19 de diciembre de 2012

Reseña de La gran divergencia. Cómo y por qué llegaron a ser tan diferentes el Viejo Mundo y el Nuevo, de Peter Watson

¿Por qué el Eurasia y América han evolucionado de formas tan diferentes? ¿Y cómo se produjeron esos cambios? Estas son las preguntas de partida a las que trata de dar respuesta Peter Watson en La gran divergencia. Cómo y por qué llegaron a ser tan diferentes el Viejo Mundo y el Nuevo  (Crítica, 2012), un libro que bebe de diversas disciplinas (la historia, la antropología, la ciencia, la arqueología) y que a la postre deviene una obra de Gran Historia. La pregunta inicial no es baladí: a fin de cuentas, ¿por qué somos tan diferentes a uno y otro lado del gran charco? ¿Por qué la tecnología, las creencias, las formas de vida, las civilizaciones difieren tanto? Se ha aducido a menudo que la falta de elementos tecnológicos básicos como la rueda, la ausencia de sistemas de escritura o el uso de drogas psicotrópicas incidieron en un cierto «retraso» en el modo en el que las civilizaciones amerindias divergieron de modo tan radical respecto el viejo mundo euroasiático. La llegada de los europeos a América, el Descubrimiento de América en 1492, sería el punto de inicio para una nueva etapa de la historia universal, pero al mismo tiempo es el final de un largo período, que podemos iniciar en torno al año 15000 a.C., en el que «existieron en la Tierra dos poblaciones por completo separadas, una en el Nuevo Mundo, otra en el Viejo, ambas ajenas a la existencia de la otra. Es este un período histórico que hasta ahora no se ha considerado una era propiamente dicha, pero bastará un momento de reflexión para comprender lo insólito que fue y lo mucho que merece ser investigado» (p. 25).

Con este libro, pues, contemplamos la evolución de un proceso que se inició cuando la población mundial se separó, tras una larga evolución de millones de años, en algún momento entre los años 20.000 y 10.000 antes de nuestra era. La conquista del planeta por la especie humana  ya se había iniciado antes de la última etapa de las glaciaciones, pero América, estuvo despoblado hasta que, a través del estrecho de Bering (cuando América y Asia estuvieron conectadas mediante una lengua terrestre), miles de seres humanos iniciaron un viaje que les trasladaría a un Nuevo Mundo. ¿Cómo fue el Gran Viaje? ¿Cómo y por dónde viajaron estos expedicionarios humanos? ¿Por qué las lenguas que se hablan en el Viejo Mundo y en el Nuevo son tan diferentes, a pesar de tener algunos, escasos, puntos en común? ¿Hubo una Lengua Primigenia de la que descienden las lenguas que se hablaban en tiempos prehistóricos? Resulta difícil llegar a conclusiones al respecto de la cuestión lingüística (cualquier teorización no deja de ser una permanente hipótesis), pero sí es posible entender que las variaciones climáticas, el origen del chamanismo y la adaptación a medios ambientes tan diversos pueden explicar, en parte, las diferencias entre los Dos Mundos.

Indagando en la genética, la climatología, la botánica, la zoología, el estudio de las religiones y, cómo no, las evidencias de la arqueología, podemos llegar a conclusiones alrededor de la evolución diversa de los Dos Mundos. Como los seres humanos de hace mil generaciones, Watson inicia un viaje para tratar de llegar a responder a las preguntas que se plantea (que nos planteamos) al principio. El libro tiene tres partes. En la primera, se detalla el Gran Viaje al Nuevo Mundo, su cronología aproximada, las variaciones climatológicas a las que tuvieron que hacer frente los Viajeros del pasado, el origen del chamanismo como religión (y cuyas prácticas también viajaron y evolucionaron en el Nuevo Mundo), la población del continente americano.

Peter Watson
En la segunda parte, quizá la más interesante, se analizan a fondo las diferencias entre la naturaleza del Viejo Mundo y la del nuevo; en pocas palabras, qué había en el Viejo Mundo y cómo conformó las civilizaciones antiguas, y qué se halló en el Nuevo Mundo, cómo la especie humana se adaptó a ello y cómo se configuraron culturas y civilizaciones tan radicalmente diferentes y entre sí muy diversas. El clima fue un factor esencial, así como la propia conformación de los continentes. Eurasia se distribuye de este a oeste de modo que las sociedades y culturas que se han conformado en los últimos diez mil años siguen una senda horizontal, desde las costas de China en el Pacífico a las Islas Británicas, sobre la cual han viajado, se han comunicado y han existido imperios de alcance universal. La Ruta de la Seda podría ser uno de los resultados de esta franja terrestre de más diez mil kilómetros de longitud. En América, en cambio, la conformación del continente en un sentido norte-sur, ha limitado la expansión de la especie humana, explicándose por ello por qué los imperios y Estados se situaban en áreas determinadas (Mesoamérica y la zona andina, básicamente), por qué las diferencias entre especies vegetales y animales son tan diferentes en el norte y en el sur, y cómo la influencia de fenómenos como El Niño han alterado (y siguen alterando) las diversas esferas bioclimáticas del Nuevo Mundo. La secuencia de agricultura, pastoreo, ordeño y monta a caballo del Viejo Mundo, en una simplificación de largos procesos evolutivos, explica por qué la alimentación y las comunicaciones en la franja euroasiática dieron paso a la formación de sociedades complejas, de imperios y religiones, que, por causas medioambientales, fueron imposibles en América. La influencia de drogas alucinógenas ayuda a entender la formación de religiones con un elevado componente violento en el Nuevo Mundo, acompañadas de la idealización de animales como el jaguar, dando paso a una evolución del chamanismo que no se produjo en el Viejo Mundo. Del mismo modo, la pervivencia del sacrificio como práctica religiosa en América, extendida hasta la llegada de los europeos a finales del siglo XVI,  con un especial hincapié en el derramamiento de sangre, se explicarían por el temor de las civilizaciones amerindias a los constantes cambios de una climatología feroz y como la asociación del clima a «una enfermedad (y, por lo tanto, […] implícitamente doloroso), y los desastres naturales se veían como una gran dolencia» (p. 479). ¿Serían las guerras de conquista un mecanismo para hacer prisioneros a los que sacrificar para aplacar ese dolor? Esta podría ser una de las teorías que, al respecto, plantea Watson, del mismo modo que la mayor existencia de plantas y productos psicotrópicos pueden influir en la concepción de la serpiente (y el jaguar) como deidades supremas en América, mientras en Eurasia, durante la Era Axial (900-200 a.C.), surgió una nueva espiritualidad y el olvido de sacrificios rituales.


T. Sinclair, Llegada de Cristóbal Colón al Nuevo Mundo,
c. 1900
 Conocer y comprender las diferencias entre el Viejo Mundo y el Nuevo nos trasladan a la tercera parte del libro en el que se relata una Historia Distinta de ambas esferas: del origen de las ciudades en Mesopotamia y la zona andina, en períodos más o menos similares, pero con evoluciones muy diversas. La estepa euroasiática frente a la selva tropical; el caballo y la vaca frente al jaguar. De los sacrificios de sangre en América a una concepción filosófica en el Viejo Mundo; de la construcción de imperios territoriales a las dificultades de crear estructuras de poder estables. De este modo, revisitando las grandes culturas de los Dos Mundos, desde las ciudades sumerias a los Cuatro Suyus incaicos, el lector encuentra una nueva interpretación de las civilizaciones que poblaron el Mundo, Viejo y Nuevo, entre aproximadamente el cuarto milenio antes de nuestra era y finales del siglo XV. De este modo, pues, podemos responder a la cuestión de «la Gran Divisoria» y tratar de dar una explicación a por qué somos tan diferentes. Las conclusiones de Watson al respecto son elocuentes y constituyen un aliciente para iniciar, de su mano, nuestro particular Gran Viaje intelectual:

«Se aprecia, por tanto, que la principal diferencia entre las civilizaciones del Viejo y el Nuevo Mundo (dejando de lado los aspectos políticos de orden menor) se halla en sus pautas de adaptación a diferentes circunstancias ambientales, y que las ideologías del Viejo Mundo cambiaron más a menudo y más radicalmente que las de las Américas. Si bien ello se debió en cierta medida a las diferencias de clima y geografía –el debilitamiento de los monzones en el Viejo Mundo y la frecuencia creciente de El Niño en el Nuevo Mundo–, también se explica en gran medida por la función que desempeñaron en el Viejo Mundo los mamíferos domesticados y las plantas alucinógenas en el Nuevo Mundo. En consecuencia, podemos afirmar –exagerando solo un poco– que la esencia de la historia del Viejo Mundo fue determinada en gran parte por la función que ejercieron los pastores, mientras que en el Nuevo Mundo ese papel lo desempeñaron los chamanes. […] El chamán y el pastor personifican la gran divisoria. En el Viejo Mundo, la existencia de mamíferos domesticados permitió que los seres humanos no hubieran de quedarse in situ, y esta movilidad, sumada al debilitamiento de los monzones, favoreció la aparición de varias ideologías, que culminaron en el concepto cristiano y griego de un dios abstracto pero racional, así como en lasa ideas del tiempo lineal y el “progreso”. En el Nuevo Mundo, o al menos en América Latina, allí donde surgían civilizaciones la gran violencia y la capacidad destructiva de la climatología, la frecuencia creciente de devastaciones que causaba, asociadas a la intensidad del chamanismo inducido por el trance, eran mucho más difíciles de afrontar de manera racional. Los dioses del Nuevo Mundo no eran tan manejables, ni mucho menos amistosos, cooperativos y comprensibles que los del Viejo Mundo. Todos estos factores hicieron del Nuevo Mundo un lugar en el que resultaba mucho más difícil adaptarse que en el Viejo Mundo» (pp. 568-569).

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