11 de diciembre de 2011

Reseña de Joseph Goebbels. Vida y muerte, de Toby Thacker

Paul Joseph Goebbels (1897-1945) se ha convertido en un mucho más que un cliché nazi: el paradigma del fanatismo, del odio enfermizo contra los judíos, el constructor de toda una imaginería colectiva acerca del Reich nacionalsocialista, el hombre que con su mujer no duda en asesinar a sus cinco hijos y luego suicidarse, pues no contemplaba poder vivir en un mundo sin nacionalsocialismo. Ministro de Instrucción Pública y de Propaganda (abril de 1933-abril de 1945), efímero canciller del Reich a la muerte de Hitler, su nombre ha estado asociado a la histeria de masas y convirtió la propaganda en un término despectivo, intrínsecamente relacionado con la idea de control, manipulación y engaño.

En el mercado español coinciden dos biografías publicadas recientemente: por un lado, Goebbels, una biografía de Ralf Georg Reuth, aunque escrita hace casi veinte años, y el presente libro, Joseph Goebbels. Vida y muerte de Toby Thacker, catedrático de historia moderna en la Universidad de Cardiff. El propio Thacker se pregunta en la introducción si es necesaria otra biografía sobre Goebbels, «el más célebre demagogo del siglo XX». La respuesta es afirmativa si tenemos en cuenta que en los últimos años se han publicado, tras décadas de trabajo, los 29 volúmenes de los diarios de Goebbels, que abarcan el período de octubre de 1923a abril de 1945, y que han dado pie a la publicación de numerosos artículos y libros sobre Goebbels. Y pueden dar más frutos, pues los diarios son fuente fundamental para cotejar la vida pública, día a día, de Goebbels, de lo que decía y escribía. Y son, al mismo tiempo, una fuente primordial para conocer la complicada vida personal e interior de este personaje.

El libro de Thacker no es un repaso pormenorizado a la vida de Goebbels, pero en sus 400 páginas se analiza su trayectoria, desde que en 1923, como ex estudiante en paro, vivía casi como un recluso en casa de sus padres, sin oficio ni beneficio, con ambiciones literarias y teatrales no satisfechas, no interesado en la política de partidos, pero participante poco a poco de la retórica de los grupos völkisch –y que podríamos traducir por populista, radical e incluso patriota, pero con un componente nacionalista muy exacerbado en los años posteriores a la Primera Guerra Mundial–. Hay que tener en cuenta que casi la mitad del libro está dedicado a los tiempos de la Kampfzeit, los tiempos de la lucha antes de llegar al poder (1924-1933), siendo de hecho la parte más interesante del libro. En ella se nos cuenta que Goebbels no fue un camarada nazi de la primera hornada, no participó en el Putsch de Munich de 1923, ni se forjó en los primeros años del partido nazi y de un programa con tintes socialistas que posteriormente evolucionaron. Goebbels, incluso, conoció antes el partido nazi que a Hitler, estando influenciado por el sentimiento völkisch de su Renania natal, y no fue hasta 1924, un año después de la intentona golpista, cuando aparece Hitler en sus diarios. Desde el principio, Goebbels idealizó a Hitler, comparándolo con la figura de Cristo, aportando a sus escritos gran parte de su bagaje intelectual y de su educación fuertemente católica; un catolicismo que Goebbels fue dejando poco a poco por el camino, aunque utilizara su retórica e incluso sus símiles. No es de extrañar, que, ya siendo ministro de Propaganda, Goebbels se sintiera aludido cuando en su encíclica Mit brennender Sorge» («Con ardiente preocupación) de 1937 el papa Pío XI se refiriera directamente a éste al añadir: «Quien no desee ser cristiano, por lo menos debería renunciar a enriquecer el vocabulario de su no-creencia con el legado de las ideas cristianas» (citado en p. 233).


Toby Thacker

Pero esta no pertenencia al núcleo fundamental del partido nazi no arredró a Goebbels que, como un hombre hecho a sí mismo, pronto destacó entre los círculos völkisch e hizo migas con Gregor Strasser, de cuya mano, en cierto modo, entró en el NSDAP en 1924. Pero no sería hasta su nombramiento como Gauleiter de Berlín-Brandenburgo en 1926 cuando asistimos al auge de Goebbels, tras haberse ganado la confianza de Hitler. Una confianza que se tambaleó en algunos momentos del período 1936-1938,a causa de los devaneos extramatrimoniales de Goebbels, pero que prácticamente se mantuvo incólume hasta el final del régimen nazi. Desde 1926 y hasta la llegada de los nazis en poder en enero de 1933, Goebbels construyó el aparato propagandístico del partido nazi, exaltando la violencia del partido, escribiendo centenares de panfletos y pronunciando multitud de discursos. Goebbels el orador, forjado en sus primeros años de agitador de masas en Renania, encontró en Berlín el escaparate hostil donde desarrollar sus dotes demagógicas. Más cómodo ante grupos obreros que con audiencias burguesas o de clase media-alta, poseía un talante extraordinario para hablar en público, logrando persuadir a sus oyentes y utilizando «un registro lingüístico elevado para comunicarse con gente de a pie y para sacar a relucir sus emociones» (p. 86). Aunque curtido con lecturas cercanas al socialismo en su juventud, Goebbels vio en el partido nazi el lugar adecuado para desarrollar su carrera política y, al mismo tiempo, encuadrar sus filias y fobias. Goebbels,

«que hablaba casi de manera exclusiva para gentes de clase trabajadora, pretendía convertir a los obreros marxistas a su ideología de una “comunidad alemana de necesidad, pan y destino”. Esta comunidad estaba definida sobre todo por la exclusión de los judíos de todos los mítines del Partido Nazi, y en sus discursos Goebbels se identificaba con su público, utilizando expresiones como “el mismo espíritu y la misma sangre que la nuestra”» (p. 87).

Esta pasión retórica no escondía unas fuertes convicciones, aunque se ha acusado a menudo a Goebbels de ser un actor que decía lo que creía más oportuno para cada momento. Pero Goebbels creía en una comunidad alemana pura, racialmente aria, donde los judíos debían estar ausentes y exterminados de la sociedad; fue casi el único de los jerifaltes nazis que no se escondió tras el eufemismo de la «solución final» de la cuestión judía y desde años antes de la puesta en marcha del Holocausto hablaba clara y directamente del exterminio de los judíos de Europa.

Thacker analiza en la segunda parte del libro los años del régimen nazi y la Segunda Guerra Mundial quizá con un ritmo más apresurado que en las páginas precedentes. No se detiene de manera pormenorizada en estos años, aunque sigue una línea cronológica clara. Como todo el libro en sí, los diarios de Goebbels son la fuente fundamental. A través de ellos asistimos a su relación con frau Magda Quandt, a quien conoció en 1931 y con quien se casó poco después. El matrimonio fue conflictivo, con múltiples infidelidades por parte de Goebbels pero también con diversos affaires extramatrimoniales de Magda. Goebbels amó a, necesitó a y huyó para volver siempre con Magda durante prácticamente catorce años, fruto de los cuales nacieron cinco niñas y un niño, sacrificados en mayo de 1945 en el altar de un régimen nacionalsocialista que se había derrumbado. Este matrimonio fue, en cierto modo, un triángulo, pues Hitler también sintió un enorme cariño, cuando no amor, por Magda. Finalmente, tras meses de flirteo que no llegó a nada, Hitler se resignó y dio su bendición al matrimonio de Magda con Goebbels, aunque estableció con ella un lazo muy fuerte que perduraría hasta su último día. Goebbels no dejó de registrar en su diario esta curiosa relación y el modo en el que finalmente Hitler cedió el paso a la pareja:

«[Hitler] Es un amigo y un hermano. Un ángel de felicidad, como dice él. Ama a Magda, pero no envidia mi felicidad. “Es una mujer inteligente y hermosa. No te pondrá freno, sino que te apoyará”. Me toma ambas manos y se llenan los ojos de lágrimas. ¡Me expresa mejores deseos! Le estoy muy agradecido. Dice muchas cosas buenas de mí. ¡Mi valiente camarada y Führer! Nos casaremos de inmediato. Está un tanto resignado. La fortuna no le ha sonreído. ¡Mi pobre y querido Hitler! ¡Te seré eternamente leal! Él también busca una buena mujer con la que casarse [aún no había conocido a Eva Braun y poco después se produjo el suicidio de su sobrina Geli Raudal, con quien mantuvo una extraña relación]. Yo he encontrado a Magda. Soy un diablo con suerte. Los tres seremos buenos el uno al otro. Él será nuestro amigo más fiel. Se me llenan los ojos de lágrimas. ¡Que tengas una buena vida, Hitler!» (citado en p. 155).

Las palabras de Goebbels, «los tres seremos buenos el uno al otro», no eran simplemente el reflejo de la euforia del momento. Hitler medió siempre en la pareja, especialmente con la crisis matrimonial de otoño de 1938, cuando Magda acudió al dictador, harta de la relación de Goebbels con la actriz checa Lida Baarova. Hitler le exigió a su ministro que terminara su affaire, y Goebbels sufrió una considerable pérdida de prestigio en el seno del partido y del gobierno. Goebbels accedió, pero durante ocho semanas se mantuvo apartado de Magda, volcándose en el trabajo. Finalmente, Hitler reunió a la pareja en su retiro de Berchtesgaden, en las montañas bávaras, en octubre de 1938 e impuso una tregua a la pareja. «El hecho de que Hitler aceptara pasar tanto tiempo ocupándose de sus asuntos privados, y la confianza de éstos en que él mediara en la disputa, denota el tipo de relación que había entre los tres», afirma Thacker (p. 248). Y esta relación se mantuvo hasta el final: Magda fue leal a Hitler hasta el extremo de estar de acuerdo con su marido en asesinar a sus seis hijos, pues un mundo sin Hitler no valía la pena de que lo vieran.

El libro de Thacker también trata la renuencia de Goebbels de acercar a Alemania a una guerra con Francia y el Reino Unido, aunque una vez iniciada puso toda la maquinaria de su ministerio a disposición de la propaganda belicista. En cambio, desde la llegada al poder, Goebbels atizó la persecución y el exterminio de la población judía. Pero, ¿de dónde le venía a Goebbels este odio? Ya desde sus primeros escritos, Goebbels acusa al «judaísmo internacional» como la fuente de todos los problemas de Alemania e incluso de los suyos propios, y «sin duda alguna hay una vena psicótica en las expresiones más virulentas de su odio» (p. 402), posiblemente relacionados con traumas infantiles, aunque Thacker no entra a fondo en esta cuestión. Pero Goebbels tuvo un papel:

«Capital en la destrucción de los judíos, no sólo por su papel como ministro de Propaganda, sino por ser el colega más próximo a Hitler y su confidente. Con poquísimas excepciones, cada vez que esos dos hombres estuvieron juntos más de unos pocos minutos hablaron de lo que llamaban la “cuestión judía”. Nunca sabremos quién llevaba la iniciativa en esas conversaciones, quién fue el primero en proponer ideas y a quién le cupo en cambio el papel de secuaz. Sabemos a ciencia cierta que Goebbels abogó constantemente por políticas radicales al respecto. Ya antes de 1939 esperaba ver algún día un gueto en Berlín, aunque tal proyecto nunca se llevó a cabo. Sabemos que Goebbels llevaba cierto tiempo presionando a Hitler cuando se adoptó en septiembre la decisión de obligar a los judíos alemanes a llevar una señal distintiva. Desde el inicio de la guerra Goebbels sostuvo en privado que había que exterminar a los judíos, y a partir de noviembre de 1941 trasladó esa idea a la esfera pública, recurriendo al auxilio de los medios de comunicación de masas (periódicos y radios). Poco después de la invasión de la Unión Soviética, en junio de 1941, anotó una conversación con Hitler en la que, según parece, lo urgió a que aprovechara la ocasión de exterminar “a aquellos contra los que hemos estado luchando toda nuestra vida”» (pp. 403-404).

Hay muchos aspectos que se pueden comentar de esta magnífica biografía de un personaje como Goebbels. Thacker, con amenidad y rigor, aprovechando al máximo lo que el propio personaje escribió en sus diarios, nos ofrece una imagen global del personaje, «presentado aquí como un ser humano que pasó del olvido provinciano a la fama y la notoriedad públicas». Un personaje que «pregonaba el odio hacia el enemigo, y se deleitaba en tratar con violencia a quienes le contradijeran» y que «respaldó implacablemente los castigos más duros para quienes se resistieran a la autoridad nazi en laEuropa ocupada y para los ciudadanos alemanes que incumplieran la ley, a menudo en actos triviales». Pero también un «padre devoto y un amante de la literatura, la poesía, la música y el paisaje», así como un «administrador muy competente, y un escritor con talento. Aunque puedan horrorizarnos el contenido de sus discursos y las ideas que promulgó con tanto vigor, no cabe duda de que fue uno de los oradores públicos más dotados del siglo XX». Y no se trata de destacar ambas caras, como si quisiéramos buscar un equilibrio en torno al personaje: no, Goebbels fue un criminal, aunque no se manchara él mismo las manos con sangre. Pero conviene no olvidar que «hasta los últimos días de la guerra fue –aunque en modo alguno universalmente popular– un líder nazi con el que numerosos soldados, trabajadores y amas de casa sentían un vínculo auténtico. Se mire por donde se mire, su vida fue extraordinaria» (p. 19).

En definitiva, estamos ante una biografía tremendamente atractiva. Se podría criticar a esta edición en castellano bastantes erratas tipográficas halladas, pero el libro, en su globalidad, es más que recomendable. Y necesario.

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