29 de agosto de 2013

Reseña de El mapa del cielo, de Félix J. Palma

«La pregunta sorprendió a Wells, aunque ni debería haberlo hecho, pues no era más que una temprana muestra de su propio pragmatismo: era evidente que había agotado todas las opciones, ¿por qué se arrastraba entonces aquella existencia tan insatisfactoria?
–Oh, bueno… los libros me mantienen vivo –improvisó.
–¿Los libros?
–Sí, leer es lo único que me produce placer, y hay tantos libros que leer todavía… Solo por eso merece la pena seguir vivo. Los libros me hacen feliz, me ayudan a evadirme de la realidad. –Wells contempló las aguas en silencio, sonriendo apenas–. Los escritores realizan un trabajo extremadamente valioso: hacen soñar a los demás, a quiénes no pueden soñar por sí mismos. Y todo el mundo necesita soñar. ¿Existe acaso un trabajo más importante que ese?». (pp. 713-714)

Un viejo mapa del cielo hizo soñar a una niña. En realidad era un trozo de papel sin valor, como pronto descubrió Emma Harlow, que heredó de su madre (y esta de la suya, que a su vez lo hizo de la propia), y que se suponía que describía como era el universo; su creador, Richard Adams Locke, bisabuelo de Emma, hizo saber que en 1835, que la luna estaba habitada por criaturas fantásticas, pero en realidad todo era un fraude, como pronto de descubrió. Ese pedazo de papel enrollado, el mapa del cielo, es el legado de un hombre que quiso soñar y que Emma recibió. Y cuando el pomposo Montgomery Gilmore le pide insistentemente su mano, en 1898, Emma decide ponerle a prueba: aceptará casarse con él si reproduce para ella (y el mundo entero) la invasión alienígena que H.G. Wells puso por escrito en La guerra de los mundos. Lo que ambos, o el propio Wells, no se pudieron imaginar es que ese sueño se convertiría en algo inimaginable… 

Félix J. Palma... ¿soñando su próxima novela?
El mapa del cielo de Félix J. Palma (Plaza & Janés, 2012), continuación de El mapa del cielo (2008) y que forma parte de una ambiciosa trilogía ambientada en la época victoriana, comienza sin embargo con Wells acudiendo a una cita con un periodista norteamericano que ha cometido la torpeza, sin pedirle permiso, de escribir una secuela de La guerra de los mundos. Pero de pronto Wells se ve inmerso en una aventura que jamás imaginó que pudiera suceder, y todo por haber tocado… no, eso no lo voy a desvelar. Félix J. Palma vuelve a la aventura que desarrolló en su anterior novela y con el mismo protagonista: H.G. Wells. Si en El mapa del tiempo daba vueltas en torno a los viajes temporales y la primera novela de Wells, La máquina del tiempo, en esta ocasión nos encontramos con otra vuelta de tuerca a partir de La guerra de los mundos. El elemento fantástico y la ambientación histórica vuelven a darse de la mano en una novela más compleja y ambiciosa que la precedente. Quienes leyeron su anterior libro, se reencontrarán con un estilo narrativo similar: un narrador omnisciente que les hará ir de un lado para otro, con elipsis recurrentes, un toque irónico, el sabor añejo del folletín y la sensación constante de que es el narrador (y no tanto el autor, ¿pero no son lo mismo?) quien mueve los hilos de la trama. Una trama que empezó con un viaje a la Antártida, con un hombre que también tuvo un sueño, con una tripulación que deberá enfrentarse a lo desconocido, y con resultados que forzarán al lector a abandonar (o por lo menos dejar a un lado momentáneamente) la incredulidad, y a zambullirse en una novela trepidante.

Ya en su momento comenté la hibridación de géneros que suponía El mapa del tiempo; en esta ocasión volvemos a un juego similar: novela gótica e incluso de terror, novela social, novela histórica, ciencia-ficción, novela de aventuras por encima de todo. Palma no se conforma con un ámbito, lo quiere todo, y su pluma se mueve con comodidad pasando de un género a otro. Las digresiones plagadas de reflexiones e informaciones diversas siguen siendo la marca personal de un autor que se deja llevar, incluso se recrea, en esas introspecciones de los diversos personajes, metiéndose en su mente y su psique, en su manera de ver las cosas. El toque cinematográfico sobre el papel, esa facilidad que tiene el autor para hacer que los lectores estemos visualizando la narración como si de una película se tratara, y que podría ser un serio hándicap en manos más torpes (¿qué leemos, una novela o un guión de cine?), sigue siendo otro de los alicientes de su libro; no cuesta imaginar una película como Alien, el octavo pasajero (Ridley Scott, 1979) en la primera parte de la novela (cambiando la nave espacial por un barco de 1830), o la versión de Steven Spielberg de La guerra de los mundos (2005) en la segunda, o incluso Doce monos (Terry Gilliam, 1995) en la tercera... Del mismo modo, destaca la sutil ironía de ese narrador omnipresente, que nos dice qué va a contarnos y qué no, que nos traslada a un lado, que nos interpela a no quedarnos con las apariencias, y que cuando le conviene nos presenta lo que él quiere que leamos (y alguna cosa más). 
 
El resultado es una novela ambiciosa y compleja, a ratos desconcertante (hasta que sigues el hilo de Ariadna y comienzas a atar los cabos que se te han ido suministrando), en ocasiones pagada de sí misma, que te atrapa desde el principio y ya no te suelta hasta que te ha girado del revés y te ha enderezado de nuevo. Y una obra original. Ya en su anterior novela Félix J. Palma se consagró como una voz literaria muy original, y ahora lo ratifica, poniendo toda la carne en el asador. Haciéndonos soñar (y temblar), retomando ideas y personajes de la primera novela de esta particular trilogía (¿cómo será la tercera parte?) y dando una vuelta de tuerca constante a lo que ya conocíamos de La guerra de los mundos. ¿Y ahora qué? ¿Regresará H.G. Wells? La máquina del tiempo, La guerra de los mundos… ¿tocará El hombre invisible para cerrar la saga o nos sorprenderá Palma con otra rizado del rizo?

2 comentarios:

Andrés Ruiz Segarra dijo...

Buen blog, felicidades. Te he descubierto porque Palma ha mencionado tu entrada en Face.
Te lo comunico por si no lo sabías.
Andrés R Segarra

Oscar González dijo...

Pues no lo sabía, gracias por el aviso. ¡Saludos!