7 de noviembre de 2012

Crítica de cine: El ladrón de palabras, de Brian Klugman y Lee Sternthal


De tanto en tanto el cine presenta un juego de matrioshkas: películas dentro de películas. Pasó con Adaptation o Las horas, por citar dos ejemplos recientes; o incluso juegos metanarrativos jugando con la ciencia-ficción como Origen. Son películas muy diferentes entre sí. Pero también hay juegos literarios; a nivel hispánico tenemos a José Carlos Somoza con novelas como Dafne desvanecida y La caverna de las ideas, ambas recomendabilísimas. ¿Por qué no jugar a lo literario en el cine? El falsario, por ejemplo, todo un personaje (bien lo sabe Umberto Eco en su reciente (y magnífica) El cementerio de Praga). Y esa es la propuesta de Brian Klugman y Lee Sternthal, que además de escribir el guión se ponen tras la cámara y dirigen esta arriesgada película. 

Clay Hammond (Dennis Quaid), autor de éxito, presenta y lee varios fragmentos de su última novela (una práctica muy extendida fuera de nuestros lares; en Alemania suelen hacerlo... y también los libros suelen ser más baratos, pero me enrollo). Trata de un novelista frustrado, Rory Jansen (Bradley Cooper), que ha conseguido triunfar con una novela y disfruta de las mieles del éxito. Pero Rory no es el autor de la novela, sino que encontró un manuscrito en una vieja cartera de piel, la ha copiado y la ha publicado con su nombre. Pero no puede imaginar que alguien, el auténtico escritor de la novela (Jeremy Irons) aparecerá... 

Este es el punto de partida (no spoileo nada que no se pueda saber). A partir de un juego de niveles, nos acercamos a la figura del escritor, en este caso frustrado en el caso de Clay y el viejo escritor. Las palabras son seductoras, poderosas, importan casi tanto como las personas, puede que incluso más. Y las decisiones pesan, para bien o para mal. "Lo complicado no es tomar decisiones", se comenta en la película, "sino vivir con ellas". Y a través de la historia de Rory (ficción) y del viejo escritor (también ficción), Clay escribe una novela que remite a cuestiones como la identidad, el oficio de escritor y la pasión por las palabras. 

Quizá el problema de la película esté en que la historia, que es relativamente original, funcionaría mejor en una novela, más que en una película. Y no estamos ante una mala película: plantea reflexiones, pero no acaba de resolver inquietudes. Te deja un sabor de boca aceptable, pero a uno le queda la sensación de que la historia no está del todo cerrada (epílogo incluido), aparte de que se plantean dudas: ¿nadie se percató de la existencia del manuscrito en la cartera perdida? ¿Realmente Rory puede copiar a ordenador el manuscrito en una sola noche? 

Con todo, es una apuesta entretenida, quizá rozando cierta ñoñería en algún momento, que funcionaría mejor (insisto) como texto escrito y que en ocasiones malgasta alguna que otra idea interesante. Pero se deja ver con agrado. Y si eres un lector impenitente y escritor aficionado, quizás te sientas más que identificado.

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