17 de enero de 2012

Reseña de Marco Aurelio. Una biografía, de Anthony Birley

[Reseña publicada originalmente en el 12 de julio de 2009]

«Tengo una ciudad y una patria. En tanto que Antonino, soy romano, pero en tanto que hombre soy ciudadano del universo».
(Meditaciones, II, 3)

Nos llega, en este 2009, una biografía de Marco Aurelio de Anthony Birley que, aunque no lo parezca, ya tiene sus años. En 1966, recién acabado su doctorado –bajo la guía del gran Roland Syme–, Birley escribió una biografía del emperador-filósofo. Veinte años después, en una segunda edición, Birley mantuvo la estructura del libro, pero cambió radicalmente muchos de los capítulos, añadió nuevas notas, actualizó la bibliografía y los apéndices: veinte años de investigaciones al respecto obligaban a un cambio en el libro. En el año 2000 se publicó la que podríamos denominar la edición definitiva de su Marcus Aurelius, y casi una década después llega la traducción a nuestras manos, de la mano de Gredos, y con muchas ganas de leerla y disfrutarla.

Como dice Birley en el prólogo, «Marco Aurelio es una de las personas mejor documentadas de la Antigüedad. Hasta su rostro llegó a ser más conocido de lo habitual: las acuñaciones imperiales lo mostraron durante un período superior a cuarenta años y retrataron desde el joven heredero de Antonino, de mejillas afeitadas, hasta el barbado soberano fallecido en su puesto al final de la cincuentena» (p. 11). Para muchos de nosotros, la imagen de Marco Aurelio que nos viene a la cabeza es la de Alec Guinness en La caída del Imperio Romano (1964). Ha habido muy pocas biografías traducidas al castellano: contamos casi exclusivamente con el Marco Aurelio de Pierre Grimal (FCE, 1997), una biografía demasiado dependiente de las Meditaciones del emperador y que no ofrece un retrato global del personaje. Recientemente se publicó Vidas de los Césares, el libro colectivo coordinado por Anthony A. Barrett (Crítica, 2009), en el que Birley escribe el capítulo dedicado al emperador. Y los lectores habituales de novela histórica recordarán títulos como Marco el epicúreo de Walter Pater (Valdemar, 1997), La primera muerte de Marco Aurelio (Edhasa, 2004) o Noches de Roma (Edhasa, 1993), novelas en las que el emperador sobrevuela el texto, apareciendo más bien poco.

Anthony Birley
Por ello, la publicación en castellano del libro de Birley es todo un acontecimiento. Un felicísimo acontecimiento, me atrevería a decir, pues se trata de un texto completísimo sobre Marco Anio Vero, más conocido como Marco Aurelio Antonino Augusto (121-180), emperador romano entre el 161 y el 180 de nuestra era. Ciertamente, tras finalizar la lectura del libro, uno se queda con la impresión de que sólo alguien como Anthony Birley (n. 1937) podía haber escrito esta biografía. Birley estudió las guerras marcománicas en sus inicios, es un gran especialista en la Historia Augusta –la recopilación de biografías de emperadores, emperatrices y usurpadores que va de Adriano a Carino– y ya ha publicado dos biografías más, Adriano (Península, 2003) y Septimius Severus: the African Emperor (2004) que, juntamente con ésta que reseñamos, forman como una tríada en cierto modo relacionada: no olvidemos que Adriano tenía en enorme estima a Marco Aurelio y que Severo se hizo llamar “hijo del divino Marco”. Birley también ha sido uno de los discípulos más destacados de Ronald Syme. De Syme justamente ha adquirido las bases del estudio prosopográfico de los personajes de la época –véanse los cuadros genealógicos del libro y las notas explicativas de los mismos–. Un estudio valiosísimo y que demuestra no sólo erudición sino también un estudio a fondo de las principales familias nobiliarias romanas del siglo II. Esta es, quizá, la primera reflexión que podemos sacar del libro de Birley: un estudio a fondo, casi detectivesco, en ocasiones necesariamente conjeturable, de una época y de un espacio.

El libro de Birley se basa, entre las diversas fuentes documentales, en la correspondencia de Marco Aurelio con su tutor Marco Cornelio Frontón (c. 100-170), conservada prácticamente toda ella, las vitae correspondientes Marco y a su hermano adoptivo Lucio Elio César en la Historia Augusta –que conviene tratar con mucho cuidado, a tenor de las falsedades que contienen–, los fragmentos del período de la Historia romana de Dión Casio y, cómo no, las Meditaciones del propio Marco Aurelio, escritas en griego. Junto a ello, fuentes numismáticas y epigráficas, siendo todo ello el material que utiliza Birley para escribir la biografía. Una biografía en la que la educación de Marco Aurelio, desde su adopción por Antonino Pío –siguiendo los deseos de Adriano–, ocupa un lugar especial. Y no es menos: hay que tener en cuenta que desde Marco fue heredero del imperio desde los diecisiete y hasta los cuarenta años de su vida; más tiempo del que fue emperador. Por ello, Birley dedica la mitad del libro a estos años de educación, de formación del futuro emperador: una educación basada en el trabajo en el foro, en la filosofía estoica, más que en el campo militar. Marco Aurelio no dirigió las legiones hasta el año 170, cuando contaba casi cincuenta años. El reinado de Antonino Pío fue pacífico: el emperador mantuvo la política de evitar conflictos en el extranjero de su predecesor, Adriano, y ello, según Birley, marcó el hecho de que tanto Marco Aurelio como su hermano Lucio Elio César apenas fueran educados en el ámbito militar. Marco tuvo que dirigir ejércitos posteriormente dejando el mando, sobre todo, en sus legados y hombres de confianza.

Busto de Marco Aurelio,
Metropolitan Museum of ArtNueva York.
Otro aspecto a destacar es que, por primera vez, nos encontramos con un emperador que dedicó prácticamente la mitad de su vida a ser formado para alcanzar la púrpura y gobernar un imperio mundial. Marco tuvo bien presentes desde su adopción en el año 138 sus deberes como hijo adoptivo de Antonino Pío. La correspondencia con Frontón es buena muestra de ello, de sus obligaciones como césar, de la necesidad de estar preparado para asumir las riendas del gobierno. Por otro lado, el sistema adoptivo de la dinastía Antonina –o Ulpia-Elia, como recientemente ha sido llamada– funcionó con Marco Aurelio, a quien posteriormente se achacó que dejara el gobierno en su hijo, Cómodo, considerado uno de los peores emperadores romanos. Pero con la designación de Cómodo como sucesor y prácticamente coemperador en sus últimos años de vida, Marco seguía el camino marcado por Nerva, Trajano y Adriano, además de la senda continuada por Antonino Pío: la sucesión por el parentesco, pues aunque Nerva adoptó a Trajano, éste buscó en alguien de su familia (Adriano) como sucesor; del mismo modo que Adriano eligió a Lucio Elio César y a Marco Aurelio, parientes más o menos lejanos, como sus sucesores en última instancia, siendo Antonino Pío el hombre designado para gobernar el imperio durante su minoría de edad. Designando a Cómodo como su heredero, Marco Aurelio no se apartaba de una sucesión que ya tenía sus precedentes.

La parte de la biografía dedicada al gobierno de Marco Aurelio se basa en gran parte al cambio de coyuntura en la política exterior: la guerra contra Partia, las invasiones de pueblos germánicos (cuados, marcomanos, yázigues). Y también a su gobierno en la propia Roma y a las relaciones de su amplia familia (14 hijos, por ejemplo, de los que apenas sobrevivieron tres). Las Meditaciones también son un elemento importante en el texto, pues nos permiten conocer, por un lado, su educación y formación, y por otro, al Marco Aurelio más personal. Al hombre que hay detrás del césar. A su actitud ante la vida, por ejemplo:
«Si ejecutas la tarea presente siguiendo la recta razón diligentemente, con firmeza, con benevolencia y sin ninguna preocupación accesoria, antes bien, velas por la pureza del dios que llevas dentro, como si ya tuvieras que devolverlo, si agregas la condición de no esperar ni tampoco evitar nada, sino que te conformas con la actividad presente conforme a la naturaleza y con la verdad heroica en todo lo que digas y comentes, vivirás feliz. Y nadie será capaz de impedírtelo». (III, 12)
A aquellos temores que en ocasiones le atormentaban, y que en muchas ocasiones tenían que ver con su propia situación como gobernante de un imperio mundial:
«¡Buen hombre, fuiste ciudadano en esta gran ciudad! ¿Qué te importa, si fueron cinco o tres años? Porque lo que es conforme a las leyes, es igual para todos y cada uno. ¿Por qué pues, va a ser terrible que te destierre de la ciudad, no un tirano, ni un juez injusto, sino la naturaleza que te introdujo? Es algo así como si el estratego que contrató a un comediante, lo despidiera de la escena. “Mas no he representado los cinco actos, sino sólo tres». «Bien has dicho. Pero en la vida los tres actos son un drama completo.” Porque fija el término aquel que un día fue responsable de tu composición, y ahora lo es de tu disolución. Tú eres irresponsable en ambos casos. Vete, pues, con ánimo propicio, porque el que te libera también te es propicio». (XII, 36)
De la misma manera, en sus soliloquios, que Birley muestra y analiza con enorme acierto, observamos su carácter, su actuación distanciada en medio de la lucha y la confianza en sus convicciones estoicas:
«El tiempo de la vida humana, un punto; su sustancia, fluyente; su sensación, turbia; la composición del conjunto del cuerpo, fácilmente corruptible; su alma, una peonza; su fortuna, algo difícil de conjeturar; su fama, indescifrable. En pocas palabras: todo lo que pertenece al cuerpo, un río; sueño y vapor, lo que es propio del alma; la vida, guerra y estancia en tierra extraña; la fama póstuma, olvido. ¿Qué, pues, puede darnos compañía? Única y exclusivamente la filosofía». (II, 17)
Incluso el dolor, siempre presente en su vida, aparece de forma velada en estas Meditaciones:
«No es contrario a la naturaleza ni el trabajo de la mano ni tampoco el del pie, en tanto el pie cumpla la tarea propia del pie, y la mano, la de la mano. Del mismo modo, pues, tampoco es contrario a la naturaleza el trabajo del hombre, como hombre, en tanto cumpla la tarea propia del hombre. Y, si no es contrario a su naturaleza, tampoco le envilece». (VI, 33)
El libro se complementa con diversos apéndices –sobre las fuentes, la dinastía antonina, las guerras marcománicas, el cristianismo y un comentario sobre las ilustraciones, quizá el elemento más pobre del libro, pésimamente reproducidas, a diferencia de la edición en inglés del año 2000–.

¿Un libro recomendable? Yo diría que imprescindible, de obligatoria lectura para acercarse a la figura de Marco Aurelio. Un libro que se lee con enorme placer y cuyo precio (30 €) se ve ampliamente amortizado. Un libro, pues, necesario en nuestra biblioteca particular.

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