1 de agosto de 2012

Reseña de Lincoln, de Gore Vidal

Le echaremos de menos...

«–Sobre nosotros dos, John, recae la noble tarea de decir al mundo quién es, realmente, Abraham Lincoln […].
–Pero Nico, ¿sabemos realmente quién es?»
(p. 701).

La figura de Abraham Lincoln (1809-1865) sigue resonando por encima demuchas incógnitas. Decimosexto presidente de los Estados Unidos, durantelos años críticos de la Guerra Civil se temió incluso que fuera el último.

Lincoln, como tantos y tantos hombres de acción, maquilló su biografía, presentándose durante mucho tiempo como el hijo de un agricultor nacido en una cabaña de troncos, como un «peón de los raíles», como un abogado procedente de un estado de frontera (Kentucky, aunque la familia Lincoln también vivió en Indiana e Illinois), como un moderado abolicionista (se mostró contrario a al extensión de la esclavitud en los nuevos estados, pero no a su abolición en el Sur) entre radicales furibundos. Su carrera política fue desigual: como diputado por los whigs (un partido en descomposición) pasó sin pena ni gloria por la Cámara de Representantes entre 1847 y 1849, para regresar a la abogacía. Su retorno a la política, como uno de los fundadores del flamante Partido Republicano (por entonces, abolicionista, a diferencia del Demócrata), fue sonado tras la campaña para entrar en  el Senado en 1858 (disputándole, infructuosamente, la plaza al demócrata Stephen A. Douglas) y presentarse incluso como candidato a la vicepresidencia en 1856, fracasando en el intento. Pero Lincoln ya estaba en Washington para quedarse y apostar por la carrera presidencial. 

En la Convención de 1860 Lincoln se enfrentó a los destacados miembros del Partido Republicano para optar a la candidatura presidencial: hombres como William H. Seward, Simon Cameron y Salmon P. Chase, senadores activos, más experimentados que Lincoln en la política nacional de Washington (Seward y Chase fueron, además, gobernadores de Nueva York y Ohio, respectivamente), líderes de facciones diversas dentro del partido. Pero Lincoln venció a sus contrincantes en el partido gracias a su carisma, a jugar a la carta de ser un «hombre del pueblo» y a una astucia política que pronto se iba a revelar como un rasgo personal. Como candidato republicano se enfrentó a un Partido Demócrata dividido con dos candidatos y a un antiguo político whig, y ganó las elecciones presidenciales de noviembre de 1860, aunque con menos votos que sus rivales. De este modo, la llegada de Lincoln a la Casa Blanca se produjo en una situación de cierta minoría, liderando un Partido Republicano que veía en Lincoln como un mal menor, sin un programa de gobierno claro, débil y, por tanto, manipulable, y, en última instancia, quizá el presidente menos preparado para enfrentarse a la secesión de los estados del Sur y a una eventual guerra civil.

Lincoln jura el cargo de presidente de los Estados Unidos (4 de marzo de 1861) ante un Capitolio que aún no tiene la cúpula terminada
Y aquí es donde arranca la novela Lincoln de Gore Vidal (1925-2012). No creo que haga falta presentar a un autor de la categoría de Gore Vidal, ensayista, dramaturgo y autor de novelas históricas de renombre. Sus novelas, precisamente, hablan por sí mismas, especialmente Juliano el Apóstata y Creación, entre las más conocidas. Pero también ha escrito algunas novelas ambientadas en los Estados Unidos, en períodos determinados de su historia, la llamada Narratives of Empire, formada por siete novelas: Burr (1973), sobre el tercer vicepresidente de los Estados Unidos; la presente Lincoln (1984); 1876 (1984), sobre las elecciones presidenciales de ese año; Imperio (1987), sobre los medios de comunicación en el tránsito del siglo XIX al XX, incidiendo en la figura de William Randolph Hearst; Hollywood (1990), situada en los años veinte del pasado siglo XX; Washington D.C. (1967), con Franklin Delano Roosevelt como protagonista, y The Golden Age (2000), que recoge los años de la Segunda Guerra Mundial y los inicios de la Guerra Fría.

Lincoln es una novela extensa (mil páginas en la edición de Edhasa de 2009; anteriormente Ediciones B publicó una edición en su antigua colección de bolsillo). En las palabras finales de la novela, Vidal pregunta qué proporción de Lincoln es verdad y en qué medida es invención. Y es importante la cuestión porque, en una primera lectura, la novela puede parecer (y en cierto modo es) una biografía novelada. Novela, con todo, con una línea cronológica lineal, desde la llegada de Lincoln a Washington a finales de febrero de 1861, días antes de asumir la presidencia, y hasta su asesinato el 14 de abril de 1865. En este sentido, pues, el lector sabe, tratándose además de un personaje tan conocido como el Viejo Abe, cómo termina la novela. Y, sin embargo, la novela avanza inexorablemente hacia un final que, no por conocido, es menos intenso. Desde la llegada de Lincoln a la estación de tren de la capital estadounidense, de incógnito tras el descubrimiento de una conspiración para asesinarle en Baltimore, asistimos al crecimiento personal de un personaje que, a primera vista, parece anodino, enigmático y todo un desconocido para propios y ajenos. Nadie parece confiar en él, nadie espera que sea capaz de lidiar con la secesión de varios estados esclavistas y con la probable disolución de la Unión surgida apenas ochenta y cinco atrás. Nadie cree que Lincoln podrá detener el curso de los acontecimientos que, Fort Sumter mediante, conducen a una guerra inevitable. Y en momentos en que el propio Gobierno de los Estados Unidos está dividido entre quienes apuestan por un trato con la flamante Confederación de Estados de América para, conjuntamente, iniciar una política imperialista que expulse a los franceses de Méjico y a los españoles de las escasas colonias que aún controlan en el continente americano (Seward); quiénes buscan la confrontación con los rebeldes sureños a toda costa y su destrucción (los llamados jacobinos republicanos), o quienes, además de derrotar a los estados confederados, propugnan la abolición de la esclavitud por encima de todo (Chase). Todos creen poder controlar a un presidente aparentemente pusilánime, sin apenas experiencia política y, en cualquier caso, sin apoyos suficientes como para poder destacarse por sí mismo.

Francis Bicknell Carpenter, Primera lectura de la Proclamación  de Emancipación del presidente Lincoln (1864). De izquierda a derecha, Edwin Stanton, secretario de Guerra (sentado); Salmon P. Chase, secretario del Tesoro (de pie); Lincoln; Gideon Welles, secretario de Marina (sentado); Caleb B. Smith, secretario de Interior (de pie); William H. Seward (sentado); Montgomery Blair, jefe de correos (de pie); y Edward Bates, fiscal general (sentado)
La guerra civil es el tema esencial de la novela, siguiendo la línea narrativa. Pero Vidal no convierte los episodios bélicos (de la rendición de Fort Sumter en el sesenta y uno a la rendición de Lee en Appomatox en abril del sesenta y cinco) en el eje de la novela: estos acontecimientos, de Manassas a Gettysburg o el breve asedio a la capital en julio del sesenta y cuatro por parte de los confederados, se imbrican en la forja (política) de un líder: Abraham Lincoln. Por encima de sus rivales en el Partido Republicano, que ya desde la llegada de Lincoln a Washington están pensando en cómo prepararse para arrebatarle la presidencia cuatro años después; por encima de generales como McClellan, el Joven Napoleón, más interesado en ralentizar el combate con los confederados en pos de una posible paz con ellos… una vez alcance la presidencia; por encima de la trama de corrupción que parece rodear a Mary Todd, su neurótica esposa (por no decir simplemente perturbada). Estamos ante una novela eminentemente política, en la que aspectos como la defensa acérrima de la Unión (aunque sea mediante una guerra), la cuestión de la esclavitud (¿liberación general o sólo en los estados de frontera?) o las luchas entre los poderes ejecutivos del presidente por delante de un cierto obstruccionismo legislativo del Congreso nutren un texto con muchas aristas. Pues no sólo son complejas y diversas las tramas de la novela, también estamos ante una estructura coral en cuanto a los personajes: pasamos del alto y enjuto Lincoln, con su tendencia a contar historias y a mostrarse enigmático en cuanto a sus ideas más personales, a su familia (Mary Todd, sus hijos), rivales/aliados como Seward, Chase (y su hija Kate) y Stanton, los dos secretarios personales John Hay y John Nicolay, los confederados David Herold y la familia Surrratt (personajes ficticios), los generales McDowell, McClellan y Grant, o el futuro asesino John Wilkes Booth, entre otros muchos. Vidal salta de un personaje a otro, en muchas ocasiones si apenas transición, aportando diversos puntos de vista. Es esta imagen poliédrica de y sobre Lincoln uno de los aspectos más interesantes de esta novela que, a priori, podrá decepcionar a quienes esperen más batallas y más acción bélica. Y, sin embargo, el desarrollo de la guerra civil es la cara B de la historia de la creación de un mito: Lincoln, el padre de la nación, el hombre que salvó a la Unión cuando pocos confiaban en ella.

Estamos, pues, ante una novela intensa, compleja en cuanto a la capacidad de autor para que una trama tan diversa y con tantos personajes no acabe desmoronándose ante el peso de las páginas. Y no lo hace, incluso cuando la intriga sobre el destino de Lincoln se ha diluido desde el principio. Tras mil páginas de política, guerra, conspiraciones, intentos de asesinato y tragedias, la pregunta que queda incide en el propio Lincoln: ¿quién fue? ¿qué había tras su férrea voluntad y la determinación de no ser el último presidente de la Unión? ¿Qué había en el padre de unos hijos en cierto modo extraños y de una esposa al borde de la demencia? ¿Qué había tras el hombre en quien pocos confiaban y que muchos despreciaban? Su prematura muerte en 1865 tal vez no permite dilucidar, al menos desde la literatura, el enigma sobre quien ha pasado a ser uno de los mejores presidentes de los Estados Unidos. La desmitificación que, con fuentes de todo tipo (diarios, cartas, periódicos, biografías,…), realiza Gore Vidal quizá pueda servirnos para acercarnos, un poco más, a una figura como la de Abraham Lincoln.

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