27 de noviembre de 2013

Reseña de Odiseo. El juramento, de Valerio Massimo Manfredi

«—No puedes pretender comprender, por más agudo y versátil que sea tu ingenio. Aprovecha en lo que puedas mi benevolencia y no preguntes más. Lo que ha sucedido hoy yo no podía cambiarlo porque era la voluntad de los dioses que habitan en los cielos. No era su deseo que la guerra terminase, pues quieren que este juego mortal prosiga para su deleite. Algunos de ellos ayudan a los troyanos, otros a los aqueos. Así la lucha continuará sin descanso ni interrupción aún por mucho tiempo. Resignaos: a los mortales no les es dado sustraerse a la voluntad de los númenes.
—¿Por esa razón corre nuestra sangre, por eso muchos jóvenes se precipitan al Hades?
—No, no solo por eso: lo que ocurre es también un misterio para nosotros. El hado insondable no tiene rostro ni expresión, no tiene finalidad ni causa.
—¿Qué te mueve, pues, a ayudarme si todo es inútil?
—El hado no es otra cosa que el resultado de mil y mil voluntades, infinitas, humanas y divinas, de la fuerza de las olas y del soplo de los vientos, del canto de los pájaros y del movimiento de los astros, así como un gran río está hecho de mil y mil corrientes y su potencia es invencible. Yo estoy a tu lado porque desde los orígenes de los tiempos hasta el final nadie ha sido nunca como tú, nadie lo será jamás. Yo amo tu miedo y tu coraje, tu odio y tu amor, tu voz y tu silencio y por tanto vive tu vida, rey de Ítaca, mientras te quede aliento. Ningún dios podrá ser nunca lo que tú eres, ni aunque quisiera» (pp. 284-285).
Valerio Massimo Manfredi
Valerio Massimo Manfredi (n. 1943) me ha parecido siempre un novelista irregular. No sabes nunca con qué te va a sorprender, para bien o para mal, y hay novelas que te llegan (la trilogía Aléxandros… y hasta cierto punto) y otras tantas que son puro fast-read, desechadas y olvidadas (coloque aquí el lector algún ejemplo). Pero es cierto que suelen llamar la atención… para bien o para mal. Y una novela –en realidad, dos; la continuación aparecerá en el mercado hispano en 2014– protagonizada por Odiseo, «laertíada, fecundo en ardides», el Ulises romano, el protagonista de la Odisea homérica y que juega un rol importantísimo en la Ilíada, un héroe que ha tenido mil rostros y que ha sido interpretado de diversas maneras –el Ulysses de Joyce es un buen ejemplo–… cómo no va a llamar la atención. Quizá el título de la traducción castellana tenga menos empaque que el original italiano –Il mio nome è Nessuno. Il giuramento–, y que es la frase que Odiseo le dice al cíclope Polifemo cuando este exige que se identifique («¡Ciclope! Preguntas cual es mi nombre ilustre y voy a decírtelo pero dame el presente de hospitalidad que me has prometido. Mi nombre es Nadie; y Nadie me llaman mi madre, mi padre y mis compañeros todos»; Odisea, IX, vv. 364-367; traducción de Luis Segalá y Estalella). No puede hacerlo el héroe itacense, pues Polifemo es hijo de Poseidón, que se la tiene jurada a Odiseo, aunque finalmente le revelará su identidad, y Poseidón volverá a interrumpir el retorno (nostói) a casa del rey de Ítaca y sus compañeros. 

Busto de Odiseo, período helenístico,
hallado en la villa del emperador romano
Tiberio en  Sperlonga.
Manfredi escribe una novela (dos) en la que es el propio Odiseo quien cuenta su historia. Emprende su último viaje, se embarca en la nave, se dirige hacia no sabemos dónde, y en un largo flashback nos cuenta su historia. Hijo de Laertes, wanax de Ítaca, nieto materno de Autólico, señor de Acarnania («él mismo un lobo»), una figura temida, despreciada y odiada en Acaya, Odiseo desde bien joven tendrá esa mente despierta y esa facilidad para el ingenio y la resolución de problemas que le convertirá en «fecundo en ardides» pero también en artero, maquiavélico avant-la-lettre y mañoso. Frente a la ferocidad de héroes como Aquiles, la fuerza bruta de Áyax, la inquina de Agamenón, la sabiduría de Néstor o la bravura de Diomedes, Odiseo es un héroe racional, y así nos lo presenta Manfredi. Puede incluso provocar en el lector una cierta antipatía el hecho de que Odiseo pueda parecer un marisabidillo, pero dejaría de lado la esencia de Homero y de la épica si tratara de ver a Odiseo con ojos modernos. Pues la novela está escrita con un estilo arcaizante (abomina Manfredi de actualizar los poemas clásicos si ello conlleva desvirtuar la esencia de los personajes y el alma del épos) que no está reñida con un cierto realismo. Se preguntará el lector cómo se puede escribir una novela (dos) sobre Odiseo y que ésta(s) resulte(n) realista(s). ¿Qué queda del mythos? ¿Participan los dioses de la trama como lo hacen constantemente en los poemas homéricos? Manfredi juega la baza de un camino intermedio: los dioses son más sugeridos que presentados, hay más simbolismo e inspiración que explícita puesta en escena. Ya los párrafos con los que he iniciado esta reseña pueden hacer una idea de cómo lo divino, los númenes, lo brumoso (cómo comentaba el propio Manfredi en una entrevista) queda al albur de la propia interpretación del lector. Odiseo presiente fuerzas, él las llama dioses, las explicita en Atenea, su diosa protectora, pero todo queda en el aire, en la bruma. Los dioses hablan mediante sueños o en boca de personajes que conoce y frecuenta Odiseo, la divinidad se percibe como algo que no puede explicarse, solo sentirse; del mismo modo que los caballos de Aquiles, Balio y Janto, le revelarán a Aquiles su destino antes de enfrentarse y matar a Héctor. El hado, más que los dioses, son los que mueven los hilos, y a ellos están sometidos todos, mortales y divinidades. Hay que decir que, en este sentido, el simbolismo, la bruma con la que imprime Manfredi esta cuestión, resulta de lo más pertinente.

Catálogo de las naves que lucharon en la guerra de Troya.
Fuente de la imagen: El pez volador.

El lector se preguntará: ¿la novela recrea la vida de Odiseo? Así es, desde su infancia, desde que recuerda el viaje de su padre Laertes con los argonautas. Figuras como Jasón y Medea, el poderoso y atormentado Heracles, el tenebroso rey Euristeo de Micenas, Castor y Polideuces, Teseo… aparecen o se mencionan en el relato como personajes «reales», propios de la época micénica... «históricos» incluso. Odiseo crece y madura en un mundo que no perciben sus coetáneos –¡el hado, el hado!– que se encamina hacia su final. Se convierte en un rey –wanax– de mediana importancia en el mundo que los Átridas de Micenas, Agamenón y Menelao, dirigirán y que, tras el rapto de Helena, la hermosa hija de Tindáreo de Esparta y esposa de Menelao, conducirá a la guerra contra la poderosa ciudad de Ilión, Troya. La trama se construye poco a poco, hasta el tercio final de la novela no se produce la «guerra de Troya», un conflicto que los personajes vivirán y padecerán con violencia, brutalidad y nostalgia por regresar a casa, con sus amadas esposas e hijos. La guerra lo cambia todo, al mundo complejo que vivió maravillado por las gestas de Heracles y la violencia de los reyes micénicos, le quedan pocas décadas. La «historia» se convierte en mito, pero es en esta novela donde esa misma «historia» se relata antes de que los cantores y aedos la conviertan en materia legendaria, en los poemas que Homero escribirá o reproducirá o moldeará… Manfredi, pues, nos acerca a ese universo micénico anterior a la creación del mythos.

El resultado, inevitablemente parcial pues falta por llegar la parte de la Odisea, es una novela atractiva y bellamente escrita (y traducida), que requiere del lector únicamente que se deje llevar por ese estilo arcaizante, que rememore el épos homérico, que se meza suavemente entre navíos, encuentros y la suave brisa de aquello que el hado ha permitido que sintamos y experimentemos. Esta vez, sí, Manfredi ha seducido al lector, al menos a quien esto escribe…

7 comentarios:

Hagakure dijo...

Veo que Manfredi, ha dado positivo esta vez. Me alegro; un nuevo libro de "griegos" para disfrutar.

Iñigo Pereyra dijo...

Pues parece que pinta bien. Gracias por la reseña y veremos que dice Vorimir, pero así a primera vista parece que vale la pena. Me pica la curiosidad un montón...

Oscar González dijo...

Hay que dejarse llevar en esta ocasión, mecerse por ese estilo arcaizante...

Arturus dijo...

Excelente reseña, Óscar. Tenía en mente este libro desde que lo vi, ya me has convencido.

Oscar González dijo...

Luego no me vengáis con que no sus ha gustado. :-P

Anónimo dijo...

Hola! Quisiera preguntarte si es una novela al alcance de cualquier lector de mediano recorrido desconectado del mundo Homérico.

Oscar González dijo...

Es una novela apta para todos los públicos... pero conocer los poemas homéricos le da un plus al texto, captar las referencias, paladear el estilo arcaizante...