13 de septiembre de 2014

Crítica de cine: El hombre más buscado, de Anton Corbijn

A estas alturas de la película no hay que explicarle a nadie quién es John Le Carré y lo que ha significado para la literatura del género "de espías". Hace poco tuvimos la oportunidad de revisar El topo, basada en una de sus novelas de "guerra fría", con el Circus y Smiley en danza. Una película sosegada, muy pausada, lenta incluso se podría decir, en la que trama se construye poco a poco, se cocina con mimo y se llega a un desenlace de altura. Con El hombre más buscado, película basada en otra novela de Le Carré (y coproducida en parte por él y sus dos hijos), volvemos al cine de espías... pero los tiempos han cambiado. Lo que fue el Circus en la serie de Smiley y lo que significó la pugna entre los dos bloques durante el período de la guerra fría, ha quedado reducido a un pasado romantizado tras los atentados del 11-S y el cambio de paradigma: el enemigo ya no es el soviético, sino el terrorista islamista radical de diverso pelaje, más anónimo en sus métodos, más ruidoso en sus acciones y más imprevisible en su modus operandi. La CIA fracasó con la previsión de Nueva York (o su fracaso fue no lograr que sus informes llegasen a influir en las decisiones del Despacho Oval y el Pentágono) y el panorama se radicalizó por todas partes. La saga Bourne nos mostraba un juego de espías más físico que propio de servicios de inteligencia. Con sus novelas posteriores al 11-S, Le Carré juega con personajes que van a la deriva, sin tener nada claro cómo moverse en un terreno desconocido y mucho más complejo que el clásico gato contra el ratón de apenas unos decenios atrás...

La película de Anton Corbijn es europea en su estampa y desarrollo. Plenamente europea, y no sólo por el cásting de autores en el que Philp Seymour Hoffman y Robin Wright aportan la pátina estadounidense, aunque no su filosofía de blockbuster al uso. Hamburgo se erige en escenario y coprotagonista: de Hamburgo partió Mohammed Atta para preparar los atentados del 11-S. La antigua ciudad hanseática es unos de los puertos más importantes del mundo y uno de los centros de recepción de contenedores, inmigrantes y posibles terroristas. En los primeros minutos vemos la llegada, casi surgida de lo más profundo del océano, de un hombre barbudo, fibrado y oscuro. Un hombre con un pasado que siempre queda en al indefinición: mitad ruso, mitad checheno, asume una identidad y el credo islámico, reniega del referente paternal (un militarote ruso que violó a su madre chechena cuando esta tenía 15 años, y que a su vez murió al darle luz a él mismo). Issa Karpov, pus, llega a Hamburgo y con él se encienden varias alarmas. Entre ellas las de una innominada agencia de inteligencia ¿alemana? ¿europea?, con Günther Bachmann (Philip Seymour Hoffman) al frente. Un hombre curtido en el oficio, siempre al margen del oficialismo; que fuma carretadas de cigarrillos, que es evidente que no se cuida y que conoce al dedillo lo que se cuece en los bajos fondos de ese Hamburgo de grises y azules metalizados. Bachmann no se fía de las altas esferas de Berlín ni de la CIA (el personaje de Robin Wright, enlace estadounidense de varias agencias, y bajo cuyo teñido cabello oscuro subyace parte de esa Claire Underwood que vimos recientemente en House of Cards). Bachmann dirige su equipo con empatía y vigor, pero sin olvidar a lo que se dedican. La suya es una labor meticulosa y poco agradecida, al margen de los servicios alemanes de inteligencia y de invitados no deseados como al CIA; capaz de infiltrarse en el círculo de posibles enlaces terroristas y de jugar, con la máxima discreción de la que son capaces (y no siempre) con reglas nuevas en un juego viscoso. La cosa se complica cuando Issa Karpov reclama un dinero paterno que se atesora en el banco de un banquero local (Willem Dafoe), hijo de un amigo del padre de Issa. El pasado involuntario reúne a los dos personajes mediante una abogada ingenua y a la que Bachmann moteja con desprecio de "pacifista" (Rachel McAdams), que irá puliendo a Issa, empatizando poco a poco, rascando en su superficie para tratar de entender quién es y qué quiere. Nunca nos quedará claro lo que busca el taciturno "hombre más buscado".

La película es de desarrollo muy pausado; lento incluso, muy lento pero no aburrido. Todo se muestra poco a poco, la trama se construye a medida que los personajes entran en contacto/conflicto y se pergeña el plan que Bachmann intuye desde el principio pero que no puede asegurar. "¿Crees o sabes?", le pregunta en un par de ocasiones el personaje de Robin Wright. Una misión fallida de Bachmann en Beirut le fuerza a ser cauteloso, a no dejarse llevar por la impulsividad del "pienso que" sino a esperar la confirmación del "ahora sé que", y por eso en gran parte el ritmo de la película depende de que llegue esa confirmación, de que se llegue al punto de entrar en acción y actuar. Por tanto, si el espectador espera un Bourne, olvídese. Más le vale acomodarse en la butaca y dejarse llevar, sobre todo por la presencia, física e interpretativa, de un Philip Seymour Hoffman que firma aquí su última actuación completa (dejemos al margen la última parte de Los juegos del hambre que no pudo terminar). Y dejémonos llevar por ese Günther Bachmann que interpreta con una notable fuerza, ya sea con un inglés con acento europeo (es imprescindible ver la película en versión original subtitulada), con un constante cigarrillo en los labios o con sus movimientos por Hamburgo, ya sea negociando con el banquero, teatralizando con la abogada o luchando contra el oficialismo de los servicios de "inteligencia", que van del blanco al negro sin comprender los matices grises que Bachmann sí es capaz de entender en el nuevo escenario de los espías y la caza del terrorista allá donde se oculte.

El referente de la serie televisiva Homeland, pero a la europea (es decir, sin estridencias) sobrevuela la película, es evidente, pero Bachmann no es el histerismo de Carrie Mathison... ni Issa Karpov un nuevo Nicholas Brody. Hamburgo no es Washington ni Beirut, el escenario es más indefinido y la fauna local más diversa y a la vez indistinguible del blanco o negro que buscan los superiores de Bachmann. El final de la película no deja pie a componendas y Bachmann lo descubrirá en su propia piel. Para entonces, el espectador ha tenido que tener paciencia, mucha paciencia incluso, pero el esfuerzo ha valido la pena. Con ese final queda claro que el mundo seguirá siendo tan blanco o negro como Bachmann temía que los demás pensaran que es... aunque quizá no de la manera que esperaba.

Buena película, pero probablemente no para un espectador cada vez más acostumbrado a la rapidez y el impacto inmediato.

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