2 de febrero de 2013

Crítica de cine: Hitchcock, de Sacha Gervasi

Cada cierto tiempo el cine de Hollywood recurre al biopic parcial de estrellas y directores, hablando de un pasado lejano que obviamente no volverá; un espejo en el que mirarse, quizá en busca de un lustre que cada vez cuesta más encontrar. Ya hace un tiempo Bill Condon recuperó la figura de James Whale en Dioses y monstruos; qué decir del homenaje al cine mudo en The Artist hace un año, o la conmemoración de Marilyn Monroe en un rodaje complejo en Mi semana con Marilyn. Esta última apuesta tiene un cierto aire de película para la televisión, y en cierto modo Hitchcock se acerca a este planteamiento. Como la anterior película, estamos ante una película con un reparto de altura y un director novel (Sacha Gervasi) que saca buen partido de una historia (guión de John J. McLaughlin, Stephen Rebello, basado en un libro de este último). Y el resultado es quizá menos sorprendente (y más convencional) de lo esperado, pero también una aproximación al universo cinematográfico de Alfred Hitchcock. Podemos decir, sin equivocarnos, que quien se acerque a una sala de cine a ver este filme no saldrá insatisfecho. Ni de lejos. 

Hitchcock nos acerca al rodaje de Psicosis en 1960. Recién estrenada una de sus mejores películas, de las más apreciadas por público y crítica en su momento, Con la muerte en los talones, un Alfred Hitchcock (portentoso, como acostumbra, Anthony Hopkins) ya sesentón busca un nuevo proyecto. Y no quiere un proyecto parecido a sus últimas películas (como los estudios le demandan). Le seduce una novela sw género de terror recién publicada, Psicosis, inspirada en los crímenes reales de Ed Gein, figura que particularmente obsesiona al director británico. Pero no encuentra receptividad en la Paramount, que se aviene (con muchas reticencias, sobre todo por la temática cruda y las ideas de Hitchcock al respecto) a distribuir su nueva película si él asume los costes de producción. Y así comienza el rodaje complejo de una película que marcará la vida de sus protagonistas (sobre todo de Anthony Perkins) y afectará a la relación de Hitchcock con su esposa Alma Reville (Helen Mirren, también magnífica). Alma, la media naranja del orondo director británico, su complemento en todo lo que hacía, realmente su "alma" gemela. Una mujer que siempre estuvo en segundo plano, que se apartaba (no voluntariamente) de los focos de la prensa, que no siempre era esperada mientras su marido se llevaba parabienes de todo tipo (el "maestro del suspense"), que apenas fue apreciada.

Se percibe en el guión de la película que se han tomado numerosas licencias respecto a la historia real sobre el rodaje de Psicosis; pero la película no se resiente de ello, al contrario. Cómo no, aparecen las obsesiones habituales de Hitchcock, empezando por su pasión fantasiosa por las actrices rubias. Janet Leigh (convincente Scarlett Johansson) protagonizó su película, a pesar de ser "asesinada" al cabo de tan sólo media hora de metraje. Pero Hitchcock no podía olvidar a su rubia favorita (Grace Kelly) a la que trató de sustituir una y otra vez (Kim Novak, Vera Miles, Leigh, Tippi Hedren), aunque nunca convencido. La película tambien ahonda en la relación de Alfred con Alma, en sus diferencias, en sus puntos comunes, en la sensación de soledad que Hitchcock alcanzó en ese rodaje mientras Alma trabajaba en otro guión. Es esta relación conyugal el centro neurálgico de la película, paralela al complicado rodaje (con muchos obstáculos que se tuvieron que superar). A través de ese doble eje argumental, la trama de esta película también nos acerca a la época, especialmente a cuestiones como la censura en el cine o el modo en el que Psicosis fue percibida en su estreno; hay que destacar la reacción del público durante el visionado de la famosa secuencia del asesinato en la ducha.

Como con la película sobre Marilyn y el rodaje de El príncipe y la corista, Hitchcock cumple eficazmente su función de recrear a una estrella de Hollywwod. Mientras la rubia actriz ya empezaba su declive poco a poco, en este caso asistimos al cambio de tendencia de un director de cine que siempre se lamentó del vacío (cuando no el ninguneo) de sus colegas; muchos actores quisieron trabajar con él, pero apenas recibió el reconocimiento de la industria cinematográfica (excesivo en directores de menos talento); no ganó un Oscar, algo incomprensible, teniendo que conformarse al final de su vida con la estatuilla honorífica. Y fue precisamente uno de los cineastas que supo ver en la televisión (Alfred Hitchcock presenta) las sinergias entre cine y pequeña pantalla. Por supuesto, es ineludible ver esta película en versión original (ese acento de Hopkins, esa dicción tan British).

Buena película, inmenso personaje. En todos los sentidos.

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