13 de enero de 2012

Crítica de cine: Millennium: Los hombres que no amaban a las mujeres, de David Fincher

Una historia más que conocida. ¿Cuántos no leímos la trilogía de Stieg Larsson en su momento? ¿A cuántos no nos entretuvo (que básicamente es lo que hace? ¿Y cuantos no vimos la serie de películas suecas y, posteriormente, la serie que actuaba como una versión extendida de las mismas? Así pues, uno se podía preguntar qué podíamos encontrar de nuevo en un remake estadounidense (aunque rodado en escenarios suecos) que no se hubiera contado antes. Pero, claro, que esté David Fincher detrás de la cámara aumenta mucho el interés que pueda haber en esta versión de Millennium: Los hombres que no amaban a las mujeres. Mucho más que el hecho de que el tándem protagonista esté en manos de Daniel Craig (Mikael Blomkvist) y Rooney Mara (Lisbeth Salander). Yo mismo me debatía en la duda: ¿qué me puede ofrecer Fincher con una historia que ya conozco y que supera las dos horas y media de metraje? Pero la curiosidad mató al gato, dicen, y no he podido evitar ceder ante ella.


 Los títulos de crédito (con la machacona música que se nos planteaba en el tráiler en los últimos meses) ya te medio convence de haber pagado la entrada. Quien conozca un poco la filmografía de David Fincher estará de acuerdo conmigo que son 100% fincherianos: extraños, duros, viscosos, desconcertantes. Empezamos bien, me dije acomodándome en la butaca. Lo demás, pues el desarrollo de la historia que ya conocemos: en momentos de crisis por haber metido la pata en un caso y ser condenado por injurias y falsedad, el periodista Mikael Blomkvist acepta un caso que le aleja del ojo del huracán mediático en Estocolmo: resolver el caso de Harriet Vanger, desaparecido cuarenta años atrás y cuyo tío abuelo, Henryk (Christopher Plummer) está convencido de que fue asesinada; de hecho, cada año recibe una flor enmarcada que considera que es como un recordatorio (o recochineo) del asesino. Un asesino, además, que está convencido que es alguien de la familia Vanger, vivo o muerto. Por otro lado, Henryk escogió a Blomkvist tras la investigación realizada sobre su persona por parte de la joven, gótica, antisocial y arisca Lisbeth Salander, cuya historia conoceremos poco a poco, incluyendo los abusos (y su particula venganza) por parte de su tutor legal. Qué os voy a contar, esa historia ya la hemos leído, sabemos de antemano que le sucedió a Harriet, de quién sufrió abusos y cómo se resuelve toda la historia; incluida la postrera venganza de Blomkvist (y Lisbeth) contra el magnate que puso en apuros al primero.

Fincher, con el guión de Steve Zaillian (no fidedigno al 100% respecto la novela de Larsson) sabe que no provocará nuestra sorpresa no está en la historia, sino en como mostrarla. Y como ya empieza a ser perro viejo, Fincher echa mano de la maestría demostrada en Zodiac y La red social para contar una historia, en el oficio visual demostrado en Seven o La habitación del pánico, y el resultado es una película larga, aunque ello se nota sólo en un epílogo que si parece ralentizado (a diferencia de la versión sueca, que era algo apresurado), muy entretenida (a pesar, lo eitero, de que sabes lo que va a pasar casi en cada escena), desasosegante en algunos ramos, y que se sustenta en la fría ambientación de los escenarios naturales, en el carisma de Daniel Craig (en este caso, Rooney Mara no nos hace olvidar a Noomi Rapace) y en unos secundarios que funcionan muy bien (Stellan Skaarsgard como Martin Vanger, Steven Berkoff como el abogado de la familia Vanger, Robin Wright como Erika Berger, especialmente). Y decía lo de Rooney Mara, pues aun componiendo un buen papel, no llega a ser tan icónica como Rapace. Una muestra: en una escena clave, la Lisbeth de Rapace nunca habría pedido permiso como hace la Lisbeth de Mara. Es impensable y sorprende en un guión bien trabado, bien dosificado, bien expuesto. Sin pasarse demasiado con los detalles (en este sentido, este remake liga mejor la historia central).

Fincher, pues, nos gana, a pesar de alguna que otra irregularidad de guión o de exceso visual. Nos atrapa, consigue que olvidemos lo ya sabido y nos metamos en la historia. Nos sorprende, de hecho, y conmigo lo ha conseguido. Y era un apuesta arriesgada. Y no sabemos si habrá continuidad, aunque el final invita a ello...

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