23 de mayo de 2014

Crítica de cine: Hermosa juventud, de Jaime Rosales

Anoche fui invitado a una "sesión a ciegas". La película era Hermosa juventud de Jaime Rosales, presentada estos días en el Festival de Cine de Cannes dentro de la sección "Una cierta mirada". Hablar de Jaime Rosales es hablar de un cine comprometido socialmente, aunque sin populismos ni demagogias, y alejado de las multisalas (aunque, con la desaparición de los cines a la antigua usanza, también acabe siendo su espacio, aunque diría que lo será en los complejos de versión original). Un cine que no busca "entretener" sin más sino inducir a la reflexión y mostrar a personajes en situaciones cotidianas; un acercamiento del objetivo de la cámara a esa cotidianeidad, pero también a los silencios que a menudo la acompañan (fuera de la aparatosa sonoridad de mastodónticas películas palomiteras), a planos fijos (y subjetivos) en los que no sucede "nada" pero que ambientan un momento, a diálogos en ocasiones escasos, a actitudes de gente normal... o quizá no tanto (Las horas del día, su ópera prima, sobre un asesino en serie en Barcelona, por ejemplo; o Tiro en la cabeza, una película que no buscaba la polémica pero ponía el acento en las actitudes humanas). La soledad fue la gran sorpresa de los Premios Goya 2008, llevándose el premio grande una película que estaba a años luz de lo que habitualmente se premia, alejada de la comercialidad per se y únicamente per se, y con un desarrollo narrativo interesante, con el juego de pantallas y los silencios a los que en cierto modo nos tiene acostumbrados. A falta de haber visto Sueño y silencio, su anterior propuesta, ayer pude contemplar esta Hermosa juventud, que llega a las salas de cine el próximo 30 de mayo.

En ciertos aspectos su última película nos evoca el cine del primer Fernando León de Aranoa: el de Familia, Barrio o Los lunes al sol, no tanto el de Princesas. Como este, Rosales pone el énfasis en personajes jóvenes, habitantes de barrios humildes de la gran ciudad (Madrid, en esta ocasión), y focaliza nuestro interés en una pareja, de poco más veinte años, sin trabajo (o lo que podríamos considerar un trabajo más o menos estable), condenados a una vida de mediocridad y de desesperanza. Carlos y Natalia son pareja desde hace dos años pero no viven juntos; sus familias respectivas son entes rotos, hijos de matrimonios divorciados o con la ausencia del padre, malviviendo con lo que se puede encontrar (Carlos trabaja desbrozando desechos en obras por 10 € al día) o no haciendo absolutamente nada (Natalia, viviendo del trabajo de una madre que no llega a todo, a cargo de dos hijos más y sin apenas recibir dinero de un marido separado que tampoco tiene oficio ni beneficio). Rosales nos presenta a los dos personajes en planos sin diálogos, para luego conocerlos paulatinamente en sus problemas cotidianas. El llega de maneras inusuales pero en ocasiones fáciles (rodando un vídeo porno para Torbe), pero apenas hay mucho más. La cinta sigue la relación en pareja especialmente desde que Natalia se queda embarazada y se abre un panorama complejo para ambos (y sus respectivas familias): ¿cómo podrán formar una familia si apenas ellos mismos pueden mantenerse a sí mismos?

Rosales echa mano de su estilo habitual: planos fijos (autopistas, barriadas, parques), cámara en mano, juego de pantallas (en este caso las de los smartphones, el WhatsApp o Skype), sin música ex professo para la película, silencios en medio del mundanal ruido, con actores desconocidos (dotando de mayor credibilidad a sus personajes),... Pone el foco en una historia que remite a nuestros tiempos, a unos jóvenes que ni estudian ni trabajan, que no tienen un futuro claro y que saben que nunca saldrán del arroyo: "somos pobres y punto", le dirá Natalia a Carlos en un momento determinado; o la conversación de Carlos con su grupo de amigos, cuando comenta que en el colegio no recibía ni esperaba atención o apoyo de los profesores, asumiendo desde entonces que no iba a conseguir un trabajo estable y que era carne de marginación. Los negocios imposibles (la posibilidad de conseguir una furgoneta), la esperanza de un dinero fácil que no llega (la indemnización por un navajazo en el cuello recibido por Carlos en una reyerta), la tentación del crimen cuando falla lo demás, el trabajo que no llega por muchos currículums que se entreguen (Natalia yendo a unas pocas tiendas), la asimilación de que el suyo es un no-futuro, un imaginario imposible de alcanzar por desidia personal y por los efectos de la crisis económica. Es interesante ver cómo los personajes evolucionan (o involucionan) de principio a fin de la película, tanto Carlos como Natalia, y con una secuencia final que no deja de ser la coda irónica a la idea de que no queda esperanza. Al menos no la que has soñado.

Película incómoda en algunos aspectos, incisiva en otros, interesante en el planteamiento visual y quizá reduccionista en cuanto a la imagen que se muestra: sería una generalización absurda decir que Rosales retrata la juventud actual exclusivamente a partir de unos personajes determinados. Sí es cierto que esa imagen, a veces propia de programas de telerrealidad como Callejeros, es una a la que ya estamos acostumbrados... y que la salida que encuentran los personajes para salir adelante (el vídeo porno, por ejemplo, o la posibilidad de emigrar para encontrar trabajo, sea cual sea) se basa en falsas quimeras... aunque también muy verosímiles en nuestros tiempos (no hay más que ver la televisión...). Lo que está claro es que Jaime Rosales sigue creyendo en un estilo de cine alejado de parafernalias, más centrado en la realidad y en los problemas que la rodean. Y en eso sigue proponiendo interesantes películas. Otra cosa es que no sea lo que buscas cuando vas a una sala de cine...

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