18 de noviembre de 2011

Crítica de cine: Un profeta, de Jacques Audiard



Hace unos pocos meses comentaba Celda 211, una película eminentemente carcelaria, un género que apenas se ha tocado en España de manera completa. Pues en nuestro país vecino, posiblemente en una condición más virginal en lo que respecta a este subgénero cinematográfico, triunfan en estos últimos tiempos con Un profeta, candidata gala y con opciones a los Oscars de este año.

Malik el Djebena (Tahar Rahim), de apenas diecinueve años, es condenado a una pena de seis años en una cárcel francesa. Solo, aislado, sin amigos en una cárcel donde presos y funcionarios trapichean de mil modos, es carne de cañón. Pero cuando empieza a servir al líder de una mafia corsa (Niels Arestrup, una mezcla de Rutger Hauer, Klaus Kinski y Anthony Hopkins), las cosas empiezan a cambiar poco a poco. Malik aprende el dialecto corso, comprende paulatinamente las conversaciones de los corsos, que lo tratan como a un simple esclavo, y poco a poco se va haciendo un lugar en la prisión. Está en tierra de nadie, entre los corsos y los presos magrebíes, ambos colectivos lo tratan a patadas. La amistad con Ryad (Adel Bencherif) y las conversaciones con un muerto, Reyeb (Hichem Yacoubi), le servirán a Malik para convertirse en algo más que un simple preso. Pues Malik anhela ser alguien con entidad propia. Y de ahí viene su conversión en un profeta, en el precursor de un nuevo mundo que ha de llegar a la prisión.

Excelente cinta de Jacques Audiard, que se llevó el premio del público en el pasado Festival de Cannes, dilatada en el metraje (155 minutos), pero que no se hace aburrida ni baja de intensidad en ningún momento. La estructura lineal de la película, en un estilo muy clásico, y las reminiscencias a Mario Puzo en la configuración de esta peculiar mafia corsa (y en sus relaciones con otros clanes, esta vez árabes, y con grupos corsos rivales), apuntan a una película de altura. Y lo es. La fotografía de la película, en ocasiones con fragmentos borrosos o vistos desde un sosías de cámara oculta, para ilustrar cómo percibe Malik su realidad, así como la presencia del difunto Reyeb (algo en lo que Malik ha sido parte esencial), nos muestran también a un cineasta con talento. Añadamos a ello la música de Alexandre Desplat (está sembrado últimamente), un escenario carcelario recreado con detallismo (se construyó ex professo para esta película) y la portentosa interpretación de Arestrup como el líder de los corsos, y estamos ante una magnífica película (que se cierra con esta magnífica versión de Mack the Kniffe)

Una película que no deberíais perderos.

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