12 de noviembre de 2011

Crítica de cine: El intercambio (Changeling), de Clint Eastwood

[18-XII-2008]
Anoche fui a un preestreno de la última película de Clint Eastwood tras la cámara: El intercambio (Changeling), que se estrena mañana en las salas de cine. 

Es de suponer que no digo nada nuevo afirmando que Eastwood es, a sus 78 años, uno de los últimos --por no decir el último-- directores clásicos del cine estadounidense. Ahora que ha anunciado que tras Gran Torino --que llegará a nuestras pantallas en 2009-- abandonará su carrera como actor, centrándose en la producción y dirección, sus últimas películas cobran una importancia especial. Desde Sin perdón, y sin desmerecer en absoluto películas anteriores (Bird, El jinete pálido) ha venido ofreciendo a los cinéfilos de pro auténticas obras maestras: la citada Sin perdón (1992), Un mundo perfecto (1993), Los puentes de Madison (1995), Poder absoluto, Medianoche en el jardín del bien y del mal (ambas de 1997), Mystic River (2003) y Million Dollar Baby (2004), para mí su mejor película. Y ahora nos llega otra película destinada a ser una de las grandes. 

Christine Collins (Angelina Jolie), madre soltera --y lo que ello conlleva en la época-- y supervisora en una compañía telefónica, vive con su hijo Walter (Gattlin Griffith) en Los Angeles. Un día, en 1928, en que Christine ha de trabajar todo el día, al volver a casa se encuentra con que su hijo ha desaparecido. Se inicia una búsqueda, negligentemente llevada por el Departamento de Policía de los Los Angeles (LPDA), que lleva, finalmente y pasados unos meses, a que Christine encuentre a su hijo. Pero no es su hijo, ella misma se da cuenta desde el principio: mide 8 centímetros menos, está más delgado y ademáscircuncidado. Se inicia una odisea por parte de Christine para encontrar a su hijo, topando con el obstruccionismo del LPDA, sobre todo del capitán Jones (Jeffrey Donovan) y del jefe del departamento, James E. Davis (Colm Feore). La ayuda del reverendo presbiteriano Gustav Briegleb (John Malkovich), azote de un departamento policial acusado de corrupción, violencia e intimidación, será fundamental para Christine. Pero cuando el LPDA empieza a recibir críticas negativas en la prensa, Jones actúa: interna por la fuerza a Christine en un hospital psiquiátrico, lleno de mujeres que, locas o no, han sido ingresadas por desafiar la impunidad de la policía de Los Angeles. Y, mientras tanto, en otra parte del estado de California, aparece una fosa de cadáveres y el rastro de un asesino en serie, Gordon Northcott (Jason Butler Harner)... 

Basada en una historia real, la película de Eastwood tira a matar contra un caso que levantó polvareda en los años de la Gran Depresión, mostrando la incompetencia, los chanchullos y el hacer de un LPDA, que comete un error tras otro y antes que reconocer tal error lo encubre todo de manera que la podredumbre no salpique. Del mismo modo, Eastwood critica la indefensión de mujeres como Christine Collins ante un sistema --legal, policial e incluso psiquiátrico-- que prefiere internar a mujeres que no se conforman con la "verdad" establecida en hospitales psiquiátricos; hospitales en el nombre, en la realidad prisiones donde se aliena a las presas, torturándolas incluso con métodos de electro-shock a la mínima resistencia (o muestra de lucidez racional e inquisitiva). Eastwood, como ya hiciera en Ejecución inminente (1999), trata el tema de la pena de muerte en la parte final de la película, no perdonando nada al espectador, poniendo incluso en duda el método --que no el castigo, quizá-- con el que se ejecuta a criminales en serie. 

La película tiene ritmo, en sus 140 minutos, un ritmo que no decrece y que se mantiene hasta el final; y abarca un período de 7 años, desde la desaparición de Walter y hasta un remedo de final, en 1935. Eastwood muestra el caso desde diversos puntos de vista (Christine, el reverendo, Jones, el asesino en serie) y en sus múltiples aristas: la desaparición de un niño, la incompetencia del LPDA, la tragedia de la pérdida y de no ser escuchada, el niño traumatizado que ayudó a Northcott a cometer sus crímenes, las experiencias de las internas en el hospital psiquiátrico, etc. Todo ello visto de un modo nítido, artesanal, sin aspavientos ni estridencias. Acompaña la música que el propio Eastwood ha compuesto --con el apoyo de su compositor habitual, Lennie Niehaus--, una música que navega entre lo intimista y lo espeluznante. A destacar las interpretaciones de Jolie, que consigue llenar un papel que parece carne de telemovie al uso, así como de Malkovich, en un papel al que no estamos acostumbrados. 

Nos encontramos, pues, con una gran película, digna de finalizar --prácticamente-- este 2008 y una muestra, otra vez más, del cine personal de Clint Eastwood. A los 78 años sigue al pie del cañón ofreciendo nuevas y magistrales películas. Que dure.

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