La vi el viernes por la tarde. Refundación efímera (tras el final de esta película, ¿caben más entregas?) de la saga de los mutantes. Y esta vez con Matthew Vaughn (el director de Kick-Ass) tras la cámara. Uno se preguntaba, tras la trilogía original (de la que el tercer episodio es el más flojo) y la película sobre Lobezno, si la cosa daba más de sí. Y la verdad es que sí, a nivel de entretenimiento, pero también no, a nivel de la propia historia interna de la saga.
La cosa nos lleva a los orígenes de los X-Men, esencialmente del profesor Charles Xavier (James McAvoy), de Erik Lehnsherr, futuro Magneto (Michael Fassbender), de Raven/Mística (Jennifer Lawrence y brevísimo cameo de Rebecca Romijn Stamos), de Bestia (Nicholas Hoult) y algunos más (porque muchos que recordamos de la trilogía, por su juventud, no aparecen). E incluso hay un divertídisimo cameo de Lobezno/Hugh Jackman, muy en su estilo. De Erik conocemos el origen de sus poderes (y de su ira) en un campo de concentración en la Polonia ocupada por los nazis (¿qué tendrá el elemento nazi como evocador de maldad suprema? Véase también el caso de Hannibal, el origen del mal, por mencionar algo reciente; búsquense muchos más ejemplos). Conocemos la pedantería y el buenrrollismo del joven Charles Xavier. Y vemos el objeto de la ira de Erik, un doctor alemán (sosías de un Mengele cualquiera), interesadísimo en los poderes del pequeño mutante, rejuvenecido posteriormente y reconvertido en el oscuro Sebastian Shaw (Kevin Bacon), que busca el enfrentamiento directo entre Estados Unidos y la URSS con la crisis de los misiles de Cuba de 1962 mediante.
Como película de entretenimiento, el filme de Vaughn cumple eficazmente. Seguimos el origen de los personajes, como se conocen entre ellos, la típica fase de adiestramiento, el reconocimiento de un enemigo común (Shaw) y la batalla final. Lo malo, por ponerle una pega a esta película, es la previsibilidad de una trama que conduce a lo que el espectador lleva esperando desde el principio: el enfrentamiento entre los mutantes y la división entre los que se atrincheran con Erik, ya Magneto, y que no quieren componendas con los humanos "normales", y los que se unen bajo la égida benefactora del ya Profesor Xavier y su sueño de hermanar a humanos y mutantes. Acaba la película y el espectador ya puede ponerse a ver X-Men de Bryan Singer (2000) para encontrar la solución de continuidad.
Por el camino han quedado reflexiones interesantes (la evolución, el papel de los mutantes como objeto de mofa y temor, e incluso, como esclavos de los humanos) y una estética muy James Bond de los años 60 : no sólo en elñ estilismo y el vestuario, sino en algunos guiños como, por ejemplo, Emma Frost/January Jones evocando a Honor Blackman en Golfinger. Y como curiosidad española, un Alex González que no dice ni mú.
Por lo demás, buena película, interesante aunque previsible revisitación del fenómeno mutante. Pero, especialmente, mucho entretenimiento.
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