30 de diciembre de 2012

Crítica de cine: César debe morir, de Paolo y Vittorio Taviani

Paolo y Vittorio Taviani son directores de cine ya octogenarios... y como Michelangelo Antonioni o Éric Rohmer siguen al pie del cañón, realizando películas, aunque no con la intensidad de los mencionados y ya fallecidos. El suyo es un cine artesanal, de vieja escuela se podría decir, alejado de grandes medios, fastos e incluso los flashes del estrellato. ¿Quién no recuerda películas suyas como Padre padrone o La noche de San Lorenzo? Pero es un cine honesto, que deja un sabor de boca, quizá con historias menos dispuestas para todos los paladares. Con César debe morir, los hermanos Taviani vuelven a la palestra, tomando una obra de Shakespeare como leitmotiv, pero ambientándola en la prisión de Rebibbia, a las afueras de Roma, y protagonizada por algunos presos del ala de maxima seguridad. La historia de esta película es Julio César, mezclada con las experiencias de presos con un largo historial criminal. El resultado es una película con aire de documental pero que representa la vieja dicotomía entre Ficción y Realidad... en ocasiones mezcladas una y otra.

La película empieza por el final de la obra shakesperiana, el suicidio de Bruto. La obra termina, el público aplaude, los presos regresan a sus celdas. Hasta entonces, en estos primeros minutos de la película, lo hemos visto todo en color. La película vuelve, ya en blanco y negro, a los meses precedentes, a los preparativos de la obra. Fabio Cavalli, que se interpreta a sí mismo, dirige la temporada de teatro en la prisión de Rebibbia y para ese año ha elegido la obra de Shakespeare. Comienzan las audiciones, los ensayos, los preparativos para el gran estreno. Los actores son presos reales, cada cual habla con su dialecto italiano particular, ya sea romano, siciliano o napolitano; Fabio les invita, les anima a ello, a expresarse con su propia voz. Asistimos a los ensayos de los actores/presos seleccionaos para, de manera muy natural, comprobar como celdas, pasillos y patios se convierten en el escenario de los ensayos/la representación. La cotidianeidad se mezcla con una representación, en ocasiones libre, de la obra del Bardo. Los actores son presos y a la inversa, no se puede distinguir en ocasiones cuando el actor deja de ser preso o el condenado asume su rol otra vez. El espectador no juzga: sabe que son delincuentes, pertenecientes a la N'Dragheta, la Camorra, Cosa Nostra, presos comunes, asesinos, narcotraficantes, pero ve en ellos a auténticos actores: sus esfuerzos por hacer bien el papel, el modo en que la realidad de su situación vuelve por un instante a imponerse. Nos olvidamos por segundos que son presos condenados, pero sabemos que tienen una pena que cumplir, más allá de que por una hora y cuarto hayamos dejado la realidad en stand by.

La película de los hermanos Taviani es corta pero intensa. La obra de Shakespeare se erige en escenario casi perfecto para unos presos que la representan con convicción, con pasión, con audacia (tal y como Fabio les pide desde el principio). Cada cual dota al personaje que se le ha asignado (Bruto, Casio, César, Décimo, Casca) con su propia personalidad. Cada cual se esfuerza, ya sea fregando el suelo, lavando la ropa o paseando por el patio, de dar fuerza e intensidad a su papel. La cámara de los hermanos Taviani, convertida en nuestros propios ojos, sigue a los presos. Toda la cárcel esun escenario: un pasillo puede ser el lugar donde urdir la conspiración contra César, un patio pequeño se convierte en la curia del Senado en el momento fatal; un patio para los discursos de Bruto y Antonio, los presos en sus celdas como pueblo romano que aplaude ora a uno, ora al otro.

Apenas setenta y dos minutos para llenar una pantalla con una historia mínima, con unos actores que no son los convencionales, en una cárcel como escenario teatral. "Ahora que conozco las artes es cuando esta celda se convierte en prisión", dirá uno de los presos/actores. El Arte y la Vida, la Vida y el Arte. Lecciones eternas. Como el Teatro. ¡Bravo!

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