10 de abril de 2018

Reseña de Ascenso y caída de Adán y Eva, de Stephen Greenblatt

Esta reseña parte de la lectura del original en inglés, The Rise and Fall of Adam and Eve (W. W. Norton & Company, 2017).

Notas al final de la reseña.

El crítico e historiador literario estadounidense Stephen Greenblatt se ha convertido en uno de los representantes, sino el principal, del llamado Nuevo Historicismo, tendencia que –no sin críticas– [1] conjuga crítica literaria e historia desde una aproximación no reduccionista, sino a partir del contexto histórico en el que las obras literarias en el que fueron creadas y, al mismo tiempo, la historia cultural desde las piezas que se escribieron en ese período. Sus estudios sobre Shakespeare [2] o la recuperación de Lucrecio a cargo de Poggio Bracciolini en el siglo XV, [3] por poner dos ejemplos recientes, siguen esta particular “hoja de ruta”, de modo que conocemos las obras de un período a través de un ejercicio de historia cultural que no se circunscribe únicamente a su condición de artefacto literario producido en un momento determinado (y consumido como tal en ese período). Así, en la biografía que escribió sobre Shakespeare, Greenblatt emprende el viaje para conocer al personaje a través de sus obras, más que de las evidencias que tenemos del personaje (que también); pero no sólo sus obras (pues cómo reconstruir los “años perdidos” –entre 1585 y 1592, es decir, entre el nacimiento de sus hijos gemelos y la primera mención como autor teatral en Londres–, sino del ambiente literario que conoció el Bardo (el desprecio que sufrió por parte de los escritores de formación “oxoniense”, con Robert Greene a la cabeza, y de cómo el caldo de cultivo social y cultural nos permiten conocer a William a través del espejo de sus obras (o, cómo se menciona en el título original de la biografía citada, situar a Shakespeare en el mundo que lo rodeaba y del que bebió tanto, ya sea la cuestión de la Reforma anglicana en su familia y círculo de amigos o el antisemitismo latente en la sociedad inglesa, y de ahí obras como El mercader de Venecia, por ejemplo). En esta cuestión shakesperiana, que en el fondo es el iceberg de mucho más, sin disociarse en exceso del neohistoricismo, es el de James Shapiro, y sus estudios sobre el Bardo, aunque el estilo de este especialista británico es diferente: escoge un año de la vida, y sobre todo de la producción teatral de Shakespeare, y “reconstruye” a partir de un análisis de esos libros lo que sabemos del autor y su contexto histórico. [4]

Stephen Greenblatt.
Pero, dejemos al Bardo al margen, el Nuevo Historicismo puede –de hecho, debe, si lo asumimos como tal– ir más allá de lo que en general son estudios culturales o, si nos ponemos más precisos, una historia cultural. Y es que una primera conclusión de la obra más reciente de Greenblatt, y que aquí comentamos, Ascenso y caída de Adán y Eva (Crítica, 2018), es que se trata de una historia cultural a partir de un episodio del Génesis bíblico: la Creación del primer hombre y la primera mujer, y la Caída de ambos, su destierro del Jardín del Edén y la causa de sus esfuerzos, desdichas y sufrimientos en la Tierra como seres humanos. La Caída del hombre en el Pecado, originado en Adán y Eva, y de cómo esa mancha quedó en el ser humano hasta que el nacimiento del hijo de una virgen, y por tanto Inmaculada, significó para los cristianos un nuevo inicio, pues ese hombre, Jesús de Nazaret, hijo de Dios, lavaría con su muerte los pecados del mundo (Agnus Dei, qui tollis peccata mundi).

Como relata Greenblatt a lo largo del libro y en relación a diversos aspectos que se tratan de manera específica en algunos capítulos, la historia de Adán y Eva es un episodio que le fascinó desde la infancia, pero en el que mucha gente ya no “cree” literalmente, habiéndose convertido en una fábula o metáfora sobre el origen del hombre y su lugar en el mundo. Una historia que se resume de este modo: Dios creó al primer hombre, Adán, a partir de polvo del suelo –«Y dijo Dios: “Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra, y manden en los peces del mar y en las aves de los cielos, y en las bestias y en todas las alimañas terrestres, y en todas las sierpes que serpean por la tierra”»–; y le dio una compañera, Eva, creada con una de sus costillas («No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada») [5]. A ambos les dio un propósito en la vida –«Después los bendijo Dios con estas palabras: «Sed fecundos y multiplicaos, henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves del cielo y en todo animal que repta sobre la tierra”»–, al tiempo que les enseñaba un Jardín en Edén («en oriente»), un «Paraíso» [6] terrenal en el que vivirían y donde la vida sería dichosa, mas con una advertencia que debían tener en cuenta: no debían comer fruto alguno del «árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal», situado el medio del jardín.

Masaccio, La Expulsión del Paraíso, 1425-1428, Iglesia de Santa María del Carmine, Florencia;
antres y después de su restauración.
La Serpiente –el Ángel Caído, quizá, inquirirá Greenblatt más adelante– les tentó, a la mujer en particular, para que comieran de ese árbol: «Es que Dios sabe muy bien que el día en que comáis de él se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal». Eva comió y dio de comer a Adán. Fueron conscientes en ese momento de su desnudez, algo de lo que hasta entonces no se habían percatado (uno de los primeros efectos de la Caída: el pudor como castigo), y Dios, preguntando a Adán por qué se escondía a su llamada y cómo es que “sabía” ahora que estaba desnudo, y descubriendo de esa manera que habían comido del fruto prohibido, los condenó: a Eva, el nombre que Adán le dio a la mujer, «tantas haré tus fatigas cuantos sean tus embarazos: con dolor parirás los hijos. Hacia tu marido irá tu apetencia, y él te dominará»; a Adán, el hombre, «por haber escuchado la voz de tu mujer y comido del árbol del que yo te había prohibido comer, maldito sea el suelo por tu causa: sacarás de él el alimento con fatiga todos los días de tu vida. […] Comerás el pan con el sudor de tu rostro, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo tornarás». ¿Conoció acaso Dios la cuestión de fondo que la Serpiente le comentara a Eva?: «¡Resulta que el hombre ha venido a ser como uno de nosotros, en cuanto a conocer el bien y el mal! Ahora, pues, cuidado, no alargue su mano y tome también del árbol de la vida y comiendo de él viva para siempre», y por ello los expulsó del Jardín del Edén y los hizo vagar por el mundo. Un mundo aterrador, sucio, lleno de dificultades.

Alberto Durero, Adán y Eva, 1507,. Museo del Prado,
Madrid.
Greenblatt parte del relato bíblico para rastrear el legado de Adán y Eva en la cultura occidental. De ese relato y lo que en él subyace –la idea de pudor y desnudez, en la que incide con cierto detalle; la misoginia latente; el propio concepto de “paraíso”– pasa a los relatos que han sido fuente de inspiración (el Poema de Gilgamesh, al que dedica un capítulo, con Enkidu como “creación” humana y la noción del diluvio universal con explicaciones maltusianas), la redacción de la Torá por Esdras y los escribas de los siglos V-IV a.C.; los manuscritos encontrados en Nag Hammadi y los Evangelios no canónicos, además de otros textos no cristianos. Greenblatt “viaja” al mundo antiguo en unas primeras páginas del libro –un extenso libro, por cierto, más en contenidos que en páginas propiamente dichas–, pero ya con los dos capítulos dedicados a Agustín de Hipona se entra en otra fase analítica del volumen. La anécdota en cierto modo graciosa de la involuntaria erección del joven Agustín en los baños frente a su padre sirve de excusa para tratar uno de los temas que más golpearon al futuro padre de la Iglesia: el sexo. La vida de Agustín cambió radicalmente, de una juventud disipada a una adultez en la que rompió con todo y regresó, tras una larga estancia en Milán, al hogar norteafricano para crear una comunidad cristiana, y luego ser obispo en Hipona, y en ello tuvo mucho que ver tanto la influencia (casi enfermiza) de su madre Mónica, obsesionada con que su hijo no cayera en el pecado, como su propia idea de la culpa (a partir de la represión sexual), que le llevaría a “fabricar” la noción del pecado original y la mancha que procede de Adán y Eva. La misoginia de Agustín a la hora de categorizar el personaje de Eva en las mujeres y su rechazo visceral, obsesivo, de las doctrinas de Pelagio –que a su vez rechazaba lo que se acabaría convirtiendo en el dogma del pecado original– nutren dos de los capítulos del libro.

Pero es ya cuando el libro se sitúa, cronológicamente hablando –pues estamos en un “viaje” [7] temporal a lo largo de las páginas del mismo– en el Renacimiento, cuando aparece el Greenblatt que tanto se ha interesado (y trabajado) el período. Por un lado, tenemos la imagen que surge del arte, sobre el que el autor incide con detalle, con aspectos como el ombligo que suele pintarse en los retratos de Adán… cuando es imposible que lo tuviera, siguiendo el relato bíblico, pues no nació de una madre ni pudo tener esa conexión interna con el vientre de una mujer. Los dos pliegues de ilustraciones son esenciales para visualizar las diversas cuestiones que Greenblatt trata en el libro, con ese segundo “viaje”, ahora visual, a través del arte, de frescos de catacumbas a sepulcros medievales, de miniaturas en libros de horas a Durero y Masaccio, del Bosco a Rubens pasando por Cranach el Viejo, de Rembrandt a Beckmann a principios del siglo XX, con parada en Caravaggio. Importante, pues, el aparato visual y su “conversación” con el texto de Greenblatt.

Max Beckmann, Adán y Eva, 1917, coleccción
privada.
Y, por otro lado, Milton. Que a Greenblatt le entusiasman John Milton y su obra Paraíso perdido, el lector puede percibirlo en otros dos capítulos del libro: un primero dedicado a las querellas personales de Milton con su primer matrimonio y su idea de que hombres y mujeres deberían divorciarse si así uno de los dos lo desea, lo cual le indispuso con puritanos y anglicanos casi por igual, siendo él fervientemente contrario a la causa realista… hasta que a la muerte de Cromwell y la Restauración monárquica de 1660 lo condenaron a prácticamente un exilio interior; y un segundo que analiza el poema de un Milton que compuso ya ciego, y dictándolo a un amanuense, los 10.000 versos sobre unos Adán y Eva muy “humanizados”, o al menos a la imagen y semejanza de lo que un poeta de mediados del siglo XVII influido por el legado de la Guerra Civil inglesa y las querellas religiosas en las Islas Británicas a lo largo del siglo precedente podía imaginar. Para Grenblatt, de alguna manera, Milton es el Homero del siglo XVII (también “poseído” por una musa que le inspira), de los tiempos modernos, de hecho, y la Caída –la Pérdida del Paraíso– evoca modelos antiguos, comenzando por Troya, por ejemplo. El núcleo del libro, en cierto modo, está en estos capítulos centrales, a los que siguen el proceso de “racionalización” del mito del Génesis con Isaac La Peyrère, Voltaire y, proceso último o derribo final, Darwin, que copan los últimos capítulos.

El final del mito o del relato de Adán y Eva lleva a Greenblatt a viajar –el tercer “viaje”, esta vez geográfico– [8] a una reserva nacional en Uganda, donde durante días conoce de primera mano el comportamiento de un grupo de chimpancés, los primates más cercanos al hombre. Dedica unas cuantas páginas a indagar en el comportamiento sexual de los chimpancés, los únicos animales que, como el ser humano, también disfrutan del sexo más allá de la mera procreación; y ello le lleva también a reflexionar sobre y volver a Adán y Eva. ¿Serían los chimpancés, con su comportamiento desinhibido en cuanto a la práctica de las relaciones sexuales y las propias pautas de comportamiento entre individuos macho y hembra, una imagen residual en el mito de lo que “fueron” Adán y Eva antes de “conocer” que estaban desnudos y de que comieran del fruto prohibido? Un Edén en Uganda previo al pecado original, metaforiza el autor. Parafraseando a Milton, y concluye el propio Greenblatt en las últimas líneas del libro, recordando al poeta inglés, Lanjo y Leona, los dos chimpancés que parecen “abandonar” el Edén que comparten con el resto de chimpancés, serían como Adán y Eva tras ser expulsados del paraíso:
The World was all before them, where to choose
Thir place of rest, and Providence thir guide:
They hand in hand with wandring steps and slow,
Through Eden took thir solitarie way.
(Paradise Lost, XII, 646-649)
Debe quedar claro, no obstante, que no es un libro que pretenda discutir dogmas religiosos, doctrinas católicas o disputas puritanas, para el caso que proceda a lo largo del volumen. No se interesa Greenblatt por ello, aunque en el prólogo evidencie su particular “caída” en cuanto a la fe; o lo que sucede cuando un “mito”, como el de poder ver frente a frente a la divinidad cuando se lee un episodio de la Biblia, cayó cuando era un niño y lo que a partir de ahí sucedió en su manera de enfocar la religión. La literalidad del episodio de Adán y Eva, como de la propia Creación según la cosmogonía judía y posteriormente cristiana, no es algo que le interese refutar al autor, aunque es evidente que hay un cierto debate al respecto, y que trasciende la mera creencia religiosa, como cuando en los capítulos dedicados a Agustín de Hipona se relata las disputas que en aquellos tiempos podía haber entre quienes prescribían la estricta literalidad del texto bíblico y quienes proponían que se trataba de una metáfora a partir de una creencia en la obra divina.

A partir de los restos de "Lucy", (Australopithecus afarensis),
reconstrucción ideal de "Adán y "Eva", expulsados del
Paraíso, según reconstrucción de John Holmes y bajos las
indicaciones de Ian Tattersall.
Es evidente también que a Greenblatt no le simpatiza nada un autor como Agustín –del mismo modo que casi se rinde ante Milton–, y que tampoco le agrada el peso de la tradición judeo-cristiana de un Dios, en su origen, vengativo y castigador contra quienes transgreden sus mandatos (la orden a Adán y Eva de no comer el fruto del árbol prohibido; el árbol de la ciencia del bien y del mal que podía dar claves al hombre sobre el poder divino). Y es evidente que en su análisis de las cuitas de La Peyrère y su teoría de los “adamitas”, o los hombres que ya existían antes de Adán, que en su noción de un relato desacralizado y “racionalizado”, en cierto modo dispara contra la línea de flotación que aún sustenta la fe cristiana (o en su caso, la tradición judía de la Torá y la sinagoga) sobre la Creación, al también hacer hincapié en las teorías de la evolución a partir de Darwin. Sería un error leer este libro en clave de creyente militante, o de todo lo contrario, para acabar en una trinchera ideológica. Quedémonos con la “aventura intelectual”.

El resultado, y también comenzamos a concluir por nuestra parte, es un libro tremendamente fascinante; un “viaje” (o la “aventura intelectual”) que no se queda, aunque parta de lo que comúnmente sería una historia cultural de Adán y Eva. Quizá lo mejor del libro esté en un concepto tan sencillo y a la vez poderoso como es la curiosidad: una curiosidad que desborda Greenblatt a lo largo del libro y que le lleva a rastrear poemas sumerios e indagar en rollos de evangelios perdidos, a reseguir las obsesiones de intelectuales y poetas como Agustín de Hipona, John Milton, Hugo Grocio (aunque sea de pasada), Voltaire o Bartolomé de Las Casas, entre otros muchos; y a preguntarse qué hay de la caída del mito, siquiera de soslayo, en Darwin (y hasta qué punto este mismo era consciente de que su teoría de la evolución era la última etapa, o al menos la penúltima hasta los estudios genéticos, hacia la racionalización de ese mito) o en una reserva natural de chimpancés, lo cual a su vez es supondría darle la vuelta a Darwin… en cierto modo.
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[1] Un artículo especialmente feroz por parte de Bruce Bawer sobre la carrera de Greenblatt en el número de septiembre de 2017 de The New Criterion.

[2] Por ejemplo, Will in the World: How Shakespeare Became Shakespeare, que se publicó en castellano con el título El espejo de un hombre. Vida, obra y época de William Shakespeare (DeBolsillo, 2016).

[3] The Swerve: How the World Became Modern, publicado por Crítica bajo el título El giro. De cómo un manuscrito olvidado contribuyó a crear el mundo moderno (2014).

[4] Caso de, por ejemplo, 1599: A Year in the Life of William Shakespeare (2005), publicado en España por Siruela en 2007 (1599. Un año en la vida de William Shakespeare), o de The Year of Lear: Shakespeare in 1606 (2015), que Cátedra editó en ocasión de los fastos del cuarto centenario en 2016 (El año de Lear.Shakespeare en 1606).

[5] Tomamos la Biblia de Jerusalén, versión que, para el episodio del Génesis, es similar a la Biblia del Rey Jacobo que utiliza Greenblatt y como menciona al inicio del apartado de notas.

[6] La palabra es de origen persa y, por tanto, posterior a los “hechos” que se narran… y que Esdras y demás escribas que compilaron la Torá tras el regreso del Exilio hebreo, en el siglo V a.C., pudieron inspirarse.

[7] Quien esto escribe lo llama “viaje”, Greenblatt traza el propósito de que su libro sea una “aventura intelectual”.

[8] Viaje que ha tenido su “inicio”, en las primeras páginas, en una visita a un jardín en Kashan, una réplica de lo que pudo ser un “paraíso” persa, un Edén en el que se inspiraron los escribas de la Torá, y que halla a unos 150 km al sur de Teherán, en pleno desierto iranio.

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