¿Podemos hablar de «música clásica» en el presente? Es más, ¿se sigue componiendo música de este tipo actualmente? En pleno auge de la música electrónica, de la pervivencia (y constante renovación) de la música popular (pop), de la redefinición del rock o de acercamiento a la música instrumental a través del cine (los scores o bandas sonoras), ¿qué papel le queda por desempeñar a la «música clásica»? Por otro lado, el siglo XX, si profundizamos un poco, además de la época de eclosión de los géneros musicales anteriormente citados, no se puede entender sin la música de Gustav Mahler, de Arnold Schönberg, de Sergei Prokofiev, de Benjamin Britten o de John Cage. De ahí un libro como El ruido eterno de Alex Ross (Seix Barral, 2009). Nos encontramos con un repaso musical al siglo XX. Un repaso que el propio autor considera adecuado y, de hecho, necesario:
«La composición clásica en el siglo XX, el tema de este libro, a muchos les suena a ruido. Es un arte en gran medida agreste, un movimiento alternativo no asimilado. Mientras que las abstracciones llenas de salpicaduras de pintura de Jackson Pollock se venden en el mercado del arte por cien millones de dólares o más, y mientras que las obras experimentales de Matthew Baarney o David Lynch se analizan en las residencias universitarias de una punta a otra de Estados Unidos, el equivalente en música sigue provocando oleadas de desasosiego entre los asistentes a conciertos y tiene un impacto apenas perceptible en el mundo exterior. La música clásica se ha estereotipado como un arte de los muertos, un repertorio que empieza con Bach y termina con Mahler y Puccini. Algunas personas se muestran a veces sorprendidas al enterarse de que los compositores siguen componiendo» (p. 12).Alex Ross (n. 1968) es crítico musical de The New Yorker desde 1996; anteriormente, de 1992 a 1996, escribió para The New York Times. Si alguien quiere conocer un poco más a Ross, que le eche un vistazo a esta entrevista. Nos encontramos ante un tipo con un exquisito gusto musical y con una excepcional capacidad para transmitir. Lo consigue en este libro, de entrada, a pesar de que no parece fácil. Yo mismo no tengo ni la más mínima noción de solfeo, pero, como amante de la música clásica, puedo seguir lo que escribe Ross.
Alex Ross
¿De qué va el libro? No es un manual de música clásica en el siglo XX, sino un viaje a la historia del siglo XX a través de la música clásica. Este contundente ensayo (660 páginas de texto en un volumen que, con las notas, se va a las 800) se estructura en tres partes: 1900-1933, 1933-1945 y 1945-2000. Inevitablemente, uno se siente más cómodo y puesto en antecedentes en las dos primeras partes. De este modo, nombres como Richard Strauss, Gustav Mahler, Arnold Schönberg, Claude Debussy, Igor Stravinski, Duke Ellington, Jean Sibelius, Kurt Weill, Sergei Prokofiev, Dimitri Shostakovich o George Gershwin suenan en nuestros oídos con tanta nitidez como la mayor parte de sus obras. Es, quizá, la segunda mitad del siglo XX la que a nivel de «música clásica» nos suene menos, pero no por ello han dejado de marcar un antes y después: las obras de Olivier Messiaen, Pierre Boulez, John Cage, Aaron Copland, Benjamin Britten, GYörgy Ligeti, Bernd Zimmermann, La Monte Young, Philip Glass o Riuychi Sakamoto, algunos de ellos, sin duda, conocidos (o que “nos suenan”) a todos.
No es baladí un libro como éste, pues es a través de este repaso histórico-musical del siglo XX como podemos ofrecer una visión diferente de la pasada centuria:
«El ruido eterno se ocupa no sólo de los artistas propiamente dichos, sino también de los políticos, los dictadores, los patronos millonarios y los presidentes de empresas que intentaron controlar qué música se escribía; de los intelectuales que intentaron ser árbitros del estilo de los escritores, pintores, bailarines y cineastas que brindaron compañerismo en caminos de exploración solitarios; de los públicos que vilipendiaron, ignoraron o se deleitaron con lo que estaban haciendo los compositores; de las tecnologías que cambiaron cómo se hacía y escuchaba la música; y de las grandes revoluciones, las guerras calientes y frías, las oleadas migratorias y las transformaciones sociales más profundas que remodelaron el paisaje en que trabajaron los compositores» (pp 12-13).De este modo, el lector comenzará su viaje con la música de fin de siècle, con los autores en boga, y cómo Mahler, Schönberg y Stravinski rompieron, cada uno a su manera, con la música clásica que por entonces predominaba. La atonalidad fue la gran revolución, pero, con ella, también llegaron ritmos diferentes (los prolegómenos del jazz, por ejemplo) o piezas populares (el Berlín de Weimar, por ejemplo. En la segunda parte, asistimos a una época axial, 1933-1945, con tres ambientes en los que Ross pone énfasis: la música en la Rusia de Stalin (entre el miedo y la revolución), en los Estados Unidos de Roosevelt (Gershwin, por ejemplo) y en la Alemania nazi (no sólo de Wagner vive el nazi). Son estas dos partes, a mi juicio, con las que un melómano no especialista en música clásica se sentirá más identificado. La tercera parte, no menos interesante, ya sitúa al lector en otra época, otros autores y otras técnicas. Pero que este lector no crea que en plena Guerra Fría la música clásica no fue un campo de batalla, o que las vanguardias de los años 60 y 70 no fueron el caldo de cultivo de grupos musicales míticos, como The Velvet Undergorund, por ejemplo. Como amante no especializado de la música clásica, no he podido dejar de sentirme atraído por este libro desde que lo vi publicado. Es cierto, Ross abunda en disertaciones de solfeo en las que un neófito en la materia puede perderse. Pero, que no se preocupe este lector que, como yo, no sabe de solfeo, pero ama profundamente piezas como el «Adagietto» de la 5ª Sinfonía de Mahler o Romeo y Julieta de Prokofiev; que se emociona con el War Requiem de Britten o que escucha fascinado algunas de las piezas de Philip Glass. Que el lector se deje llevar por el viaje musical del siglo XX, por lo que significó la música clásica en diversos momentos de la última y convulsa centuria. A ello se añade que Ross ha colgado en su blog las principales piezas musicales que comenta con detalle en su libro. Un complemento ideal para un libro fresco, original, fascinante, adictivo y muy recomendable. Dejaos llevar, lo pasaréis en grande en este viaje musical.
Excelente reseña. A mí me ha parecido una magnífica introducción a la música clásica contemporánea para los que venimos del rock and roll. Adjunto enlace al breve comentario que he escrito sobre él por si a alguien le interesa echarle una ojeada:http://bailarsobrearquitectura.wordpress.com/2013/10/01/el-ruido-eterno/
ResponderEliminarSaludos,
Iago López