23 de noviembre de 2011

Crítica de cine: Micmacs, de Jean-Pierre Jeunet

[25-VI-2011]



Vuelve Jean-Pierre Jeunet, tras siete años superando el relativo fracaso de su anterior película. Relativo fracaso comercial, claro, y hasta cierto punto de crítica, porque Largo noviazgo de domingo (2004) es una película más que interesante: una preciosa historia de amor, un retrato muy fidedigno de la guerra de trincheras en la Primera Guerra Mundial, una convincente trama de intriga y suspense en pos de un muchacho considerado muerto, y al mismo tiempo una película que reunía mucho del imaginario personal de Jeunet. Y a muchos de sus actores, empezando por la musa de su anterior película. Amélie (2001), sin duda su mejor película: un cuento de hadas moderno, una historia de amor que seducía y nos mantenía casi en vilo hasta prácticamente al final. Pero fue Delicatessen, una década antes, su particular carta de presentación. Véase en esta última el referente de su más reciente película: Micmacs.

Bazil (Dany Boon, bastante contenido en esta película) es huérfano de padre desde hace treinta años: su progenitor murió a causa de una mina antupersona en el norte de África. Él mismo, al cabo de esas tres décadas, ha sufrido un terrible accidente: una bala perdida ha entrado en su cráneo por la frente y allí se ha quedado aposentada; el cirujano de turno se jugó a cara o cruz extraer la moneda, y salió que allí se quedara. Sin trabajo (como un Quentin Tarantino à la française, trabajaba en un videoclub), sin casa, vaga por la ciudad recorriendo chatarra y busca el modo de vengarse de los fabricantes de armas que considera causantes de la muerte de su padre y de su accidente balístico (André Dussollier y Nicolas Marié). Hasta que conoce a una peculiar banda de chatarreros, los Micmacs del título, de lo más peculiares: un hombre que años atrás se salvó por los pelos de ser guillotinado tras atascarse la hoja (Jean-Pierre Marielle); un exrecordman de lanzamiento en cañón y lleno de piezas metálicas en su cuerpo (Dominique Pinon); una particular matrona cocinera (Yolande Moreau); una contorsionista muy susceptible (Julie Ferrier); una cerebrina de las matemáticas bastante tímida (Marie-Julie Baup); un aparentemente enclenque inventor de juguetes de todo tipo pero con mucha fuerza física (Michel Crémadès); y un congoleño que suelta ripios y refranes en cada frase que dice (Omar Sy). Como podemos observar, personajes puramente al estilo de Jeunet y de Delicatessen.

La película sigue, pues, un estilo más que trillado en la filmografía de Jeunet: el humor, el esperpento, el surrealismo y la estructura visualm que en ocasiones recuerda al cómic. Lo mismo de su filomografía anterior, con más dosis de humor que en ocasiones pretéritas, y todo al servicio de un personaje como Bazil, no tan carismático como Amélie: en este sentido, es la troupe de Micmacs quienes se llevan el gato al agua y hacen las delicias de los espectadores. La trama es desigual, demasiado dependiente de los gags micmaquenses, de sus trucos sin fin (y que casi nunca les fallan), en un París más industrial, más gris, sin el colorido desbordante de Amélie y en el que la desgracia se tiñe de comicidad... pues casi porque no queda remedio.

Con la denuncia de los tejemanejes, tolerados por Gobiernos de todo tipo, de los fabricantes de armas del Primer Mundo que se enriquecen a costa de las guerras intestinas del Tercer Mundo, Jeunet crea una película entretenida, no tan redonda como sus dos filmes precedentes (y tampoco tan visualmente rompedora como Delicatessen, a pesar de ser su más claro referente), pero que no desagradará, ni mucho menos, a los seguidores del director galo y de su particular universo fílmico. En ese sentido, uno sale del cine con la sonrisa en la boca. Pero también queda la sensación de que Jeunet podría empezar a pasar página...

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