15 de noviembre de 2011

Crítica de cine: Super 8, de J.J. Abrams



J.J. Abrams ya es conocido por todos, especialmente por los losties. Su llegada al medio auidovisual no es reciente, si bien en pantalla grande debutó relativamente hace poco: en 2006 con Misión imposible III y en 2009 estrenó su segunda película, Star Trek. En cierto modo son productos de encargo, pero también obras muy personales en cuanto a su concepción y puesta en pantalla. Pues se trata de dos cintas que se originan en franquicias televisivas de larga tradición en el mundo televisivo, especialmente el norteameriano. Combinando televisión y cine, debía llegar el momento en que Abrams mostrara una obra más personal, que remitiera a imaginarios por él trazados y sobre todo vividos. Y esa parecía ser la razón detrás de Super 8, su tercera película, que llega ahora a la cartelera española. Y además con el apoyo de Steven Spielberg en la producción... y no sólo en la cuestión de tirar adelante con esta superproducción.

Estamos ante una pelicula que parece de serie B pero con todos los medios a disposición de un blockbuster hollywoodiense. Estamos ante una película multirreferencial (de Los Goonies a E.T., de Exploradores a Encuentros en la tercera fase), que huele y sabe al mejor Spielberg pero también sólo se dedica a entretener, que sale de la pluma de un Abrams que ha bebido de muchos hits del cine ochentero y que en esta película sintetiza mucho de lo que en su momento llamó la caja misteriosa, para referirse al medio audiovisual. Y estamos ante una película que refleja la historia personal de un hombre: J.J. Abrams. Pues es la historia de sus inicios en el mundo del cine, con aquellas cámaras Super 8 que muchos conocimos en nuestra infancia allá en los primeros años ochenta. Es la historia de un grupo de chavales que graban una película de zombies en el verano de 1979, hasta que de pronto sucede algo en una pequeña ciudad del Este norteamericana en las que la fundición de acero es el eje sobre el que miles de personas viven sus vidas. Y es la historia de un acontecimiento que se encuadra en un tipo de cine, pensado para entretener a mayores y pequeños, que eleva sentimientos como el compañerismo, la amistad, el primer amor, que narra las relaciones paternofiliales y que tiene como elemento esencial a la familia en última instancia.

Con todos estos elementos, pues, llegamos a la conclusión de que vamos a ver una película entretenida, bien ehcha, trepidante, con aventuras y un mensaje de esperanza que cala hondo. Y eso nos encontramos. Pero también la constatación, al menos de quien esto escribe, de que quizá J.J. Abrams sea un buen director de cine y un auténtico genio en cuanto a la ficción televisiva, pero no un autor original. Y no sólo por las referencias que exprime al máximo, casi sin apartarse de lo que marca un guión que está escrito con los patrones de lo que debe ser un éxito; sino también por un estilo que es más que evidente a los seguidores de series como Alias, Lost y Fringe, y películas como Cloverfield (estrenada aquí como Monstruoso), que se nutre de sí mismo y que en cierto modo da la sensación de ser una cortina de humo, no precisamente negro, pero sí de aquellos que acaban por escampar con el tiempo. Abrams se recicla a sí mismo en una cinta con talento y ritmo, pero escasamente original (a menos que sea la falta de originalidad su mayor virtud).

Y es una magnífica película, que quede bien claro Pero también la muestra de que en el caso de J.J. Abrams hay algo que ya huele a saboreado e incluso deglutido.

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