14 de agosto de 2014

Reseña de La buena reputación, de Ignacio Martínez de Pisón

Uno de los inicios de novela más conocidos de la literatura universal es el de Anna Karenina de Lev Tolstói: «Todas las familias felices se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera». Y a menudo te acuerdas de esa frase mientras vas leyendo este novelón de 650 páginas sobre una familia; concretamente, tres generaciones de una misma familia, más de treinta años de historia familiar, también con la historia española de trasfondo. Un trasfondo sutil, de todas maneras, ya que Ignacio Martínez de Pisón no pretende narrar un Cuéntame cómo pasó (ni, espero, le pasaría por la cabeza): la novela inicia su andadura –tras un prólogo que luego se trenza con su desarrollo– en Melilla, donde en 1950 vive la familia Caro Campillo. Una familia de curiosa mezcla: el padre, Samuel, es un judío (no ortodoxo) que se casó con la católica Mercedes, la hija de un militar, y aunque las dos hijas de la pareja, Miriam y Sara, lleven nombres judíos, la suya no ha sido una educación en las costumbres religiosas judías; válgame Dios, Mercedes, una mujer con carácter, no lo habría aceptado. Son los últimos años del Protectorado español en Marruecos, pronto Melilla pasará a ser, junto a Ceuta, el último enclave español en suelo africano y todo cambiará para una familia que, aún no siendo judía en su totalidad, emprende su particular diáspora.

Ignacio Martínez de Pisón (n. 1960).
La buena reputación (Seix Barral) es una novela que dentro de los cánones de la literatura se insertaría en el realismo, etiqueta con la que el autor está más que satisfecho: «desdeñamos el realismo español y apreciamos el de fuera, olvidándonos de Galdós, y yo quería tirar atrás, vincularme a una novela con estructura y desarrollo y personajes clásicos de la gran tradición realista», comenta en una entrevista-artículo. Y lo cierto es que leyendo la historia de esta familia llegas a conclusiones parecidas. Pues es una novela de personajes y desarrollo muy «realista», alejada de juegos literarios a los que últimamente la novela nos acostumbra; aunque, también es cierto, el lector se siente cómodo con el realismo de toda la vida: aquel que evoca a Galdós, Dickens o Tolstói. Yo mismo disfruto mucho con las novelas de John Irving, quizá uno de los autores estadounidenses actuales en los que la estela dickensiana es más perceptible. En el caso de Martínez de Pisón, su novela juega con la baza de la estructura y los personajes construidos en la tradición realista, sí, pero también le toca la fibra emocional al lector; y con esto no me refiero a que busque emocionarle, sino que éste, como cualquier persona, tiene una familia con los más y los menos, los dimes y diretes, las disputas y reconciliaciones que encontramos en los Caro Campillo. Y eso, a la postre, es una baza importante para atrapar al lector: acercarle a su propio imaginario colectivo. Que el autor además sitúe la trama de su novela entre 1950 y 1986, evocará muchas sensaciones a lectores de una cierta edad, especialmente aquellos que vivieron la etapa de la Transición, época sobre la que Martínez de Pisón parece «especializarse».

¿La España del 600 en los años sesenta y setenta?
Quizá haya lectores a los que las idas y venidas de una familia de clase media española hace ya unas cuantas décadas le parezca una materia ligera para tratar en una novela; quizá incluso piense que le están vendiendo una «telenovela» más que una novela en sí, por muy «realista» que sea. Y hay momentos en el libro en el que me parecía estar viendo el «culebrón» familiar, lo admito. Pero el autor no se contenta con narrar, desde los puntos de vista (que no las voces narrativas, pues siempre utiliza un narrador omnisciente) de cinco miembros de la familia, de modo que cada parte lleva el título «La novela de…», es decir, de los cinco personajes seleccionados; por orden: el padre Samuel, la madre Mercedes, la hija Miriam y los nietos Elías y Daniel. Cada personaje modula un acercamiento, desde sus pensamientos y sensaciones más o menos «personales» (o incluso «egoístas»), a lo que le sucede a una familia que vive, por etapas, en Melilla, Málaga y Zaragoza… para volver a Melilla, los orígenes. Samuel es un judío que se lleva bien con la élite melillense y española del Protectorado, hasta el punto de que queda en la retina del lector su apoyo a los sublevados en la Guerra Civil y actúa como puente entre militares y políticos de la zona con la comunidad judía local. Como colaborador, la vida le va bien a Samuel, ajeno (hasta cierto punto) a la mirada que sobre él tiene esa misma comunidad judía. Los tiempos cambian, el final del Protectorado será también el final de un sueño; como muchos españoles que se trasladaron a la península cuando Marruecos alcanzó su plena independencia, la familia de Samuel hará lo mismo, dejando atrás un legado que pesará en el corazón del patriarca, especialmente cuando, de ser un judío bastante laicizado, pase a ser un ultraortodoxo en Málaga, la nueva tierra de promisión (Málaga y, sobre todo, Zaragoza), para desesperación de una Mercedes que siempre fue ajena a las costumbres religiosas de su marido.

Mercedes es precisamente un personaje fuerte, con carácter y dispuesto a ejercer de matriarca implacable. Las relaciones con sus hijas Miriam y Sara no serán fáciles, no sólo en la juventud de estas, sino prácticamente toda su vida. El testamento, cuya lectura se produce en el prólogo y que será la muestra de cómo pretende influir en las vidas de sus descendientes más allá de su propia muerte, es un macguffin literario que nos lleva a conocer el pasado de esa familia y su tránsito por los años sesenta y setenta. Frente a ella, Sara (que no «protagoniza» una «novela de») es la rebeldía y Miriam la sumisión que acaba por explotar. La novela sigue las andanzas de la segunda generación en la época del «desarrollismo» español, con una sucesión de lugares comunes para quienes hayan tenido una familia en aquellos años. De hecho, y aunque mis recuerdos de infancia pertenecen a la década de los años ochenta, la novela consigue hacerme «familiares» esos años sesenta y setenta por el modo de enfocar actitudes y mentalidades, o reconstruir una cultura material que no ha sido hasta la era Internet cuando ha cambiado radicalmente. Con ese feeling hacia el lector juega Martínez de Pisón, con algunas referencias literarias e históricas muy sutiles, y con el recuerdo más «reciente» en la memoria de los años ochenta, la época de la tercera generación de la familia: los nietos, Elías y Daniel. Con ellos transcurre el último tramo de la novela, más próximo y al mismo tiempo más idealizado. Pero los tiempos cambian, y en la mirada a la Melilla de los años ochenta por parte de Martínez de Pisón se percibe que ya no es la ciudad en la que vivieron los abuelos: época de contrastes entre los habitantes «españoles» y los trabajadores «inmigrantes» marroquís, que en la actualidad se nos hace presente con la cuestión de la inmigración subsahariana; lo que entonces eran los problemas de los marroquíes que venían a trabajar a España, podemos leer ahora como las aventuras de quienes saltan las vallas en Ceuta y Melilla y llegan a las costas gaditanas en pateras.

"El piropo", fotografía de Xavier Miserachs, 1960: en Barcelona,
aunque la novela apenas pisa la Ciudad Condal...
Con esta novela, Martínez de Pisón evoca el cambio generacional de una España que vivía en una dictadura pero al margen de la misma. Con un ritmo ágil y un estilo sencillo pero evocador, y poniendo la mirada casi a ras de suelo, se nos reconstruye una época de color sepia y preocupaciones cotidianas –el trabajo fijo, la casa propia, el coche, las vacaciones de verano, los «lujos» que se pagan a plazos– y las aspiraciones de una vida dentro de los cánones de una clase media que busca el confort y la estabilidad de un modelo industrial de sociedad que paulatinamente ha ido desapareciendo. Un modelo familiar que se ha transmutado con el cambio de milenio y en el que la estructura nuclear permanece por necesidad, pero las mentalidades son otras y las aspiraciones han pasado de la euforia de final de milenio a la inquietud emocional y el desamparo socioeconómico que la crisis económica ha dejado en los últimos años. La buena reputación nos traslada a una época anterior a todo esto, con una mirada que no es nostálgica (aunque para muchos lectores pueda serlo… según su mirada personal). A unos años que forman parte de la historia sentimental del país y a las idiosincrasias que jalonan el rumbo de una (miles de) familia(s). Pues la familia, ay, la familia, no sabes cómo es la (mi) familia…

4 comentarios:

Silvia R. Taberné dijo...

Felicidades por la crítica, muy completa. Y además me has terminado de convencer, hay tanto en el mercado y mucho de dudosa calidad (y vaya si relata la historia reciente española) que se agradecen las orientaciones. Por cierto, no sé si te sobra un trasfondo en la séptima línea. Sea como fuere, es la primera crítica que te leo, pero no la última. Saludos de la hislibreña 'yomisma'

Oscar González dijo...

Corregido, gracias. ;-) A ver qué te parece la novela...

juanrio dijo...

Excelente reseña Oscar, veo que hemos leído la misma novela, esa estupenda descripción que de la postguerra civil hasta hace unos años nos hace Martínes de Pisón.

Oscar González dijo...

Buena novela, sí señor, un estupendo viaje a una época y unas mentalidades. ;-)