10 de diciembre de 2012

Crítica de cine: La vida de Pi, de Ang Lee

Quizás el tráiler de esta película lleve a pensar que "oh, cielos, otra película con moraleja... y además en un entorno de cuento indio con aire bollywoodiense". Y podría parecerlo. Pero estando Ang Lee (ya sabéis, el polifacético director de Sentido y sensibilidad, La tormenta de hielo, Hulk, Brokeback Mountain, Cabalga con el diablo o Tigre y dragón) tras la cámara, uno se plantea que, como mínimo, hay que darle una oportunidad a esta película. Basada en una novela de Yann Martel, Lee traslada a la gran pantalla un proyecto que parece dificilísimo plasmar en imágenes. Y con una historia que, en tres cuartas partes del metraje, tiene como protagonistas a un chico indio y un tigre sobre un bite salvavidas en medio del océano Pacífico. Pero si pudimos soportar y, a la postre, disfrutar con Tom Hanks dialogando con un balón de fútbol americano en una isla desierta, ¿por qué no hacer lo mismo con esta película?

La vida de Pi es una historia con muchas aristas. "Cree lo increíble", reza alguna de las frases promocionales en pósters. Pi Patel (Shuraj Sharma) se crió en Pondicherry, en la India francesa. Hijo del dueño de un parque zoológico, encuentra en el sincretismo religioso (hinduismo, cristianismo e islamismo; menuda mezcla) una válvula de escape a las dudas existencias que le atenazan ya desde pequeño. ¿Por qué no creer en muchas religiones aunque ello suponga, como le adiverte su padre, que corre el riesgo de no creer en nada? La vida de Pi se relata como un cuento, se podría decir incluso como una fábula, desde el momento en que se explica el origen de su nombre hasta que parte con su familia en un buque, con destino a Canadá, donde los Patel esperan iniciar una nueva vida. Pero la fatalidad (¿el designio de Dios?) trunca las esperanzas del joven Pi que acaba sobreviviendo en un bote, acompañado de una cebra malherida, una hiena... y un tigre, llamado Richard Parker. Desde entonces, comienza la lucha por la supervivencia, entre el espacio minúsculo de un bote salvavidas y la inmensidad de un oceáno que parece no tener fin. ¿Podrá sobrevivir Pi, alimentándose de las escasas raciones del bote y de lo que pueda pescar por su cuenta? ¿Cómo será la convivencia con Richard Parker, sabiendo que para éste no deja de ser un apetitoso bocado, especialmente si no hay nada más que comer en miles de kilómetros a la redonda?

Esta película debe de lucir en 3D. Lo imagino, aunque yo la vi en versión para todos los órganos visuales. Luce con esa fotografía de la inmensidad de día y sobre todo con los colores que la noche (el pláncton y la piel de los peces) presenta en el agua salada. Brilla la historia de un joven que se pregunta constantemente dónde está ese Dios en el que siempre ha querido creer, más aún en los momentos en que lo necesita. Destaca la relación, siempre ambigua, entre el hombre y la bestia, la delicadeza frente a la fiereza, la razón frente al impulso animal. ¿Cuál es cuál, de quién es cada sentimiento? La vida de Pi traslada al lector a un viaje personal, a una odisea en busca de los orígenes de uno mismo, de la esencia del ser humano... y de la capacidad para contar historias. Storytelling, que se puede decir, cayendo quizá en la pedantería, pero que nos impulsa a discernir qué historia se nos cuenta, qué hay de creíble en eso increíble que se nos pretende relatar. A la postre, el viaje de Pi es también nuestro propio viaje, acompañados de un tigre, una isla misteriosa en medio del océano, unos suricatas y el recuerdo de una hiena y una cebra malheridas. ¿Encontraremos a Dios, o aquello en lo que queremos creer, al final de ese viaje?

Sí, puede parecer (y de hecho lo es) una historia con moraleja. Con mensaje, si nos ponemos neutros. Pero vale la pena dejarse llevar por una(s) historia(s) que te atrapa(n) desde el principio, que te impulsa(n) a querer saber qué le pasó a Pi siendo joven, cómo pudo sobrevivir a un viaje en el que contaba con todos los números para sucumbir. La vida de Pi es una historia de belleza, de sensaciones, de emociones a flor de piel; sin caer en la ñoñería, que conste. Pero emocionando por la simplicidad, en el fondo, de su andamiaje narrativo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Buena película, que como bien dices, el 3D aporta un plus. Por cierto, el 3D también es magnífico y en mi opinión merece la pena verla en ese formato.