24 de agosto de 2012

Crítica de cine: Marea roja, de Tony Scott

El pasado domingo 19 de agosto de 2012 Tony Scott se suicidó. Los medios se hicieron eco de la noticia, se recordó su carrera cinematográfica y algunas cadenas emitieron alguna de sus películas. Curiosamente, la primera, en ámbito nacional, fue el canal 13, que (también curiosamente, pues no le pega nada) programó el mismo domingo por la noche Amor a quemarropa (1993) La película, si acaso, tenía el aliciente del guión de Quentin Tarantino (quien se decía que, no lo he confirmado, renegó del mismo tras supuestos cambios por parte del diector (Tony Scott). Sea como fuere, me había parecido una película más que buena años ha; el pasado domingo aguanté una hora, poco más. En mi opinión ha envejecido fatal, y no sé si es cosa del guión (exceptuando la secuencia de la conversación entre Christopher Walken y Dennis Hopper), pues me pareció aburrida y con diálogos flojos. En fin, la perspectiva. Lo mejor que se podía decir del cine de Tony Scott, en general, era que funcionaba bien, que no engañaba a nadie y que quizás no tuviera veleidades artísticas, pero te hacía pasar un buen rato. Por ejemplo, su última película, Imparable (2010), era un compendio de todo ello; la disfruté, como lo que era, un viernes por la noche en el cine, simplemente desconectando del mundanal ruido (en este caso, silencio; el ruido ya lo ponía la película). Hay días que piensas si el más talentoso de los dos hermanos Scott era Tony, y no Ridley, vista la irregularidad de éste último desde mediados de los ochenta. Del (supuestamente) hermano malo (Tony) nos quedan estimables películas como El último boy scout (1991), Fanático (1996), Enemigo público (1998) o Déjà vu (2006), cosas como Top Gun (1986; nunca la soporté) y pequeñas joyas como Marea roja (1995; hasta Los Simpson hicieron su particular homenaje).

Marea roja es una película que aguanta muy bien el paso del tiempo y que aúna thriller, película bélica y cinta de acción. El escenario en el 90% del metraje es un submarino nuclear estadounidense, el U.S.S. Alabama. La cosas se ponen complicadas en el antiguo enemigo yanqui, la Rusia postcomunista, cuando un líder ultraderechista, Radchenko (sosías con más suerte del real Vladimir Zhrinovski), se hace con el control de varios cuarteles y de misiles nucleares; y puede que submarinos rusos que navegan por el océano Pacífico hayan caído bajos sus órdenes. La misión del Alabama es patrullar por esos mares y, en caso de ataque de un submarino nuclear ruso, responder. Comanda la nave estadounidense el capitán de fragata Ramsey (Gene Hackman), un hombre de férreas convicciones, acostumbrado a ser obedecido, que odia a loa aduladores y que cuenta con experiencia de combate. Su staff lo componen hombres que creen en él, como los tenientes Dougherty (James Gandolfini), Zimmer (Matta Craven) y Westergard (Rocky Carroll). Bajo su mando está también el leal contramaestre "Cob" (George Dzundza) y el teniente "Weps" (Viggo Mortensen), encargado del acceso a las armas nucleares. A la nave llega un nuevo segundo al mando, el capitán de corbeta Hunter (Denzel Washington), solicitado por Ramsey por su magnífico expediente militar (aunque sin experiencia de fuego real). Un hombre curtido en las academias militares (Annapolis,...), reflexivo, capaz de debatir con Ramsey sobre Claus von Clausewitz y "el verdadero enemigo en la guerra nuclear". Son dos perfiles muy diferentes de comandante. Hunter, además, es amigo de Weps, con lo que su relación en la nave es más que cordial, mientras que hay un cierto distanciamiento con los demás tenientes, que no acaban de convencerles.


El quid de la película está en el poder prácticamente omnímodo del comandante de un submarino que tiene acceso a armas nucleares y, por contra, en los intríngulis que plantea el sistema de verificación de órdenes de lanzamiento de dichas armas. Se realiza un simulacro mientras se produce un pequeño incendio en la cocina. Ramsey y Hunter disienten en si era pertinente suspender el simulacro ante dicha eventualidad: Hunter opina que debían cancelarlo, mientras que Ramsey (tirando de galones) considera que la tensión producida era buena para espolear la concentración y había que aprovecharlo. Primeras disensiones entre los dos comandantes de la nave. Añadamos la circunspección de Hunter, la tosquedad de un Ramsey que ya lleva décadas en la carrera militar y que quizá no está preparado para las sutilezas de una eventual guerra en un escenario posterior a la guerra fría. En caso de situaciones excepcionales (que suceden a continuación), ¿cómo debe reaccionar el comandante de un submarino nuclear? Hay una cadena de mando, pero el capitán puede ser relevado si actúa contra el reglamento; por otro lado, en determinadas circunstancias, una orden puede ser interpretada subjetivamente. E incluso en situaciones de emergencia, con la nave incomunicada con el mundo exterior, ¿cómo se deben aplicar las órdenes? El peor de los escenarios se produce: se recibe un mensaje cifrado que ordena disparar misiles contra los rebeldes de Radchenko. Ramsey se dispone a ordenar el lanzamiento de torpedos, cuando llega un segundo mensaje, que llega incompleto a causa del ataque de un submarino ruso (rebelde). El Alabama esquiva el ataque, se ve forzado a sumergirse a demasiada profundidad como para recibir comunicaciones del exterior y, para más inri, el mensaje estaba incompleto y la radio se ha averiado. ¿Qué hacer? Ramsey decide lanzar misiles de modo preventivo, pero Hunter se niega a secundar su orden: prefiere esperar a una confirmación del segundo mensaje. La cadena de mando se rompe: por un lado, por la negativa (prudente) de Hunter; por otro, por el hecho de que Ramsey ha vulnerado el protocolo de lanzamiento de armas nucleares. ¿Quién tiene razón? Sea como fuere, Hunter, con el apoyo de Cob y el silencio de los restantes tenientes en la sala de control del submarino, releva a Ramsey, al que pone bajo arresto en su camarote, y asume el mando. ¿Es un motín justificado?

La película, de por sí interesante, entra en una dinámica trepidante. Hunter es obedecido por Cob, pero no recibe su respeto: éste considera que Ramsey se ha equivocado, pero nada más. Pero no hay tiempo que perder: el submarino ruso reaparece y lanza sus misiles contra el Alabama. Uno de ellos explota demasiado cerca de la nave estadounidense y provoca una abertura en el casco y la inundación de la sentina: Hunter asume su primera orden como comandante: para salvar la nave, que pierde propulsión y corre riesgo de chocar contra el fondo marino, ordena sellar la sentina, aun a costa de dejar encerrados (y condenados a ahogarse) a varios marineros atrapados. Es una orden extremadamente difícil de dar tras la enorme tensión producida por la deposición de Ramsey y ante un panorama de muerte seguaa para los marineros atrapados. Los hasta entonces silenciosos Dougherty, Zimmer y Westergard deciden contraatacar: hay que detener a Hunter por la fuerza y restablecer a Ramsey al mando. Éste les sugiere que consigan el apoyo, siquiera tácito, de Weps: sólo él tiene pleno acceso a las armas nucleares. 

Al motín de Hunter se contrapone la respuesta agresiva de Ramsey, que recupera el mando y encierra a su segundo (y sus aliados) en el comedor de oficiales. Weps, sopesando su amistad con Hunter y la obediencia a la cadena de mando, tácitamente ha apoyado a Ramsey. Pero tiene dudas: ¿tiene razón el capitán? Más aún cuando éste se dispone, con más decisión que antes, al lanzamiento de misiles... a pesar del mensaje interrumpido. Pero Hunter no se rinde: con Cob y varios más escapan de su prisión, y se dispone a evitar que Ramsey dispare los misiles desde la sala de armas; se dirigen a la sala de control para evitar que se lancen los torpedos. Por su parte, Ramsey obliga (mediante la fuerza) a un Weps contrario a disparar los misiles: Hunter lo ha convencido de que el lanzamiento de los torpedos sin saber a ciencia cierta que sucede en la superfície terrestre sólo puede conducir a un holocausto nuclear. Ramsey se ve forzado a utilizar la amenaza (encañonando primero a Weps con una pistola, después a otro oficial) para conseguir que Weps acceda a liberar el disparador táctico. Pero Hunter se ha hecho con la llave de la mesa del capitán y se cancela el lanzamiento. En un encuentro de todos contra todos en la sala de control del submarino, Ramsey y Hunter pugnan por el control de los misiles, mientras el encargado de la radio trata de de arreglarla (y mientras la arregla, Hunter y Ramsey hablan de caballos). La tensión se masca. Llega finalmente un mensaje del exterior....

El filme de Tony Scott seduce con un ritmo que no decrece, con situaciones de altísima tensión y con personajes atractivos. A su manera, Hunter y Ramsey tiene razón; ambos. Y a su manera, también, no la tienen. Mientras Ramsey desde un principio se rodea de sus oficiales de mayor rango y leales a su persona, Hunter, desde el principio, empatiza con dos soldados de menor rango, el encargado de la radio Vossler (Lillo Brancato) y el supervisor del sonar Rivetti (Danny Nucci). Son precisamente éstos quienes, desde sus puestos técnicos, finalmente ayudan a poner los medios para que resuelva la situación; por su parte, Dougherty, Zimmer y Westergard optan por la fuerza que supone la estricta obediencia a la cadena de mando y rechazan cualquier tipo de negociación. Hunter opta por convencer, mientras que Ramsey apela a sus galones y al hecho de que sólo él ha tenido experiencia real de combate; en su mentalidad, Hunter es un oficial de salón. 

A una trama adictiva y unos personajes con carisma, añadamos la música de Hans Zimmer, una partitura basada en una orquestación electrónica, consiguiendo convertirse en un elemento destacable de la película. Antes de repetirse a sí mismo con su particular estilo musical (a menudo simplemente reiterativo, aunque también hay que decir que es encomiable su experimentación en los últimos años), Zimmer encandiló con un score que creó escuela. 

Quizá el mejor legado del fallecido Tony Scott sea esta película.

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