19 de enero de 2014

Reseña de El arte de la defensa, de Chad Harbach

«El béisbol, a su manera discreta, era un juego extremadamente angustioso El fútbol, el baloncesto, el hockey, el lacrosse: ésos eran deportes de refriega. Uno podía ser útil si empezaba y pugnaba más que el rival. Podía redimirse sólo con desearlo.
Pero el béisbol era distinto. Schwartz lo veía como algo homérico: no una melé sino una serie de combates aislados. Bateador contra lanzador, defensa contra pelota. No se podía embestir de aquí para allá, resoplando y abofeteando a los demás, como hacía Schwartz cuando jugaba al fútbol. Uno permanecía inmóvil y esperaba e intentaba mantener la mente tranquila. Cuando llegaba el momento, tenía que estar a punto, porque si la pifiaba, todo el mundo sabría de quién era la culpa. ¿Qué otro deporte no sólo llevaba una estadística tan cruel como el error, sino que, además, la exhibía en el marcador para que todo el mundo la viese?» (p. 278).
La vida es un juego, se podría decir. Como el béisbol. Hay decisiones que tomar, en solitario. Necesitas a un equipo de personas cerca de ti, pues uno no puede vivir al margen de la sociedad, se implica con ella, vive con ella, en ocasiones abomina de ella. La vida es un partido constante, una sucesión de entradas; unas veces eras lanzador, otras veces bateas, otras tantas recibes. El béisbol es un deporte que no concibe el empate, un partido tiene que acabar con una diferencia de puntos. En la vida sucede lo mismo: hay momentos en que no puedes quedar en empate, debes ganar o perder, pues de la victoria o la derrota surge algo, hay consecuencias que afrontar. Los errores siempre estarán ahí, deberás asumirlos y vivir con ellos. No puedes salir del diamante sin que tus actos, tus decisiones, tus consecuencias, signifiquen algo.

Chad Harbach (n. 1975)
Los personajes de El arte de la defensa de Chad Harbach (Salamandra, 2013) viven el juego de la vida constantemente. En el momento en el que Mike Schwartz, estudiante de segundo año descubre el potencial de Henry Skrimshander como pasador en corto, el mejor que ha visto en muchos años, la vida de ambos jóvenes cambiará. El escuálido Henry se matriculará en el Westish College, una ficticia universidad de arte y humanidades en Wisconsin (el helado estado invernal) y conseguirá, en los siguientes tres años, convertirse en la estrella del equipo universitario de los Arponeros; hasta el punto de que los Arponeros por primera vez en un siglo estarán en disposición de optar al título de liga de las universidades menores y quién sabe si el torneo regional o incluso el título nacional de la categoría. El futuro está al alcance de personajes como Schwartz y Henry: la posibilidad de conseguir matricularse en una universidad importante (Yale, Harvard…) para Mike, la oportunidad de ser fichado en el draft por un equipo importante para Henry, y convertirse en una figura realmente importante en el mundo del béisbol. Como Aparicio Rodríguez, el legendario (y también ficticio) jugador de béisbol de las grandes ligas, autor de un libro de aforismos sobre este deporte, El arte de la defensa, que da título a la novela de Harbach, y cuyo récord de partidos consecutivos sin errores Henry estará en disposición de igualar. Pero un lanzamiento, un mal lanzamiento, cambiará la vida de Henry y de los personajes que le rodean. En la vida, una decisión, un acto, lo puede cambiar todo. 

Esta es una novela de personajes, sobre todo. Personajes que deben lidiar con su vida: Henry, con ese futuro que tiene alcance de la mano y que puede escapársele; Schwartz, con el temor a que, una vez acabe a temporada y su licenciatura en Westish, se encuentre sin oficio ni beneficio, sobre todo cuando las grandes universidades rechacen sus solicitudes; Owen Dunne, miembro del equipo de béisbol y compañero de habitación de Henry, que vive con libertad su homosexualidad y que sufrirá las consecuencias de ese lanzamiento; el rector de la universidad, Guert Affenlight, especialista en Herman Melville, un hombre que a sus sesenta años ve como su vida cambia radicalmente cuando se enamora… de un estudiante; y Pella, la hija del rector, que regresa a Westish tras abandonar a su marido David, un matrimonio que surgió de un impulso y que duró cuatro años, y que se encuentra desamparada ante un futuro que no puede, sabe ni quiere enderezar. Estos son los principales personajes de una novela coral, que, como las grandes novelas, tiene su fuerte en la caracterización de los propios personajes, en su credibilidad como personas normales con problemas y situaciones a las que enfrentarse; en unos diálogos ágiles y llenos de matices; en la ambientación de una universidad mediana en un estado conservador y en el que no parece no pasar el tiempo. La novela atrapa desde el principio por la suma de todos los elementos destacados, por la evocación al estilo de figuras importantes de la literatura norteamericana, de Melville y Moby Dick (latente a lo largo de todo el libro), a plumas actuales como John Irving, Richard Russo, Richard Ford y Jonathan Franzen.


La melancolía que subyace (y aparece) en cada página nos traslada, como lectores, a una historia (o una serie de historias) que son cercanas. El miedo a fracasar, a no conseguir cumplir los sueños, la distancia entre las expectativas creadas y la dura realidad, son temas recurrentes en un texto brillantemente escrito, que no busca impactar, pues ya la vida, en toda su complejidad, se encarga de hacerlo. Henry debe buscar su camino, como lo hacen, a su manera, Schwartz, Affenlight y Pella. Un camino que no es el que esperaban conseguir o que resulta que se presenta de un modo diferente al que la propia experiencia vital les había mostrado. Que la novela tenga esa pátina de melancolía no significa que sea triste: al contrario, los personajes son vitales y buscan la felicidad. Me ha agradado especialmente la naturalidad con la que Harbach construye los diálogos y me ha sorprendido también esa misma naturalidad con que se muestra la tolerancia hacia cuestiones como la homosexualidad… aunque con matices, pues tras la tolerancia, en ocasiones de fachada, se agazapa el prejuicio soterrado que puede salir a la luz en cualquier momento y destruir la vida de las personas. 

En definitiva, una estupenda novela, en la línea de esos autores que tanto me gustan, como Irving y Russo, pero con su propia personalidad. Y es que la personalidad, aunque no lo parezca, siempre cuenta.

2 comentarios:

Club de lectura Vicálvaro dijo...

Gran reseña de una excelente novela, lástima que, quizás por su usovdel béisbol, no haya tenido todo el éxito que se merece.

Oscar González dijo...

Gracias. Independientemente de la metáfora del béisbol, Hardach consigue crear una novela muy bien construida, con excelentes diálogos y personajes muy creíbles. ¡Saludos!