9 de diciembre de 2011

Reseña de César. Las cenizas de la República, de Gisbert Haefs

Permitidme, oh lectores, que este redactor empiece la reseña comentando una pequeña anécdota que le atañe: en el año 2000 Gisbert Haefs vino a España a promocionar una de sus novelas, Troya, y pasó por Barcelona. Vuestro humilde servidor se acercó con un ejemplar de esta novela y de Aníbal para que el autor las firmara, quedando gratamente sorprendido de que éste hablara un castellano muy fluido. Esta circunstancia me permitió intercambiar unas palabras con Haefs, a quien le hice una pregunta: después de Aníbal y Alejandro, ¿para cuándo una novela sobre César? Haefs me respondió que César era ya una figura literaria muy manida y que no suponía un aliciente para él. Me comentó, a vuelapluma y nunca mejor dicho, que estaba esbozando una novela ambientada en la época de Marco Aurelio, un período que le fascinaba especialmente en esos momentos. Quien esto escribe pensó “¡qué ocasión perdida…!” Os podéis imaginar, oh lectores, la sorpresa que supuso hace unos meses descubrir por la Red que Haefs había publicado una novela ambientada en la Roma de finales de la República y con un título que provoca que el amante de la novela histórica se frote las manos: César. 

A estas alturas está de más decir que en la novela histórica de los últimos veinte años Gisbert Haefs (n. 1950) ha desarrollado un estilo muy personal: sus novelas, escritas como él mismo sintetiza, con “sangre, sudor y semen” consiguen atrapar a los lectores por sus ambientaciones, sus chispeantes diálogos, un trepidante ritmo y unas tramas que no decaen. Desde la publicación de Aníbal. La novela de Cartago (Edhasa, como el resto de novelas, 1989), Haefs escribió una serie de novelas históricas enmarcadas en el ámbito del mundo antiguo –dejando de lado Rajá (1999), ambientada en la India del siglo XVIII–; tras la novela sobre el estratego y genial militar cartaginés aparecieron dos más –en realidad una sola, muy ambiciosa– dedicadas a la figura del rey Alejandro III de Macedonia: Alejandro. El unificador de la Hélade (1992) y Alejandro. Conquistador de Asia (1993). A continuación Haefs publicó Troya (1999), una interesante y curiosa recreación histórica –que no mitológica– no sólo de la caída de la ciudad troyana sino de un mundo, el Próximo Oriente antiguo, que se hunde irremediablemente. En 2001 Haefs puso sus ojos en la Roma del siglo II con La primera muerte de Marco Aurelio (2004), un libro a medio camino entre el thriller policiaco y la novela histórica al uso. En novelas como El jardín de Amílcar (1999) y La espada de Cartago (2007), Haefs recuperó el escenario cartaginés, con algunos personajes de Aníbal, e inició lo que podría culminar, si es su propósito, en una interesante serie de novelas situadas en el período entre las dos guerras púnicas del siglo III a.C. La amante de Pilatos (2004), situada en el reinado del emperador Tiberio, lleva la acción a la periferia del Imperio Romano, en Nabatea, Arabia y el Yemen. Pero hasta la publicación de César. Las cenizas de la República (2008), Haefs no toca uno de los períodos históricos más interesantes del mundo antiguo: el final de la República romana.

En esta su por ahora última novela, y como ya es habitual, el protagonista avant-la-lettre es un personaje ficticio: Quinto Aurelio, un ex combatiente de la guerra de las Galias que, herido en combate, abandona el servicio militar y monta una taberna, llamada no casualmente Contubernium, en las afueras de Roma. La acción se inicia en el invierno de los años 53-52 a.C. Aurelio recibe una visita, no de su agrado: Cicerón y un misterioso personaje. Ambos le obligan a trabajar en una misión que parece complicada, espiar a César en las Galias. Son años difíciles en Roma: Clodio y Milón asolan las calles de la Urbe con sus bandas violentas, Pompeyo aspira a un poder supremo que el Senado no ansía concederle, el Oriente romano está en peligro tras el desastre de Craso en Carrae y César se perfila en la lejanía como una amenaza para la estabilidad de la República. Aurelio, forzado por las circunstancias y las malas artes de Cicerón y su acompañante, vende su negocio y viaja a la Galia Narbonense para convertirse en cocinero de César. A partir de entonces, Aurelio se convertirá, sin embargo, en testimonio y participante de una serie de sucesos trascendentales en la historia de la Roma tardorrepublicana: la rebelión gala bajo el mando de Vercingétorix, el asedio de Alesia, el camino hacia la guerra civilentre César y Pompeo (arropado por una influyente minoría senatorial), los inicios del conflicto, la batalla de Farsalia, la guerra alejandrina, el final de la dictadura de César y la posibilidad de una campaña contra los partos. Y todo ello mientras se gana la confianza de César y gradualmente va escalando grados en la jerarquía de su ejército a lo largo de casi una década.

Haefs estructura la novela den dos bloques que se van alternando: por un lado, unos capítulos en los que seguimos las andanzas de Quinto Aurelio, escritos en tercera persona, pero que recogen su punto de vista; y por otro unos capítulos escritos por un cronista, en primera persona – y de quien se intuirá la identidad hacia el final del libro –, que relatan la historia romana desde la destrucción de Cartago y hasta la muerte de César, a través de las vidas de una serie de personajes históricos, muy en la línea de Suetonio e incluso de Plutarco: los Gracos, Mario, Sila, Lúculo y Craso, Cicerón, Pompeyo, Catón y Bruto,.

Para Haefs el tema esencial de la novela es la lucha por el poder en un mundo, la República romana, que camina hacia su autodestrucción mediante las guerras civiles. Las ambiciones por el poder y la encarnación del mismo en César – y en unos proyectos de largo alcance –son las causas del declive de la República y de la forja (no planteada en la novela) de un poder monárquico unipersonal. César es, cómo no, el auténtico protagonista de la novela, pero, a diferencia de novelas anteriores del autor, no asume un protagonismo físico, por llamarlo de alguna manera. El lector ve a César a través de los personajes ficticios de la novela: Aurelio, el galo Orgétorix –que no tiene nada que ver con el caudillo galo del mismo nombre–, la misteriosa Kalypso, el mercader Aristeias de Tanais, etc. Pero también a través de algunos personajes reales, como el poeta Catulo, que sorprenderá a más de un lector por la “nueva vida” que Haefs le atorga; Cicerón, quizá un personaje de quien el lector, tras las primeras páginas, espera algo más; Labieno, de quien se ofrece un breve retrato que difiere sustancialmente del que habitualmente se desprende de la única fuente que hasta ahora nos hablaba de él, los comentarios de César; e incluso la reina Cleopatra de Egipto.

Si César tiene un protagonismo entre bambalinas, los principales políticos y militares romanos del momento apenas tienen vida propia más allá de las percepciones de los personajes antes citados: más allá del relato del misterioso cronista en capítulos alternos, apenas se oye o se ve a Pompeyo, Catón, Metelo Escipión, Bruto, Casio y demás protagonistas de los últimos diez años de la vida de César. La excepción está en las intervenciones, ya mencionadas, de Cicerón, Catulo, Labieno, Cleopatra o una volátil Servilia. La acción se centra no tanto en un César omnisciente como en el retrato que de él trazan los personajes ficticios y reales que le rodean a lo largo de la novela. Por supuesto, César aparece y desaparece de la misma como personaje estelar y con voz propia, pero Haefs no ha pretendido que lleve la voz cantante, o al menos no con la intensidad de Aníbal y Alejandro en novelas anteriores: del mismo modo que en aquellas novelas el meteco Antígono y el músico Dimas, el romano Quinto Aurelio es en ésta el personaje sobre quien Haefs pone su propio punto de vista y sobre quien la acción se desarrolla; pero no olvidando, por supuesto, quienes son los auténticos protagonistas de las novelas: en otras ocasiones Aníbal y Alejandro, aquí César.

Con estos alicientes, con ese toque personal que el autor imprime a sus textos y con un trasfondo histórico sumamente atractivo, se podría pensar que nos hallamos ante la gran novela de Gisbert Haefs. Y, sin embargo, no es así: personalmente considero César. Las cenizas de la República una excelente novela histórica, pero no la mejor de las que ha escrito. Quizá sean las expectativas creadas con su publicación, quizá el pabellón bien alto que el autor ha dejado con muchas de sus novelas, en especial su Aníbal y su Alejandro, pero a este César le falta algo más para ser una novela redonda. En ocasiones las andanzas de Aurelio me resultan demasiado familiares, así como algunos de los giros argumentales. Quizá la doble estructura de capítulos difumine y deje en segundo plano la trama de Aurelio y del mismo César. Quizá el desafío de narrar, aunque no fuera de modo exhaustivo, un período histórico tan apasionante se haya convertido en una tarea hercúlea para Haefs, y quizá en algún momento de la escritura de la novela el autor haya perdido momentáneamente el camino previamente marcado. Es posible que todos estos factores influyan en que el sabor de boca durante y sobre todo al final de la novela no sea tan bueno como uno se podría imaginar. Y no estoy diciendo que sea una mala novela, al contrario: estamos ante una obra trepidante, con buen ritmo, ágil y con esas recreaciones sensitivas tan propias de Haefs. Pero uno se queda con la sensación de que se podría haber ido más lejos. Haefs no tiene interés en relatar detalladamente la vida de César: le bastan una serie de pinceladas, en boca de diversos personajes, para pintar un interesante y atractivo retrato del político y militar romano. Pero, en mi opinión, falta más profundidad en la narración y más detallismo en algunas escenas. Por ejemplo, el asedio de Alesia que retrata Haefs es demasiado familiar y conocido, o al menos esa sensación se quedó en mi retina. Farsalia no suscita en mí la misma intensidad que se vivía en narraciones de batallas como Cannae o el río Gránico. Haefs crea con algunos personajes, como Cicerón o Cleopatra, unas expectativas de duelos entre personajes no resueltas a fondo.

Y, ojo, hallamos, por el contrario, personajes realmente muy bien planteados, como el poeta Catulo o el galo Orgétorix. Y diálogos, escenas y sensaciones en la línea habitual de Haefs: plausibles, literariamente bien construidos y, cómo no, chispeantes y que provocan más de una sonrisa en el lector. Porque cuesta poco identificarse con Quinto Aurelio y sus experiencias, que perfectamente podrían ser las de un soldado del período que va ascendiendo en el escalafón militar. Quizá uno se podría preguntar si esos ascensos eran posibles en esos momentos, pero luego recuerda que en el ejército de César durante prácticamente una década vidas como las de Aurelio no eran la excepción sino una norma bastante habitual.

En resumen, y para no alargarme demasiado, César. Las cenizas de la República está entre lo mejor que se ha publicado en novela histórica sobre el personaje en los últimos años, y es una lectura más que recomendable: intensa, subyugadora y de una calidad extraordinaria. Quizá la espina clavada en quien esto escribe reside en que de Haefs uno espera siempre lo mejor: y en este caso halla lo que siempre nos ofrece Haefs, pero posiblemente no lo mejor. Quizá…

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