10 de enero de 2015

Crítica de cine: Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia), de Alejandro G. Iñárritu

Tras sus cuatro películas melodramáticas (y muy dramáticas), Alejandro González Iñárritu decide probar con la comedia. Pero, desde luego, con la comedia a su manera. Ya no cuenta con Guillermo Arriaga como su guionista de cabecera (partieron peras tras Babel) y sigue con sus juegos visuales: si Amores perros, 21 gramos y la citada Babel eran películas en las que las historias entrecruzadas y la cronología no lineal eran marcas de la casa (Biutiful es un punto y aparte), Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia) utiliza el plano secuencia como elemento que vehicula la narración (¿se acuerdan ustedes de La soga de Hitchcock y su encadenado d planos secuencias o de la primera secuencia de Snake Eyes de Brian de Palma?); un plano secuencia a lo Sokurov El arca rusa y que, cámara en mano, acompaña a los personajes de esta comedia dramática (Iñárritu no podía de dejar del lado el elemento dramático) alrededor de un antiguo actor de cine de acción que trata de reconvertirse en alguien respetable en un escenario de Broadway. Riggan Thomas fue Birdman en tres películas, un superhéroe con disfraz de pájaro, dos décadas atrás y ahora trata de reivindicarse como actor y director con una obra de Raymond Carver (De qué hablamos cuando hablamos de amor). La ironía inicial de la película está en que Michael Keaton, Batman de Tim Burton, se pone en la piel de Riggan; y como Riggan su carrera en las últimas dos décadas también ha estado muy dependiente de aquel éxito del cine de superhéroes, de las críticas, la fama efímera, el abandono de la industria cinematográfica y la búsqueda de un papel que le redimiera como actor. Keaton e Iñárritu, pues, nos guiñan el ojo con el primer planteamiento de esta película.

La cosa empieza así, con Riggan tratando de escapar de Birdman (quien se le aparece en alucinaciones, le sermonea y le hace creer que tiene los superpoderes de los que gozaba el personaje en la gran pantalla), y con la obra en los días previo a su estreno oficial en Broadway. La noche antes del preestreno uno de los actores de la obra tiene un no-accidental percance y entra en escena un actor sustituto, Mike Shiner (un robaescenas Edward Norton), con métodos propios y poniendo en entredicho la dirección de Riggan. Que éste no pasa su mejor semana es evidente: al estrés de los ensayos previos al estreno de la obra y de haberse endeudado hasta las cejas para representarla, a su infelicidad ya crónica y a su condición de figura olvidada por todos, hay que añadir la relación compleja con su hija Sam (Emma Stone), recientemente rehabilitada. Por si ello no fuera suficiente, una de las actrices de la obra le confiesa que podría haberse quedado embarazada de él. ¡Más madera dramática, Iñárritu! Pero predomina el tono de comedia en los ensayos y los preestrenos, con Mike haciendo de las suyas (es realmente dievrtido ver a Edward Norton sacando de sus casillas a Riggan/Keaton), Birdman apareciéndose (con esa voz cavernosa que el Batman de Burton puso de moda y que exacerbó Christian Bale en las versiones de Christopher Nolan), una crítica teatral (Lindsey Duncan) haciendo sangre y perjurando que destruirá el montaje de Riggan...

La película incide en lo efímero de la fama y la redención de un actor en declive que busca el respeto general. "Tu problema, Riggan, es que has confundido el amor con la admiración", le dirá uno de los personajes. En esta era de infoxificación y de redes sociales que convierten a prácticamente a cualquiera en un fenómeno viral (y sin que necesariamente se lo merezca), Riggan busca hacer las cosas a la antigua usanza. Sam le recrimina que ahora trate de ser el padre que no fue o que se olvide que vive en una burbuja ajena a ese mundo de Twitters, Facebooks e Instagrams (y como se hará patente por un par de secuencias que casi levantan al espectador de su butaca). Iñárritu, uno de los guionistas de al cinta, juega con la redención personal (uno de sus clichés) y con el quijotismo del personaje, obsesionado por luchar contra molinos de viento (en este caso la feroz crítica de teatro, duelo verbal incluido). En el tramo final de la película se podría decir incluso que las alucinaciones de Riggan se salen de madre, pero son utilizadas convenientemente para mostrarnos ese irredentismo personal de Riggan, de no ceder ante nada ni nadie... e incluso de cruzar las líneas rojas. 

De lo mejor de esta película, su mejor baza, es el plano secuencia, así como en un puñado de actores que convencen desde el principio, sobre todo Keaton y Norton. Una banda sonora basada en la batería (que incluso se convierte en referencia visual), una interesante reflexión sobre el artista como antihéroe a merced de la fama efímera y un montaje bien trabado. Con un ritmo ágil, quizá el principal (y probablemente único hándicap) sea que las dos horas de metraje acaban siendo excesivas para lo que se quiere contar, o que el tramo final se alarga demasiado ante la sucesión de situaciones peculiares que vamos viendo en pantalla, pudiendo agotar un poco al espectador. Con quince minutos menos la película sería redonda, perfecta... y eso que el resultado en general es magnífico.

Michael Keaton se reivindica como este actor en declive que trata de redimirse... y en cierto modo Iñárritu recupera el pulso de sus primeros filmes. Lo que está claro es que Birdman es una estupenda película (aunque me temo que susceptible de dejar indiferente a más de uno), bien narrada, bien mostrada y bien interpretada. ¿Qué más se puede pedir?

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