14 de septiembre de 2017

Crítica de cine: Experimenter: la historia de Stanley Milgram, de Michael Almereyda

Anoche aparqué momentáneamente las series para ver una película que me interesaba mucho desde su estreno (pasó bastante desapercibida cuando se estrenó a finales de agosto de 2016), Experimenter: la historia de Stanley Milgram. Un filme sobre los experimentos sociales de Milgram sobre el comportamiento humano, a principios de la década de 1960 mientras trabajaba/investigaba en la Universidad de Yale, y que se realizaron en paralelo al juicio de Adolf Eichmann en Jerusalén, considerado el "ingeniero" o el "arquitecto" de la Solución Final nazi, el exterminio de los judíos europeos durante la Segunda Guerra Mundial. La figura de Milgram (1933-1984), personaje peculiar, psicólogo social que se abrió a la multidisciplinariedad y que creó experimentos de corte sociológico sobre el comportamiento humano y que tambiñen ahondó en el concepto de los seis grados de separación. Judío y de padres inmigrantes de orígenes rumano y húngaro, el Holocausto fue algo que le tocó de cerca, pues en su familia muchas personas acabaron en los campos de la muerte, y en sus estudios sobre la obediencia a la autoridad quedó siempre subyacente el tema del exterminio nazi y en cómo sus perpetradores lograron la colaboración, coercitiva o voluntaria, de toda una sociedad. En la película, Milgram asiste prácticamente "en directo" al juicio de Eichmann y, como Hannah Arendt, reflexionará sobre la participación del individuo en un asesinato en masa.

La película se centra, especialmente, en el experimento que dio fama y notoriedad a Milgram: el estudio sobre la obediencia del ser humano. Convocó a voluntarios para que participaron en una prueba por parejas: uno sería el "maestro" y el otro el "alumno"; el "maestro" estaría a cargo de una máquina que dispensaba pequeñas descargas eléctricas; y el "alumno", con un electrodo en su piel. Situados en habitaciones separadas, el "maestro" leería una relación de binomios, para que luego el "alumno" los emparejara cuando eran repetidos, si se equivocaba, el "maestro" se encargaría de "castigar" al "alumno" con una descarga eléctrica y hasta que no respondiera correctamente; a medida que avanzaban el experimento y las preguntas, las descargas subirían de intensidad, hasta unos supuestos 450 voltios. En realidad, no había tales descargas: en la otra habitación el "alumno" era una persona del equipo de Milgram y simplemente respondía preguntas y le daba al play a un transistor, que tenía grabada su voz... y sus comentarios cada vez más inquietantes, sus gritos de dolor y su deseo de abandonar el experimento. El "maestro" no sabía esto, claro está, y el experimento trataba de dilucidar su comportamiento durante el mismo: la incomodidad creciente, cómo miraba al supervisor de la prueba, esperando que le dijera que parara, pero éste le incitaba a continuar; es más, si anunciaba que renunciaba a seguir, el supervisor le "recordaba", amablemente pero con firmeza, que debía continuar, que se había comprometido a ello, que era esencial que continuara y que, en última instancia, "debía" hacerlo. Los supuestos electrochoques llegaban hasta los 450 voltios de potencia y el "maestro" podía oír los "gritos" del "alumno". El experimento reveló que un porcentaje muy elevado de los "maestros" participantes continuaron hasta el final e inflingieron los supuestos 450 voltios de descarga eléctrica, a pesar de sus reticencias, muestras de desagrado y miedo. 

Milgram concluyó que la obediencia a la autoridad por parte del ser humano estaba muy arraigada en su psique y que, incluso en situaciones claramente abusivas y que ponían en peligro la vida de sus congéneres, uno podía hacerle daño si así se lo ordenaban. Analizó el comportamiento humano de ciudadanos estadounidenses que no habían vivido los horrores del Holocausto en Europa y no habían sido coaccionados por autoridades como la de la Alemania nazi para participar activamente en el asesinato en masa. Ello despertó una polémica en los años siguientes, pues se consideraba que Milgram había engañado a los participantes del experimento y que, por tanto, estos no eran conscientes de la farsa que se estaba realizando. Se le tachó de cruel e inmoral, pero él respondió que los participantes recibían, al final del experimento, un cuestionario sobre lo que habían hecho y que un 85% de ellos afirmaron sentirse "contentos" por haber participado; pero ninguno de los que se negaron a administrar las descargas eléctricas pidieron parar el experimento y tampoco ninguno acudió a la otra habitación para comprobar el estado físico del "alumno". Milgram destacó que sus colegas y superiores en Yale y Harvard le habían asegurado que apenas nadie continuaría con el experimento hasta el final, pero los resultados fueron desconcertantes: un 65% de los participantes en una primera fase del mismo lo hicieron e infringieron los (ficticios) 450 voltios. El experimento se mantuvo durante dos semestres y Milgram publicó un libro, Obedience to Authority; An Experimental View (1974) que generó una enorme controversia entre la comunidad científica y la población en general. 

La película de Michael Almereyda muestra con un estilo muy sobrio e incluso aséptico el experimento de Milgram y las reacciones posteriores. Hay que destacar el aparato visual, utilizando fondos pintados en algunas secuencias, que provoca en el espectador una cierta sensación de desconcierto; alguna metáfora más o menos sutil, como la del elefante en un pasillo mientras camina el protagonista, y el uso del monólogo a cámara por parte de Milgram (un espléndido Peter Sarsgaard), que cuenta al espectador lo que sucede y en particular sus propias sensaciones: el disgusto por la al principio tibia reacción a sus experimentos (un narcisismo no disimulado), el vacío de la comunidad científica a su labor, las críticas desmedidas en prensa y televisión, sus dudas personales, etc. Milgram, en cierto modo, asoció el experimento a la cuestión de la "banalidad del mal" de Hannah Arendt, que ya en su estudio provocó una enorme controversia al culpar a los consejos judíos de no resistirse a participar activamente en el asesinato de los judíos en los campos de exterminio. 


Estamos ante una película muy interesante y con un estilo y tono desapasionados; fríos, incluso. Al margen de la "simpatía" que podamos sentir como espectadores por Milgram (el personaje)  y sus cuitas profesionales (la desazón de quien no esconde la amargura por no medrar académicamente frente a personalidades con menor bagaje intelectual), no se esconde una mirada crítica y un cuestionamiento de los límites que debe tener todo experimento científico y en un marco académico. Son varios los personajes que plantean dudas y discrepancias: de los participantes a alumnos de Milgram, pasando por colegas. Almereyda, que dirige y escribe la película, mantiene una cierta distancia con todo lo que narra, exponiendo y dejando en manos del espectador que alcance sus propias conclusiones. La sobriedad de la película incita a una reflexión sin estridencias, y quizá ese sea uno de sus principales alicientes. Eso y el tema de fondo, desde luego, así como la recreación muy sutil de una época, muy lograda con apenas unas pocas pinceladas. 


Un filme, en definitiva, muy recomendable.

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