10 de abril de 2016

Crítica de cine: Julieta, de Pedro Almodóvar

El cine de Pedro Almodóvar siempre me interesa. Podrán ser mejores o peores, pero sé que cuando se estrena uno de sus filmes alli estaré yo, en la sala de cine, dispuesto a beberme lo que me ofrezca. Y unas veces será algo fresco y espumoso, otras con más cuerpo y sabor intenso, que bebes en sorbos que paladeas con tranquilidad, percibiendo efluvios y notas muy diversas. Es raro que una película de Almodóvar deje indiferente, para bien o para mal. Dejando a un lado la pátina del creador a veces atormentado (y pagado de sí mismo) que suele gastarse, su manera de hacer cine ha mejorado con los años (y no es que fuera mala la que tenía en los ochenta, por ejemplo), se ha sabido adaptar a sus propios ciclos vitales y se nutre de referencias e imágenes que denotan a quien se ha curtido con el paso de los años, ha bebido mucho de aquí y allí, y busca no adormecerse en los laureles (aunque a veces lo parezca). Personalmente, prefiero al Almodóvar de la primera década del siglo XXI que al de los años noventa del XX (y, en este caso, infinitamente más al de los años ochenta): un escritor y director más maduro, con películas más propias de alguien que ya no busca la provocación o el exceso visual (e incluso conceptual). Hable con ella (2002), más que Todo sobre mi madre (1999); La mala educación (2004), especialmente Volver (2006), más que Los abrazos rotos (2009) o La piel que habito (2011), son fascinantes apuestas narrativas y visuales. Dejaremos a un lado Los amantes pasajeros (2013), un interludio festivo muy pobre en desarrollo e intenciones. Julieta (2016), por tanto, su última película y que nos devuelve al Almodóvar intenso de las películas citadas, tenía muchos números para reencontrarme con ese Almodóvar que me gusta. Pero me he quedado, más bien, desconcertado.

Desconcertado quizá porque me presenté "a pelo" en la sala de cine, sin saber prácticamente nada de lo que me iba a encontrar: tan sólo la historia de una mujer, la Julieta del título, a lo largo de treinta años y en la piel de dos actrices, Adriana Ugarte y Emma Suárez, que la interpretan en dos etapas diferentes de su vida, la juventud y la madurez, respectivamente. Desconcertado también porque me costó entrar en los intersticios emocionales de una trama de por sí sencilla en cuanto a su presentación pero compleja en cuanto a su desarrollo. Una Julieta madura (Suárez) decide no trasladarse a vivir a Portugal con Lorenzo (Dario Grandinetti) tras el encuentro en plena calle con Bea (Michelle Jenner), una antigua amiga de su hija Antía (Priscilla Delgado/Blanca Parés), de la que no sabe nada desde hace años. Saber algo de Antía, que vive cerca del lago de Como, tiene hijos y está más delgada, en cierto modo conmociona a Julieta, que decide abandonar los planes previos y quedarse en Madrid; volver al barrio donde viviera con Antía, recordar el pasado... ponerse a escribir sobre la vida, la muerte y el dolor. Y comienza así un flashback que nos trae a la Julieta joven (Ugarte), profesora de literatura clásica que en un viaje en tren es testigo de un hecho luctuoso y conoce a Xoan (Daniel Grao), un pescador gallego con el que iniciará una relación y una vida nueva en el norte, al lado del mar. Y nacerá Antía. 

La trama en sí, decía, es sencilla: la historia de una madre y la relación con una hija durante varios años. Pero Almodóvar, que se basa libremente en tres relatos de Alice Munro para construir su guion, hace más compleja, si no la trama, sí la manera de enfocarla en el espectador. Quizá sea una trama en la que se entra o no se entra; y si lo haces, quizás puedas entender mejor a los personajes, sus motivaciones, sus sentimientos, sus silencios y especialmente su evolución. En mi caso, no logré "entrar" en la película; o, mejor dicho, me pareció todo bastante anodino, incluso plano, con algunas excepciones, y cuando pensé que la cosa se entonaba... zas, fin de la película. De hecho, y este es un hecho objetivo, el final resulta muy abrupto. "¿Ya está?", piensas cuando aparecen los créditos finales. Algo falla, por otro lado, cuando una película que dura poco más de hora y media deja una sensación de tedio, de cierta pesadez. Se podrá argüir que la historia requiere el ritmo que se le ha dado, pero el problema precisamente está en la historia, que es lo que falla. ¿Qué nos quieres contar, Pedro? ¿Una historia de mujeres? Vale, la compro, pero ¿realmente qué quieres contarme? ¿Por qué tengo la sensación de ver una sucesión de breves escenas pero no una historia con más desarrollo? ¿Por qué tantos personajes —de Ava (Inma Cuesta), la amiga/rival de Julieta a la madre de esta (Susi Sánchez), de Marian (Rossy de Palma) a Claudia (Pilar Castro), la madre de Bea—, si luego resulta que apenas tienen entidad? ¿Por qué tanto vaivén dramático en algunos casos si al final nos dejan in albis? Por otro lado, ¿qué aporta realmente un personaje como el que interpreta Nathalie Poza? ¿La palpación clara de un fanatismo? (y en este caso, ¿para qué?). Tampoco me acaba de quedar claro el papel de Antía, la doble cara que acaba por mostrar cuando cuida de su madre... y cuando después la abandona. "Los adolescentes son imprevisibles", vendrá a decir Julieta en un momento determinado, pero esta adolescente en particular, tan madura para su edad, no congenia con la que, encuentros y conversaciones mediante, se desvelará más adelante. Incluso la propia Julieta resulta algo lánguida para la intensidad emocional que acabará viviendo (se podrá decir que cada cual vive con sus sentimientos a su manera). En definitiva, me desconciertan estos personajes, esta trama y especialmente esta resolución. 

Pensaba, al salir del cine, que qué poco se parecen estas mujeres a las de Volver; qué diferentes sus silencios, sus miradas, sus traumas. Qué diferentes ambas películas, de hecho: qué esperanzada resultaba la película de 2006, qué llena de personajes tan atractivos y con el punto de partida de una abuela fantasma y de un viento solano que enloquece a la gente. Y en esta película de ahora qué (y probablemente soy injusto) anodinas me resultan esta(s) Julieta(s), qué poco (me) transmiten, qué poco (me) impacta su historia, su propia trayectoria. Y, al mismo tiempo (y probablemente vuelvo a ser injusto), qué pretencioso me parece Almodóvar en las referencias visuales, literarias, cinematográficas e incluso musicales; qué poco sutiles me parecen. Referencias que acompañan cada una de sus películas, empapándose de ellas. Y eso que la secuencia del tren sí me recuerda a Extraños en un tren de Patricia Highsmith/Alfred Hitchcock y me pica el gusanillo de algo; esos planos cenitales sobre las tartas, esos colores vivos, esos libros que se ven en los estantes, ese arte cerámico que sé que me quiere decir algo pero que me deja frío, con la sensación de que me están intentando meter con calzador un gusto esteta porque sí, porque el personaje (o los personajes) deben tenerlo y se debe visualizar. Entiendo la visión almodovariana del melodrama clásico que se nos quiere dar... pero me parece naíf, por un lado, e incluso poco sutil, por otro. Por ejemplo, ese ciervo a través de los cristales del vagón de tren me parece más un intento de alcanzar trascendencia por parte del director manchego que de lograrla con naturalidad. Y hay temas que son realmente interesantes: la escritura como catarsis, la memoria y el olvido como dos caras de una misma moneda, el silencio como tabla de salvación. Pero no me parece suficiente.

Julieta no es una mala película, que quede claro, ni de lejos. Es una película extraña, poco definida (especialmente en los personajes), muy escueta en cuanto a recursos dramáticos, y de la que salvo algunos motivos visuales, la exquisita música de Alberto Iglesias (especialmente)... y poco más. Me quedo más desconcertado que decepcionado... y puede que eso sea algo positivo (darle vueltas a posteriori). Quizá un segundo visionado me ayude a entrar de lleno en lo que se me cuenta. Quién sabe...

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