23 de abril de 2019

Reseña de Roma. La creación del Estado mundo, de Josiah Osgood

Resulta mucho más que un lugar común hablar de la «crisis» de la República romana, que la tradición historiográfica «inicia» con el tribunado de Tiberio Sempronio Graco (133 a.C.) y que, en diversas etapas, «finaliza» con la victoria de Gayo Julio César Octaviano –nunca utilizó el segundo cognomen, que denota su adopción por parte de su tío abuelo y dictator perpetuus Gayo Julio César: él se consideraba «César», sin más, y si acaso Divi Filius (el Hijo del Divino [César]) o Imperator Caesar Divi Filius a lo largo del período triunviral, pero los historiadores solemos emplearlo para diferenciarlo de su padre adoptivo– en la batalla de Accio (septiembre del 31 a.C.) y con su (aparentemente indolora) «conversión» en Augusto en enero del 27 a.C. Mucho tiempo, demasiado, para una «crisis», del mismo modo que demasiado tiempo tardó la tópica «caída» del Imperio romano (¿un par de siglos?). En esta última fecha, en una sesión en el Senado (toda una farsa perfectamente coreografiada), Augusto «renunció» a los poderes extraordinarios que aún acumulaba, si bien, de hecho, al dejar de tener vigencia el triunvirato a finales del año 33 a.C., formalmente no era más que un cónsul que, desde el mismo año 31, había mantenido esta magistratura de manera ininterrumpida (lo haría hasta el 23 a.C.) y desde el 28 había añadido el título de princeps Senatus, hasta entonces un honor más que un cargo estable y con el que asumió una primacía en aparente igualdad respecto a los demás senadores y el resto de ciudadanos romanos.

Canciones para el nuevo día (2717/1936): "Pale Blue Eyes"

The Velvet Undergound - Pale Blue Eyes 

Disco: The Velvet Underground (1969)


8 de abril de 2019

Crítica de Asher, de Michael Caton-Jones

Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.

Ron Perlman ya tiene 68 años y es un dato que, de una manera u otra, sobrevuela este filme que el veterano también produce y con el que, curiosamente, no estamos de acuerdo con la frasecita de marras en el cartel (no, no todo mejora con la edad). Que sea ya alguien que roza los setenta afecta a la credibilidad que le quedamos dar al personaje (o este nos ofrezca) –especialmente cuando se relaciona con personajes femeninos más jóvenes que él… alguna que otra mucho más joven que él– y a él mismo como actor (como cuando en los años noventa se emparejaba a Sean Connery con actrices que podrían ser sus hijas, rechinaba que no veas, al margen de sexismo inherente). En el caso del personaje, por ceñirnos a esta película, Asher (no, el título no es nada original), se nos da una de cal y otra de arena: por un lado (en lo positivo, ¿la cal o la arena?), ayuda a perfilar al protagonista, un antiguo agente del Mossad reconvertido en sicario y al que los achaques de la edad le comienzan a pasar factura (si te dedicas a matar a gente por pasta y el mero hecho de subir unas escaleras te deja sin aliento y al borde del soponcio, quizá sea hora de que te plantees la idea de jubilarte); por el otro (lo negativo, no sé si la arena o la cal de la condenada frase hecha), es que no puedes seguir actuando (como sicario) de la misma manera que colegas más jóvenes que tú y que estos acaben quedando aún peor, lo cual ya dice poco del tipo de asesinos a sueldo que uno acaba contratando y de esa suspensión de la incredulidad que la trama debería generar en ti. Por tanto, si ya no estás para muchos trotes, lo estás para todo y no de manera selectiva según un sesgado criterio del guionista de turno (en este caso, Jay Zaretsky), porque si no dejas en el espectador una sensación de “no me lo trago” (la suspensión esa de la incredulidad).

Canciones para el nuevo día (2706/1925): "Ordinary World"

Duran Duran - Ordinary World 

Disco: Duran Duran (1993)


6 de abril de 2019

Crítica de cine: Un pueblo y su rey, de Pierre Schoelle

Crítica publicada previamente en el portal Fantasymundo.

En su novela 14 de julio (Tusquets, 2019, publicada originalmente en francés en 2016), Éric Vuillard realiza un trabajo a medio camino entre la historia social y la novela histórica, con trabajo de archivo de por medio, para recrear ese día de 1789 en el que la multitud de París «asaltó» la Bastilla, fortaleza y prisión, símbolo de la opresión del Antiguo Régimen y de una monarquía absoluta que, miseria popular y ecos ilustrados mediante, estaba siendo cuestionada desde décadas atrás. La apertura de los Estados Generales en Versalles ese mes de mayo, convocados por el rey Luis XVI, que intentaba maquillar los efectos de la bancarrota del país y de la (latente) revuelta de los sectores más privilegiados de la sociedad francesa que rechazaban de plano que la factura tuviera que ser pagada con lo que hubiera en sus bolsillos, no pareció, sin embargo, augurar los sucesos que acabarían, casi cuatro años después, con la ejecución del rey en la entonces Plaza de la Revolución (hoy Plaza de la Concordia) de París. La negativa real a permitir que las votaciones en las reuniones de los Estados Generales –recordemos, formados por delegados de la nobleza (Primer Estado), el clero (Segundo Estado) y la burguesía (Tercer Estado)– se hicieran de manera personal, sino por estamento (con lo que la unión de nobleza y clero tenía siempre las de ganar), llevó a que los miembros del Tercer Estado (y parte del bajo clero y la nobleza) se juramentaran y presentaran a sí mismos como encarnación la nación francesa y convocaran una Asamblea Nacional, el 20 de junio, con el propósito de redactar una Constitución. El rey reunió tropas, los ánimos se caldearon en las semanas siguientes y un asalto popular para apoderarse de armas y pólvoras acumuladas en la Bastilla (que, paradójicamente, apenas mantenía recluidos a unos pocos prisioneros), terminó con la toma de esta fortaleza, el linchamiento de su gobernador y el inicio de su demolición. El 14 de julio, desde entonces, se convertiría en una de las fechas a conmemorar en el calendario (desde 1880 se ha convertido en el Día Nacional de Francia).