nazismo alemán, el fascismo no parece llamar tanto la atención de los editores españoles. Apenas encontramos en el mercado español las obras de Emilio Gentile, La vía italiana al totalitarismo. El partido y el estado en el régimen fascista (Siglo XXI, 2005) y El culto del littorio. La sacralización de la política en la Italia fascista (Siglo XXI, 2007), el librito Mussolini y el ascenso del fascismo de Donald Sassoon (Crítica, 2008) o el curioso (y visualmente fascinante) Atlas ilustrado del fascismo publicado por Susaeta. U obras conceptualmente más complejas como Modernismo y fascismo de Roger Griffin (Akal, 2010) o Fascistas de Michael Mann (Publicacions Universitat de Valencia, 2006), ésta última desde una órbita sociológica Y seguimos contando con obras generales del fenómeno fascista como El fascismo de Stanley Payne (Alianza Editorial, diversas ediciones) o su voluminosa Historia del fascismo (Planeta, 1995), o Anatomía del fascismo de Robert O. Paxton (Península, 2005) o Fascismo. Historia e interpretación del citado Gentile (Alianza Editorial, 2004), pero apenas hay libros concretos sobre el fascismo italiano. Y la biografía de R.J.B. Bosworth Mussolini (Península, 2003) va camino de convertirse en un libro descatalogado. ¿Por qué, se preguntará el lector curioso, este relativo páramo mientras que sobre Hitler, nazis y el Tercer Reich no pasa prácticamente un mes sin que se publique o se reedite algo?

Y la respuesta no es fácil. Ni en cierto modo comprensible. Mussolini abrió la senda a otros movimientos fascistas, creando un régimen que duró dos décadas, aunque también es cierto que el fascismo puro apenas existió en la Italia del período. Y aunque se popularizó la imagen de un Mussolini con la vestimenta fascista, el saludo a la romana o su hiperactividad como gobernante (que hay que relativizar, sin embargo), el corporativismo fascista se quedó en intento: la sociedad italiana participó de aquello que le interesó del fascismo (organizaciones como el Dopolavoro); el mensaje fascista pronto quedó diluido desde arriba, con un Mussolini receloso de cualquier veleidad ambiciosa de los ras y los squadristi; las instituciones fascistas apenas sustituyeron al Estado fuerte que Mussolini se encargó de mantener (a diferencia de lo que sucedió en la Alemania, donde el «Estado prerrogativo», formado por las organizaciones paralelas del partido nazi, se impuso al «Estado normativo», compuesto por las autoridades legalmente constituidas y el funcionariado tradicional; definiciones de Ernst Frankel recogidas en la obra anteriormente citada de Paxton, p. 143); y la aparente solidez del régimen fascista se hundió por los efectos de la participación italiana en la Segunda Guerra Mundial, hasta el punto de que bastó la destitución de Mussolini por parte del rey Victor Manuel III para acabar con veintiún años de fascismo en el poder. 


Un análisis a fondo de este tema, pues, es el que ha realizado Álvaro Lozano en Mussolini y el fascismo italiano (Marcial Pons, 2012), de quien ya comentamos hace unas semanas su también reciente libro, Anatomía del Tercer Reich (Melusina). Y lo hace con un libro muy completo, ameno y de ágil lectura. Un libro que puede ser asumido como una síntesis historiográfico sobre el fascismo italiano; de hecho, al final de cada capítulo el lector encontrará, bajo el título «El veredicto de los historiadores», la selección de los debates historiográficos sobre cada tema, un elemento que aumenta el valor del libro de Lozano y que ya puede ser considerado como una marca de la casa. Estructurado en capítulos temáticos, y siguiendo un orden cronológico, Lozano analiza la crisis del Estado liberal italiano antes y especialmente después de la Primera Guerra Mundial; las causas del ascenso del fascismo, que convendría no ver como un bloque monolítico, sin con diversas aristas (y sensibilidades) siendo el éxito de Mussolini su capacidad (quizá su versatilidad) para aunar tendencias y crear la plataforma para, en apenas dos años, alcanzar el poder. Un poder que se basó, en gran parte, en el mito de la «Marcha sobre Roma» y en la necesidad de una figura diferente al sistema de Giolitti al frente del gobierno.

Es en la parte central del libro, los capítulos dedicados al análisis del régimen totalitario, a la economía fascista y a la vida en la Italia fascista, donde el lector disfruta más del libro (o al menos así lo he hecho yo). En estos capítulos asistimos al relato de la manera de Mussolini de gobernar (una hiperactividad relativa, un modo de abarca demasiado acumulando ministerios, provocando confusión y logrando pocos resultados), al establecimiento de un totalitarismo relativo, más bien superficial, que se fundamenta en la propaganda y la imagen pero con escasa solidez. El régimen fascista trató de crear una nueva sociedad, pero más bien sobre el papel; el propio Mussolini rechazó la «segunda revolución» que los jerarcas fascistas más vehementes demandaban y a los que el Duce fue apartando del poder. La firma de los pactos de Letrán con el Vaticano en 1929 pusieron fin a décadas de enfrentamiento con la Santa Sede, pero también dejaron patente que el fascismo no iba a cambiar sustancialmente la esencia de la sociedad italiana. Los propios italianos se amoldaron a las formas fascistas, pero mantuvieron una relativa crítica al régimen, impensable en la Alemania nazi, e incluso hubo un espacio (pequeño, eso sí) para la disidencia y la oposición. Las ambiciones de Mussolini de convertir Italia en un imperio mediterráneo pronto chocaron con las limitaciones de la economía italiana, especialmente con la industria, y el propio estado corporativo fascista, queriendo ser un intermediario y una amalgamador entre empresarios y trabajadores, sólo consiguió fortalecer a los primeros mientras destruía la posibilidad de mejoras para los segundos, y sin conseguir ser el Estado el motor de la economía, como pretendía. 


La política exterior de Mussolini –múltiple a lo largo de dos décadas– centra la parte final del libro, así como la implicación en la guerra al lado de la Alemania nazi. Las excesivas ambiciones de Mussolini, la ruinosa guerra en Etiopía, la participación en la guerra civil española, el acercamiento a la Alemania de Hitler como modo de no aislarse ante el alejamiento de Gran Bretaña y Francia, y el salto al vacío desde 1940 (desastrosa campaña de Grecia, participación en las guerras de expansión alemanas en el Este europeo), fraguaron la caída del régimen. La popularidad que alcanzó Mussolini a lo largo de la década de 1930, especialmente tras la conquista de Etiopía, se malogró durante la Segunda Guerra Mundial, hasta el punto de que la caída de Mussolini fue más fácil de lo que se podía haber supuesto. En este sentido, Mussolini nunca pudo quitarse de encima la figura del rey Victor Manuel III, al que despreciaba y consideraba una mera figura honorífica, pero con la autoridad necesaria para que pudiera destituirle cuando Italia ya caía por el abismo. La etapa final de Mussolini, como dirigente sin ánimos de una República Social Italiana en Saló, muestra al hombre abatido, el títere en manos de los alemanes.

De todo ello, y con un profuso aparato gráfico, se nutre este libro, completa y necesaria síntesis sobre el fascismo italiano. Esta reseña no le hará justicia, que quede claro, y es en su lectura, apasionante en la parte central, donde el lector hallará el enorme valor del libro. A ella encomiendo al lector curioso, al especializado en estos temas, al que se acerca con una cierta base.

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